por Claudia Korol
LA REVOLUCIÓN ROSA
HOMENAJE | Puta, loca, sanguinaria, violenta,
judía, polaca; todos insultos para quienes la asesinaron, intersecciones que
hicieron de su voz política una que atraviesa el siglo que pasó desde que
tiraron su cuerpo al agua, podríamos decir ahora. La revolución, el socialismo,
la libertad, lo privado como político son los temas de su producción teórica
que vale la pena releer cuando la huelga internacional feminista del 8 de marzo
ya está preparándose en todo el mundo. Denostada y peligrosa en un mundo de
hombres en el que entró a fuerza de empujar, Rosa Luxemburgo supo desde siempre
que sola no podía y del enorme valor de la amistad política con otras mujeres.
Se cumplió un siglo
desde el feminicidio político de Rosa Luxemburgo, consumado el 15 de enero de
1919. Lo nombramos como “feminicidio”, no sólo porque Rosa era mujer, sino
porque ella, por ser mujer, fue perseguida, desprestigiada y maltratada –antes
y después del crimen– con saña. Cuando los esbirros la arrastraban a la muerte,
el odio encendido en los seguidores de esa socialdemocracia descompuesta
política y éticamente, generaba un griterío a su alrededor: “puta, loca,
sanguinaria, violenta”. La roja –en un país en el que crecía la
contrarrevolución–, la judía –en un país en el que se incubaba junto al racismo
y el nacionalismo “el huevo de la serpiente”, el nazismo–, la polaca –en una
Alemania que disputaba con Rusia desde hace años el territorio polaco donde
nació Rosa–, la desobediente –que osó convocar a la juventud para que no fuera
a la guerra imperialista–, la mujer autónoma –con parejas a las que se unió y
de las que se separó en libertad–, fue ferozmente maltratada, como tantas
mujeres que rompieron los códigos y mandatos sociales, y desafiaron al poder de
un capitalismo patriarcal, y de un socialismo machista y misógino.
Después del griterío
acusatorio fueron las balas y un culatazo que le rompió el cráneo. Su cuerpo
fue arrojado a las aguas del Landwehrkanal en Berlín. Una historia que en
nuestros países del sur es más que conocida. Rosa criminalizada, Rosa presa,
Rosa insultada, Rosa asesinada, Rosa desaparecida.
Pero Rosa volvió de
todas las desapariciones. De la que pretendieron sus asesinos, y de la que
posteriormente realizó el estalinismo, condenando su obra teórica al
ostracismo. No sólo escapó de las aguas, regresando a la superficie y a las
orillas del mundo. Poco a poco fueron llegando también sus ideas, sus
reflexiones sagaces sobre la revolución, el socialismo, la libertad.
Habría muchos temas
sobre los cuales es posible reflexionar, pero aquí, el análisis en clave
feminista para reencontrarla en los desafíos actuales.
LA AMISTAD POLÍTICA ENTRE MUJERES
¿Cómo tolerar tanto
odio de los enemigos, y tanta agresividad de quienes desde las filas
revolucionarias rechazaron la radicalidad libertaria y las denuncias del
oportunismo y del reformismo, realizadas de manera implacable por Rosa? ¿Cómo
sobrevivir al machismo que atravesaba la vida social en la que Rosa desplegaba
su lucha, y también la vida íntima?
Quien fue su
compañero durante gran parte de su vida, Leo Jogiches, desvalorizaba sus deseos
y trataba de disciplinar su actividad. Fue por esa presión que cambió su deseo
de estudiar Biología por el deber de estudiar Economía, y que renunció a tener
hijos o hijas “porque la Revolución le exigía que entregara todo de sí”. Rosa
entregaba todo de sí, todos los días, pero no dejaba de sentir que la lucha por
la felicidad de un pueblo, tenía que corresponderse con la búsqueda de la
felicidad personal. En varias cartas escritas a Leo le reprocha: “Comprendo que
quieras comunicarme tus observaciones críticas, comprendo su utilidad en
general e incluso su necesidad en determinados casos. Pero ¡por Dios! en ti
esto se ha convertido en una enfermedad ¡en una fea costumbre! No puedo
escribirte acerca de ninguna cosa, de ningún pensamiento o hecho sin recibir
como respuesta las peroratas más tediosas y más insípidas. ¡Esto es realmente
demasiado aburrido!”. Rosa quería volar más alto y no necesitaba un tutor que
decidiera por ella los rumbos de la travesía.
¿Cómo atravesar el
desencanto en los compañeros, los largos períodos de prisión, los exigentes
debates teóricos, sosteniendo la voluntad y el impulso revolucionario?
Una de las claves en
la vida de Rosa, que permite explicar esa capacidad de desafío, es que ella
cultivó con dedicación la amistad política entre mujeres. Lejos de las
historias oficiales que describen a los protagonistas de las revoluciones o las
guerras como hombres sobresalientes, la perspectiva feminista enfatiza los
lazos sociales que forjaron grupos y colectivos con gran creatividad. Es el
caso de las amigas de Rosa, entre ellas: Mathilde Jacob, Luise Kautsky, Sonia
Liebknecht, Mathilde Wurm, Clara Zetkin. Es Rosa, en amistad e intimidad con
las mujeres de su tiempo, acompañándolas y siendo acuerpada por ellas, como
podemos entenderla, y con ella a todas.
ANTES DEL 8M
Unos días antes del
crimen, Clara Zetkin le escribía a Rosa: “¡Ay, Rosa! ¡Vaya días! Siento la
grandeza histórica y la importancia de tu actuación. ... Mi amada, mi única
Rosa, sé que morirás orgullosa y feliz. Sé que nunca has deseado una muerte
mejor que luchando por la revolución. Pero ¿y nosotros? ¿Podemos nosotros
prescindir de ti? No puedo pensar, sólo siento. Te aprieto con fuerza, con
fuerza a mi corazón. Siempre, tu Clara”.
Clara Zetkin
compartió con Rosa las críticas a la dirección del partido socialdemócrata en
momentos claves como la votación en el Parlamento de los créditos de guerra, en
la defensa de la Revolución Rusa (y en su crítica a lo que consideraron
necesario de esa experiencia naciente), en la lucha contra el militarismo, en
la creación del grupo Espartaco, y luego del Partido Comunista Alemán. Rosa
apoyó en todo momento a Clara en las luchas por la organización de las mujeres
socialistas a nivel internacional.
Clara y Rosa también
estuvieron entrelazadas por el amor que Rosa tuvo con Kostia, el hijo de Clara,
23 años más joven que ella. En un partido tan conservador, ese amor resultó sin
dudas una afrenta, y generó habladurías entre los chismosos de la dirección
partidaria. Pero tanto Rosa como Clara creyeron en la libertad firmemente, y se
permitieron sentir y vivir hasta donde pudieron, en coherencia con sus ideas.
La libertad puede generar incomodidad, puede resultar más difícil de vivir,
tanto en lo individual como en procesos colectivos, pero es condición para las
revoluciones y para las vidas verdaderas.
Esa amistad permitió
que Rosa tuviera acceso a periódicos como el que dirigía Clara, Die Gleichheit
(La Igualdad) y a numerosos espacios políticos que los varones del socialismo
le iban limitando. En 1907 Clara y Rosa, junto a otras compañeras como
Alexandra Kollontai –representando a Rusia–, realizaron la Conferencia de
Mujeres Socialistas en la que participaron 59 mujeres de 15 países. Fue un
espacio decisivo para la organización del primer Día Internacional de las
Mujeres, celebrado en Europa en marzo de 1911. Fue también una articulación que
creció en su proyección internacionalista, y desde la cual se organizó la
resistencia socialista a la guerra imperialista.
Pero no se trataba
solo de la lucha contra el capital. En 1912 escribía Rosa en un artículo
publicado en el periódico alemán Leipziger Volkszeitung: “…Con la emancipación
política de las mujeres, un fresco y poderoso viento habrá de entrar en la vida
política y espiritual (de la socialdemocracia) disipando la atmósfera sofocante
de la actual vida familiar filistea que tan inconfundiblemente pesa también
sobre los miembros de nuestro partido, tanto en los obreros como en los
dirigentes”.
Es decir, no sólo se
hablaba de la lucha por el voto de las mujeres, sino que se organizó con una
gran masividad el movimiento de las trabajadoras para la lucha contra la
guerra, se planteó la urgencia de la participación de las mujeres en las luchas
por la revolución socialista, y se pusieron en discusión temas como la
familia.
Rosa insistió también
en la idea de que las proletarias no podían ser furgón de cola de las
feministas burguesas. Creía e incitaba a la participación de las mujeres
trabajadoras en la primera línea de lucha por el socialismo. Afirmaba en un
discurso en 1912: “El actual enérgico movimiento de millones de mujeres
proletarias que consideran su falta de derechos políticos como una flagrante
injusticia, es señal infalible, señal de que las bases sociales del sistema
imperante están podridas y que sus días están contados… Luchando por el
sufragio femenino, también apresuraremos la hora en que la actual sociedad
caiga en ruinas bajo los martillazos del proletariado revolucionario”. Y
escribió el 5 de marzo de 1914: “Para la mujer burguesa su casa es su mundo.
Para la proletaria su casa es el mundo entero, el mundo con todo su dolor y su
alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa mujer
que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que
acampa en barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con
la dinamita, vuelan violentamente por los aires. Como obrera del campo, como
trabajadora estacional, descansa durante la primavera sobre su modesto montón
de ropa en medio del ruido, en medio de trenes y estaciones, con un pañuelo en
la cabeza y a la espera paciente de que algún tren le lleve de un lado a otro.
Con cada ola de miseria que la crisis europea arroja hacia América, esa mujer
emigra, instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles de
proletarios, junto con miles de proletarios hambrientos de todo el mundo para
que, cuando el reflujo de la ola produzca a su vez una crisis en América, se
vea obligada a regresar a la miseria de la patria europea, a nuevas esperanzas
y desilusiones, a una nueva búsqueda de pan y trabajo”.
Estos textos abren un
espacio de empatía para quienes en este sur se vuelven protagonistas de los
feminismos populares, indígenas, negros, campesinos, migrantes,
internacionalistas, sin fronteras, en los que no se busca negociar algunas
migajas del banquete mundial de la burguesía transnacional, sino se tiene como
horizonte las revoluciones anticapitalistas, antipatriarcales, anticoloniales,
socialistas. Para quienes afirman como lo hacen las mujeres organizadas en el
Movimiento Sin Tierra de Brasil, que “sin feminismo no hay socialismo”.
CONTRA EL MILITARISMO Y LA GUERRA
Las mujeres
socialistas estuvieron en la primera línea de la denuncia del ascenso del
militarismo, y en la oposición a la guerra imperialista, cuando la “civilizada”
Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial. Rosa puso toda su pasión
para intentar convencer a la socialdemocracia, a la juventud, a los pueblos,
del drama humanitario que significaría el estallido de la guerra. Llamó a los
jóvenes a no sumarse al Ejército, denunció el maltrato de los oficiales a los
soldados, llamó a los diputados socialdemócratas a no votar créditos para la
guerra, siendo juzgada por éstas y otras acciones por “traición a la patria”.
Cuando se preparaba para asistir a la Primera Conferencia Internacional
Antibélica en Holanda, fue detenida (el 18 de febrero de 1915). La prisión no
la detuvo. En abril de 1915, en la cárcel, terminó de escribir el texto “La
crisis de la socialdemocracia alemana”, más conocido como el Folleto Junius
donde proclamaba como disyuntiva histórica: “Socialismo o Barbarie”. Escribía
entonces: “Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante
un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie” … En este momento
basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la
barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la
barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura,
esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período
de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso
hasta las últimas consecuencias. Así nos encontramos hoy, tal como lo profetizó
Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo
y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la
despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el
socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra
el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia
universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de
equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro
de la cultura y la humanidad”
Compartimos con Rosa
la desazón y el espanto que provocan el capitalismo patriarcal y colonial,
saqueador, dispuesto a lanzarse a invasiones, guerras, crímenes de estado,
dictaduras, destrucción de la naturaleza, envenenamiento de los ríos,
contaminación de las tierras, exterminio de pueblos, genocidios, femicidios. La
“nueva conquista” que arrasa a nuestro continente, está enloqueciendo de rabia
a los pueblos que día a día sienten amenazada su existencia. En este contexto,
cuando tratan de robarnos no sólo los bienes comunes sino la capacidad de
creernos y de ser sujetos de la historia, es necesario volver a Rosa para
pensar al socialismo, y por ende a la Revolución, como un proyecto de vida,
frente a la muerte anunciada por el capital.
LA REVOLUCIÓN ES UN SUEÑO ETERNO
En su texto sobre La
Revolución Rusa, Rosa profirió una de sus sentencias geniales, que tanto
hubieran servido si los proyectos populares y socialistas la hubieran tenido en
cuenta “La libertad solamente para los seguidores del gobierno, solamente para
miembros de un partido –por más numeroso que fuere– no es libertad. La libertad
siempre es libertad de quienes piensan distinto. No por el fanatismo de la
‹justicia›, sino porque todo lo vital, lo curativo y depurativo de la libertad
política depende de este carácter, y su efecto falla cuando la ‹libertad› se
convierte en un privilegio.”
Rosa Luxemburgo vivió
un tiempo de revoluciones. Nacida en Zamosc, en una Polonia ocupada por el
imperio zarista ruso, el 5 de marzo de 1871, días antes que los obreros y
obreras de Paris “tomaron el cielo por asalto”, fue acunada por los cantos
guerreros de la Comuna –la primera experiencia de gobierno obrero–. En sus 47
años de vida intensa, participó de la revolución rusa de 1905 –a la que se sumó
desde el territorio ocupado de Polonia, cayendo presa en ese país–, vibró desde
la prisión con la Revolución Rusa de octubre de 1917, a la cual no temió
valorar –en debate con el reformismo socialdemócrata alemán– y criticar –en
textos que no llegó a publicar en vida–. Fue asesinada días después de la
derrota de la revolución espartaquista.
Sobre la experiencia
de la primera revolución rusa, escribió su obra Huelga de masas, partido y
sindicatos, en la que intentó analizar los nuevos modos de participación del
pueblo, y sus formas de organización y lucha. Un texto que merece ser
estudiado, debatido, al calor de experiencias como el Paro Internacional de
Mujeres, y de las duras polémicas que esta iniciativa provoca con algunas
burocratizadas organizaciones sindicales.
Su texto inconcluso
La Revolución Rusa, publicado años después de su muerte, permite a su vez
analizar varios temas críticos para los proyectos socialistas.
La derrota de la
semana de Espartaco mostró a Rosa en su integridad revolucionaria. Un día antes
de ser asesinada escribía: “¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta
llamada Semana de Espartaco? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la
energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación, o se ha
debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción? ¡Las dos cosas a la
vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención
ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas, y la indecisión,
las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos
peculiares del más reciente episodio. La dirección ha fracasado. Pero la
dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las
masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la
victoria final de la revolución”. Las últimas palabras de ese escrito fueron:
“¡El orden reina en Berlín!” ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado
sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia
lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui,
soy y seré!”.
Rosa Luxemburgo, la
mujer de las muchas revoluciones, conmovió a las organizaciones que creaba y a
las que llegaba; revolucionando su propia vida y la de quienes la rodeaban.
Supo vivir las derrotas sin perder la ternura y el deseo de cambiar al
mundo.
Rosa es y será, y
seremos con ella finalmente, si logramos ante la adversidad, mantener la
alegría, el buen humor, el encanto por la vida. Burlándose de la solemnidad de
los socialistas, le escribió a su compañera y amiga Mathilde Jacob, desde la
cárcel de Wronke: “Oh, Mathilde, ¿cuándo estaré de nuevo en Sudende contigo y
Mimí (su gata), leyendo Goethe para las dos? Pero hoy quiero recitar de corazón
un poema que me vino a la cabeza esta noche, sabrá Dios por qué. Es un poema de
Conrad Ferdinan Meyer, el querido suizo (...) “estoy arrepentido, lo confieso
compungido, de no haber sido tres veces más audaz”. Esta conclusión tú vas a
ponerla en mi sepulcro... ¿Lo tomaste en serio Mathilde? ¡Qué! Tienes que reír
de eso. En mi tumba, como en mi vida, no habrá frases grandilocuentes. Sobre la
piedra de mi tumba deben aparecer apenas dos sílabas: zvi, zvi. Es el canto de
los (pájaros) carboneros. Yo lo imito tan bien, que ellos vienen corriendo”.
Rosa amaba los
pájaros, las flores, las plantas. Le gustaba el teatro, la música, la pintura.
Embelleció la vida socialista, la historia de las revoluciones, la genealogía
de las mujeres. Podemos preguntar como Clara: Rosa, ¿podemos prescindir de ti?
Un siglo después del
crimen, Rosa abre las ventanas de la historia para seguir soñando revoluciones,
y para realizar nuestros sueños tantas veces soñados. La memoria arde, Rosa. No
podemos prescindir de ti.
(Página 12 / 18-1-2019)
(Página 12 / 18-1-2019)
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