Capítulo I
La mala acción del Peludo (1)
LA AMISTAD
Antes, Don Juan había advertido que, siempre que entre el jolgorio él le
clavaba los ojos, la Mulita bajaba la cabeza, planchaba con las manitas los
percales de su pollera. Le gustó, entonces, prosear con ella para sentir, entre
aquel confundirse y equivocarse, algo inocente y puro que Don Juan no había
hallado nunca y que su vivir, se estaba viendo, necesitaba. Al Peludo le
brillaban los ojos cuando los veía juntos. Y la furia del viejo y la
nerviosidad de ella causaron que don Juan no la dejara en ningún baile.
De tal modo, como sin querer, más bien como por broma, fue naciendo un
cariño -no podía ser amor por la diferencia de razas- un cariño que, a él, lo
iba haciendo cada vez más tierno y triste y, a ella, más ladina y fuerte y
envalentonada.
Una noche, en una gran fiesta, la Mulita se acercó a Don Juan en cuanto lo
vio y le dijo:
-Tengo que hablarle una cosa, Don Juan, pero si no se ofende.
-¡Hable, no más, m’hija!
La llamaba así porque hermana le parecía poco, de tanto que la quería.
-Usté está mal donde vive, rodeado de quienes no lo quieren y que cualquier
día le van a hacer algún daño. Estos tiempos que no tenía nada que hacer le
hice una vivienda al lado de la de nosotros y así no tenemos que esperar a los
bailes para estar juntos. Vengasé, se lo pido. Y no se enoje. Que no va a estar
en lo ajeno sino en lo muy suyo.
Don Juan se estremeció y se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.
-¿Se enojó, Don Juan? -interrogó
la pobre, temblando.
-¡Cómo me voy a enojar…!
Usté… usté es más buena que el agua, m`hijita. Esta tardecita, no más, hago la
mudada. Y esta noche ya la paso allí.
Ninguno de ellos oía ni
el acordeón ni las guitarras ni el rasco de las espuelas.
-¡Vamos a estar
lindísimo! -suspiró la Mulita.
-¡Cómo no!
-Usté, de mañana,
endereza para casa a prosear y a matear. Tío no viene hasta la noche de la
pulpería. Yo le cebo mate, conversamos… ¡más lindo!
Don Juan sentía como si
una caricia infinita, bajada de lo alto, cruzara su corazón.
-¡Qué m’hijita! -decía-.
¡Tan buena que es; tan buena!
La Mulita lo miraba
dichosa desde su caparazón humilde y parda. El mejor que todo lo del mundo, le
decía m’hijita y la protegería de los bichos malos.
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