CANCIÓN 32
Escóndete, Carillo,
y
mira con tu haz a las montañas,
y
no quieras decillo;
mas
mira las compañas
de
la que va por ínsulas extrañas.
DECLARACIÓN
(1)
1
/
Después que el Esposo y la esposa en las canciones pasadas han puesto rienda y
silencio a las pasiones y potencias de el ánima -así sensitivas como
espirituales- que la podían perturbar, conviértese en esta canción la esposa a
gozar de su Amado al interior recogimiento de su alma, donde él con ella está
en amor unido, donde escondidamenet en grande manera la goza. Y tan altas y tan
sabrosas son las cosas que por ella pasan en este recogimiento de el matrimonio
con su Amado, que ella no lo sabe decir, ni aun querría decirlo, porque son de
aquellas de que dijo Isaías: “Secretum mehum mihi, secretum mem miji” (24.16).
Y así ella a solas se lo posee, y a solas se lo entiende, y a solas se lo goza,
y gusta de que sea a solas; y así su deseo es que sea muy escondido y muy
levantado y alejado de toda comunicación exterior. En lo cual es semejante al
mercader de la margarita, o, por mejor decir, al hombre que, hallando el tesoro
escondido en el campo, fue y escondiole con gozo y poseyole (cf. Mt. 13,
44-46). Y eso pide ahora la misma alma en esta canción al Esposo, en el cual
con este deseo le pide cuatro cosas. La primera, que sea él servido de
comunicarse muy adentro en lo escondido de su alma. La segunda, que embista sus
potencias con la gloria y grandeza de su divinidad. La tercera, que sea tan
altamente que no se quiera ni sepa decir, ni sea de ello capaz el exterior y
parte sensitiva. Y la cuarta le pide que se enamore de las muchas virtudes que
él ha puesto en ella; la cual va a él y sube por altas y levantadas noticias de
la divinidad, y por esos excesos de amor muy extraños y extraordinarios de los
que ordinariamente por ella suelen pasar:
Escóndete,
Carillo.
2
/
Como si dijera: Querido Esposo mío, recógete en lo más interior de mi alma,
conumicándote a ella escondidamente, manifestándole tus escondidas maravillas ajenas
de todos los ojos mortales.
Y
mira con tu haz a las montañas.
3
/
La “haz” de Dios es la divinidad, y las “montañas” son las potencias de la
alma, memoria, entendimiento y voluntad. Y así, es como si dijera: Embiste con
tu divinidad en mí entendimiento dándole inteligencias divinas, y en mi
voluntad dándole y comunicándole el divino amor, y en mi memoria con divina
posesión de gloria. En esto pide el alma todo lo que puede pedir, porque no
anda ya contentándose en conocimiento y comunicación de Dios por las espaldas
-como hizo Dios con Moisés (cf. Ex. 33,23)-, que es conocerle por sus efectos y
obras, sino con la haz de Dios, que es comunicación esencial de la divinidad
sin otro algún medio en el alma, por cierto contacto de ella con la divinidad;
lo cual es cosa ajena de todo sentido y accidentes, por cuanto es toque de
substancias desnudas, es a saber, de la alma y divinidad. Y por eso dice luego:
y
no quieras decillo.
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