2
/ EL ENCUENTRO CON LA DIOSA (4)
Una tarde tranquila,
Ramakrishna vio una hermosa mujer ascender del Ganges y aproximarse al campo en
el que meditaba. Él percibió que ella estaba a punto de dar nacimiento a un niño.
En un instante, el niño nació y ella lo amamantó tiernamente. Después, tomó un
aspecto horrible, tomó al niño en sus ahora horribles fauces y lo despedazó,
masticándolo. Después de habérselo tragado, regreso al Ganges, donde
desapareció. (34)
Sólo los genios capaces
de las más altas realizaciones pueden soportar la revelación completa de la
sublimidad de esta diosa. Para los hombres de menores alcances, ella reduce sus
fulgores y se permite aparecer en formas concordantes con las fuerzas no
desarrolladas. Contemplarla en su plenitud sería un terrible accidente para
cualquier persona que no estuviera espiritualmente preparada. Como testigo
queda el desgraciado caso del joven y vigoroso ciervo Acteón. Él no era un santo,
sino un cazador impreparado para la revelación de la forma que debe
contemplarse sin las excitaciones y depresiones normales (infantiles) del
deseo, de la sorpresa y del temor.
La mujer, en el lenguaje
gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse. El
héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta iniciación que
es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones;
nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que
él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus
trabas. Y si él puede emparejar su significado, los dos, el conocedor y el
conocido, serán libertados de toda limitación. La mujer es la guía a la cima
sublime de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la reducen a estados
inferiores; el ojo malvado de la ignorancia la empuja a la banalidad y a la
fealdad. Pero es redimida por los ojos del entendimiento. El héroe que puede tomarla
como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere,
es potencialmente el rey, el dios encarnado, en la creación de el mundo de
ella.
Por ejemplo, se cuenta la
historia de los cinco hijos del rey irlandés Eochaid; de cómo, un día que
fueron de cacería, se encontraron perdidos, cercados por todas partes. Como
estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el
primero “y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie. El
aspecto de la vieja era este: más negro que el carbón era cada pedazo y parte
de su cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje
era la grisácea y metálica masa del pelo que crecía en al parte superior de su
cabeza, tenía en la cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta
tocar su oreja y con ella podía cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento;
tenía los ojos oscurecidos y nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas
amplias; la barriga arrugada y pecosa, de diversas maneras enferma; deformes y
torcidas las pantorrillas , que terminaban en pesados tobillos y un par de
enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas. Toda la
descripción de la dama era de hecho asquerosa. ‘Así eres ¿no es verdad?’, dijo
el muchacho. ‘Así mismo soy’, contestó ella. ‘¿Es verdad que estás cuidando la
fuente?’, preguntó, y ella dijo: ‘Es verdad’. ‘¿Me das permiso de llevarme un
poco de agua?’ ‘Te lo doy -consintió ella-, pero primero has de besarme en la
mejilla’. ‘De ningún modo’, dijo él. ‘Entonces no te he de conceder el agua’. ‘Te
doy mi palabra -dijo él-, de que prefiero perecer de sed antes que darte un
beso.’ Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les
dijo que no había podido conseguir el agua.”
Olioll, Brian y Fiachra
de la misma manera fueron en su busca e igualmente llegaron a la misma fuente.
Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja, pero le negó el beso.
Finalmente fue Niall y
llegó a la misma fuente. “‘¡Déjame tomar agua, mujer!’, le gritó. ‘Te la daré
-dijo ella- si me das un beso.’ Él contestó: ‘No sólo te daré un beso sino que
te abrazaré’. Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó
dicha operación y él la miró, no había en el mundo entero una joven de porte
más gracioso, ni universalmente más hermosa que ella: de la cabeza al suelo,
cada una de sus partes podía ser comparada a la nieve recién caída que yace en
los surcos, redondeados y exquisitos eran sus brazos, sus dedos largos y
delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos sandalias de
bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba; la
ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho
indumento un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos
grandes y regios, la boca roja como el fruto del fresno. ‘Esto, mujer, es un
conjunto de encantos’, dijo el joven. ‘Eso es verdad’. ‘Y ¿quién eres tú?’,
insistió él. ‘El Poder Real soy yo’, y pronunció lo siguiente:
‘Rey de Tara. Yo soy el
Poder Real…’
‘Ve ahora -dijo ella- a
tus hermanos y lleva contigo el agua; de hoy en adelante, para hoy y para tus
hijos ha de ser para siempre el reinado y la fuerza suprema… Y así como primero
me has visto fea, brutal y repugnante, y al final hermosa, así es el poder
real: porque sin batallas, sin feroces conflictos no puede ganarse; pero al
final, aquel que es rey no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.’”
(35)
Notas
(34) Ibid, pp. 21-22.
(35) Standish H. O’Grady, Silva Gadelica (Londres: Williams and Norgate, 1892), vol. II,
pp. 370-372. Diversas versions se encuentran en los Canterbury Tales de Chaucer, “The Tale of the Wyf of Bather”; en Tale of Florent de Gower; en el poema de
mediados del siglo XV, The Weddynge of
Sir Gawen abd Dame Ragnell; y en la balada del siglo XVII Tha Marriage of Sir Gawaine. Ver, W. F. Bryan y Germaine Dempster, Sourcer and Analogues of Chaucer’s
Canterbury Tales (Chicago, 1941).
No hay comentarios:
Publicar un comentario