domingo

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (20)


SIMPATÉTICA *

2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (10)


Muchas de las tribus indígenas de Sarawak tienen la firma convicción de que si las mujeres cometiesen adulterio mientras sus maridos buscaban alcanfor en la selva, se evaporaría el que recogieran. Hay maridos que pueden saber si sus mujeres le son infieles por ciertos nudos de los árboles; se cuenta que en tiempos pasados, muchas mujeres fueron muertas por su marido celoso sin más evidencia que la de estos nudos. Además, las mujeres no se atreverán a usar un peine mientras sus maridos están colectando alcanfor; si lo hicieran, los intersticios de las rugosidades de los árboles, en lugar de estar llenos de los preciosos cristales, estarían vacíos como los espacios que hay entre las púas del peine. En las islas Kei, al suroeste de Nueva Guinea, en cuanto botan un barco que está próximo a salir para un puerto distante, la parte de la playa en que estuvo varado se cubre con toda la rapidez posible de ramas de palmera y el sitio es sagrado. Nadie puede, por consiguiente, cruzar sobre él hasta que el barco regrese al puerto de salida. Pasar antes por encima ocasionaría la pérdida del barco. Además, eligen tres o cuatro muchachas para que mientras dure la travesía del barco estén en conexión simpatética con los marineros, contribuyendo las jóvenes con su conducta a la seguridad y éxito del viaje. Con este propósito, excepto para las más imperiosas necesidades, no deben abandonar la habitación que se les señala. Más aun: durante todo el tiempo en que se cree que el barco está navegando, ellas deben permanecer inmóviles, acuclilladas sobre sus esterillas y con las manos entrelazadas y sujetas por las rodillas. Tampoco deberán hacer ningún movimiento a la derecha o a la izquierda con la cabeza, ni ningún otro. Si los hacen, causarán el cabeceo y los bandazos del barco. Tampoco comerán golosinas tales como arroz cocido en agua de coco, pues lo pegadizo del alimento entorpecería la marcha del barco por el agua. Cuando se supone que los navegantes han llegado a su destino, se relaja un tanto la rigurosidad de estas reglas, pues mientras dure el viaje redondo, les está prohibido a las muchachas comer pescado de espinas agudas o aguijones, como la raya, pues temen que sus amigos marineros se vean envueltos en una aflicción ruda y punzante.

Donde prevalecen tales creencias respecto a la conexión simpatética entre amigos a distancia, no debemos extrañarnos que, sobre todo, la guerra con su fuerte conmoción, excitando algunas de las más tiernas emociones humanas, avive en los parientes angustiados que quedan lejos el deseo de aprovechar los lazos simpatéticos íntegramente en beneficio de los seres queridos que pueden estar en aquellos momentos luchando y muriendo. Por esto, y para asegurar un propósito tan natural y laudable, las familias, en el hogar están prestas a echar mano de recursos que nos extrañarán por ridículos o patéticos, según consideremos los medios empleados al efecto o su finalidad. Así, en algunos distritos de Borneo, cuando un dayako está en la “caza de cabezas”, su mujer y, si no tiene, su hermana, deberá llevar una espada día y noche para que él esté pensando siempre en sus armas; no dormirá ella durante el día ni se acostará antes de las dos de la madrugada por temor de que a su marido o hermano lo sorprenda el enemigo durante el sueño. Entre los dayakos marinos de Banting, en Sarawak, las mujeres cumplen un código complicado de normas mientras los hombres están lejos luchando. De tales normas, unas son positivas y otras negativas, pero todas se fundan en los principios de la magia de la magia homeopática y de la telepatía. Entre ellas están las siguientes: Las mujeres deberán madrugar y abrirán las ventanas tan pronto como amanezca, pues de otro modo sus maridos ausentes dormirían demasiado. Las mujeres no se engrasarán el cabello, pues los hombres resbalarían. Las mujeres nunca se adormilarán ni harán siesta, pues los hombres irían soñolientos en sus caminatas. Las mujeres deben preparar y desparramar palomitas de maíz en la galería exterior todas las mañanas: así los hombres estarán ágiles en sus movimientos. Tendrán muy aseadas todas las habitaciones de la casa y todas las arcas colocadas junto a las paredes, pues si alguien tropezase en ellas, los maridos ausentes podrían caer y quedar a merced del enemigo. En las comidas dejarán un poco de arroz en el pote y lo apartarán: así los hombres tendrán siempre algo de comer y nunca estarán hambrientos. En modo alguno permanecerán las mujeres sentadas antes el telar hasta que sientan calambres, porque si lo hacen, sus maridos sentirían envaradas sus coyunturas y se verían incapacitados para levantarse con presteza o alejarse del enemigo. Así, y con objeto de mantener flexibles las articulaciones de sus maridos, las mujeres suelen alternar su trabajo en el telar con los paseos por la galería. No han de cubrirse la cara, pues los hombres se perderían entre las yerbas altas o en la selva. Además, no coserán con aguja, pues los hombres pisarían los clavos aguzados puestos en su sendero por el enemigo. Si una mujer resulta infiel, estando lejos el marido, este perderá la vida en el país enemigo. Hace algunos años, todas estas reglas y algunas más eran obedecidas por las mujeres de Banting cuando sus maridos estaban luchando por los ingleses contra los rebeldes. Pero ¡ay! estas tiernas precauciones les valieron de poco: muchas veces el hombre cuya esposa fiel le esperaba y velaba por él en el hogar, encontró la tumba del soldado.

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