domingo

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (18)


Capítulo I

La mala acción del Peludo (1)


LA AMISTAD

Antes, Don Juan había advertido que, siempre que entre el jolgorio él le clavaba los ojos, la Mulita bajaba la cabeza, planchaba con las manitas los percales de su pollera. Le gustó, entonces, prosear con ella para sentir, entre aquel confundirse y equivocarse, algo inocente y puro que Don Juan no había hallado nunca y que su vivir, se estaba viendo, necesitaba. Al Peludo le brillaban los ojos cuando los veía juntos. Y la furia del viejo y la nerviosidad de ella causaron que don Juan no la dejara en ningún baile.

De tal modo, como sin querer, más bien como por broma, fue naciendo un cariño -no podía ser amor por la diferencia de razas- un cariño que, a él, lo iba haciendo cada vez más tierno y triste y, a ella, más ladina y fuerte y envalentonada.

Una noche, en una gran fiesta, la Mulita se acercó a Don Juan en cuanto lo vio y le dijo:

-Tengo que hablarle una cosa, Don Juan, pero si no se ofende.

-¡Hable, no más, m’hija!

La llamaba así porque hermana le parecía poco, de tanto que la quería.

-Usté está mal donde vive, rodeado de quienes no lo quieren y que cualquier día le van a hacer algún daño. Estos tiempos que no tenía nada que hacer le hice una vivienda al lado de la de nosotros y así no tenemos que esperar a los bailes para estar juntos. Vengasé, se lo pido. Y no se enoje. Que no va a estar en lo ajeno sino en lo muy suyo.

Don Juan se estremeció y se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.

-¿Se enojó, Don Juan? -interrogó la pobre, temblando.

-¡Cómo me voy a enojar…! Usté… usté es más buena que el agua, m`hijita. Esta tardecita, no más, hago la mudada. Y esta noche ya la paso allí.

Ninguno de ellos oía ni el acordeón ni las guitarras ni el rasco de las espuelas.

-¡Vamos a estar lindísimo! -suspiró la Mulita.

-¡Cómo no!

-Usté, de mañana, endereza para casa a prosear y a matear. Tío no viene hasta la noche de la pulpería. Yo le cebo mate, conversamos… ¡más lindo!

Don Juan sentía como si una caricia infinita, bajada de lo alto, cruzara su corazón.

-¡Qué m’hijita! -decía-. ¡Tan buena que es; tan buena!

La Mulita lo miraba dichosa desde su caparazón humilde y parda. El mejor que todo lo del mundo, le decía m’hijita y la protegería de los bichos malos.

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