SIMPATÉTICA *
2.
MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (10)
Muchas de las tribus indígenas de Sarawak tienen la firma convicción de que
si las mujeres cometiesen adulterio mientras sus maridos buscaban alcanfor en
la selva, se evaporaría el que recogieran. Hay maridos que pueden saber si sus
mujeres le son infieles por ciertos nudos de los árboles; se cuenta que en
tiempos pasados, muchas mujeres fueron muertas por su marido celoso sin más
evidencia que la de estos nudos. Además, las mujeres no se atreverán a usar un
peine mientras sus maridos están colectando alcanfor; si lo hicieran, los
intersticios de las rugosidades de los árboles, en lugar de estar llenos de los
preciosos cristales, estarían vacíos como los espacios que hay entre las púas del
peine. En las islas Kei, al suroeste de Nueva Guinea, en cuanto botan un barco
que está próximo a salir para un puerto distante, la parte de la playa en que
estuvo varado se cubre con toda la rapidez posible de ramas de palmera y el
sitio es sagrado. Nadie puede, por consiguiente, cruzar sobre él hasta que el
barco regrese al puerto de salida. Pasar antes por encima ocasionaría la
pérdida del barco. Además, eligen tres o cuatro muchachas para que mientras
dure la travesía del barco estén en conexión simpatética con los marineros,
contribuyendo las jóvenes con su conducta a la seguridad y éxito del viaje. Con
este propósito, excepto para las más imperiosas necesidades, no deben abandonar
la habitación que se les señala. Más aun: durante todo el tiempo en que se cree
que el barco está navegando, ellas deben permanecer inmóviles, acuclilladas
sobre sus esterillas y con las manos entrelazadas y sujetas por las rodillas.
Tampoco deberán hacer ningún movimiento a la derecha o a la izquierda con la
cabeza, ni ningún otro. Si los hacen, causarán el cabeceo y los bandazos del
barco. Tampoco comerán golosinas tales como arroz cocido en agua de coco, pues
lo pegadizo del alimento entorpecería la marcha del barco por el agua. Cuando
se supone que los navegantes han llegado a su destino, se relaja un tanto la
rigurosidad de estas reglas, pues mientras dure el viaje redondo, les está
prohibido a las muchachas comer pescado de espinas agudas o aguijones, como la
raya, pues temen que sus amigos marineros se vean envueltos en una aflicción
ruda y punzante.
Donde prevalecen tales creencias respecto a la conexión simpatética entre
amigos a distancia, no debemos extrañarnos que, sobre todo, la guerra con su
fuerte conmoción, excitando algunas de las más tiernas emociones humanas, avive
en los parientes angustiados que quedan lejos el deseo de aprovechar los lazos
simpatéticos íntegramente en beneficio de los seres queridos que pueden estar
en aquellos momentos luchando y muriendo. Por esto, y para asegurar un propósito
tan natural y laudable, las familias, en el hogar están prestas a echar mano de
recursos que nos extrañarán por ridículos o patéticos, según consideremos los
medios empleados al efecto o su finalidad. Así, en algunos distritos de Borneo,
cuando un dayako está en la “caza de cabezas”, su mujer y, si no tiene, su
hermana, deberá llevar una espada día y noche para que él esté pensando siempre
en sus armas; no dormirá ella durante el día ni se acostará antes de las dos de
la madrugada por temor de que a su marido o hermano lo sorprenda el enemigo
durante el sueño. Entre los dayakos marinos de Banting, en Sarawak, las mujeres
cumplen un código complicado de normas mientras los hombres están lejos
luchando. De tales normas, unas son positivas y otras negativas, pero todas se
fundan en los principios de la magia de la magia homeopática y de la telepatía.
Entre ellas están las siguientes: Las mujeres deberán madrugar y abrirán las
ventanas tan pronto como amanezca, pues de otro modo sus maridos ausentes dormirían
demasiado. Las mujeres no se engrasarán el cabello, pues los hombres
resbalarían. Las mujeres nunca se adormilarán ni harán siesta, pues los hombres
irían soñolientos en sus caminatas. Las mujeres deben preparar y desparramar
palomitas de maíz en la galería exterior todas las mañanas: así los hombres
estarán ágiles en sus movimientos. Tendrán muy aseadas todas las habitaciones de
la casa y todas las arcas colocadas junto a las paredes, pues si alguien
tropezase en ellas, los maridos ausentes podrían caer y quedar a merced del
enemigo. En las comidas dejarán un poco de arroz en el pote y lo apartarán: así
los hombres tendrán siempre algo de comer y nunca estarán hambrientos. En modo
alguno permanecerán las mujeres sentadas antes el telar hasta que sientan
calambres, porque si lo hacen, sus maridos sentirían envaradas sus coyunturas y
se verían incapacitados para levantarse con presteza o alejarse del enemigo.
Así, y con objeto de mantener flexibles las articulaciones de sus maridos, las
mujeres suelen alternar su trabajo en el telar con los paseos por la galería.
No han de cubrirse la cara, pues los hombres se perderían entre las yerbas
altas o en la selva. Además, no coserán con aguja, pues los hombres pisarían
los clavos aguzados puestos en su sendero por el enemigo. Si una mujer resulta
infiel, estando lejos el marido, este perderá la vida en el país enemigo. Hace
algunos años, todas estas reglas y algunas más eran obedecidas por las mujeres
de Banting cuando sus maridos estaban luchando por los ingleses contra los
rebeldes. Pero ¡ay! estas tiernas precauciones les valieron de poco: muchas
veces el hombre cuya esposa fiel le esperaba y velaba por él en el hogar,
encontró la tumba del soldado.
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