por Ima Sanchís
Tengo 61 años. Mujer y dos
hijos. Vivo en la región de Eifel (Alemania). Dirijo una explotación forestal
respetuosa con el medio ambiente. Trabajo para retornar a la naturaleza los
necesarios bosques primigenios.
Sensibilidad verde
“Cuando inicié mi andadura
profesional como agente forestal, sabía tanto de la vida secreta de los árboles
como un carnicero de los sentimientos de los animales…” Así comienza el
apasionante y sorprendente libro de Wohleben. La vida secreta de los árboles (Obelisco, que fue una revolución en
Alemania, número uno en la lista de superventas de Spiegel y traducido a 19
lenguas. Basándose en investigaciones científicas explica como los árboles
hacen conexiones sociales importantes, forman vínculos afectivos y tienen
parentescos. Apuesta por recuperar bosques naturales y da sobradas razones para
ello. Vive en los bosques, “pero no abrazo árboles”. También ha publicado La vida interior de los animales
(Obelisco).
¿Los árboles son seres sociales?
Están conectados a través de las raíces, y pueden distinguir las raíces de otras especies e, incluso, de los diferentes ejemplares de su misma especie. Un bosque es un superorganismo, como un hormiguero.
¿Juntos funcionan mejor?
Sí, porque juntos crean un clima local equilibrado. Cada árbol es importante para la comunidad y el bosque actúa en consecuencia: a los ejemplares enfermos el resto les proporciona los nutrientes necesarios para que sanen.
Creía que competían.
Pueden competir ferozmente con otras especies, pero también entablar amistad y vigilar que ninguna rama demasiado gruesa crezca en dirección del otro. Los árboles igualan sus debilidades y sus fuerzas. A través de las raíces tiene lugar un intercambio activo. El que tiene mucho cede y el que tiene poco recibe ayuda.
En esos bosques espesos, ¿cómo pueden
crecer los pequeños arbolitos?
A través de las raíces sus madres entran en contacto con ellos y les proporcionan azúcar y otros nutrientes. Podría decirse que los árboles bebé son amamantados.
Increíble.
Los adultos forman ese espeso techo sobre el bosque y sólo dejan pasar un tres por ciento de luz para que los pequeños no crezcan demasiado rápido, es lo que los expertos forestales desde hace generaciones llaman educación.
¡Educación!
El crecimiento lento es condición para que luego se alcance una edad avanzada. La ciencia ya no discute la capacidad de los árboles para aprender, queda por resolver dónde almacenan lo aprendido y cómo lo rescatan.
Muchos botánicos sostienen que en las
puntas de las raíces tienen estructuras similares al cerebro. De hecho sabemos
que los árboles tienen memoria, son capaces de registrar y distinguir las
temperaturas en ascenso de la primavera de las que están en descenso durante
otoño.
Sólo les falta hablar...
A su manera también lo hacen. Mediante sustancias odoríferas se comunican. Cuando se aproxima un peligro, la acacia avisa a sus congéneres emitiendo etileno, un gas de aviso.
¿Y qué hacen con la información?
Sueltan sustancias tóxicas para prepararse. También envían avisos mediante señales eléctricas a través de las raíces y de las redes de hongos, que son como nuestro sistema nervioso.
¿También lo hacen las hortalizas?
Por desgracia nuestras plantas de cultivo han perdido la capacidad de comunicarse. Son mudas y sordas, y por tanto muy vulnerables a los insectos.
Los árboles, ¿sufren cuando pasan sed?
Gritan. Según investigaciones del centro de investigación confederado de los bosques de Suiza que registraron los tonos de ultrasonidos, los árboles emiten determinadas vibraciones cuando el agua escasea.
Y los árboles de ciudad, ¿se comunican?
Igual que en las plantaciones forestales, debido a la poda y plantación las raíces quedan dañadas para siempre y ya no pueden formar una red. Se comportan como niños de la calle. Básicamente les falta el bosque, la comunidad, la educación: nadie que les castigue si crecen demasiado deprisa o torcidos privándoles de luz.
¿No es partidario de la poda?
Si se retira una gran parte de las ramas se reduce la fotosíntesis y en consecuencia una gran parte de las raíces mueren de hambre, en esas zonas muertas penetran los hongos.
Pensábamos que saneaba a los árboles...
Hemos estado considerando y tratando la naturaleza como si fuera una máquina, pero en un puñado de tierra del bosque hay más seres vivos que seres humanos sobre la Tierra.
Usted trabajó durante veinte años al
servicio de la Comisión Forestal de su país.
Sí, mi trabajo consistía en gestionar bosques como si fueran madera, con los años empecé a mirar de otra manera. Hoy estoy convencido de que existe una comunidad de bosque en el que cada ser vivo tiene su papel.
Ha colaborado con biólogos de la
Universidad RWTH de Aquisgrán.
Todo lo que le cuento no es una chifladura, se basa en investigaciones científicas realizadas también por la Universidad de Aquisgrán, la Columbia Británica y la Sociedad Max Planck. Y todas esas investigaciones apuntan a que nuestra gestión de los bosques es muy errónea.
¿Por ejemplo?
Los estudios afirman que los árboles viejos son mucho más productivos que los jóvenes, e importantes aliados en el tema del cambio climático, así que revitalizar los bosques es un error.
Hay que dejar que los bosques
envejezcan.
Sí, necesitamos más bosques salvajes, dejar que los árboles crezcan con el espacio intermedio que ellos eligen. Y no hay que temer a la maleza, en las reservas en las que hace 100 años los humanos no hemos intervenido la densa sombra y la hojarasca impide el crecimiento de hierbas y matojos.
Dicen que el aire de bosque es salud.
Además de filtrar el aire los árboles desprenden sustancias, pero no son
las mismas en una vieja reserva forestal que en una plantación artificial. Con
la hojarasca se transportan hasta el mar a través de ríos ácidos que estimulan
el crecimiento del plancton, el primer y más importante eslabón de la cadena
alimentaria.
(La Vanguardia / 18-11-2017)
(La Vanguardia / 18-11-2017)
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