domingo

EL TALLER DE LA VIDA / confesiones (23)


HUGO GIOVANETTI VIOLA

Primera edición: Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada: Horacio Herrera.

TRES: LA SOLEDAD DEL PARAÍSO

1 / JUAN LUIS GUERRA

Al otro día de volver de mi segundo viaje a Lahti una alumna me trajo una canción que se había puesto muy de moda para ver si podíamos sacarla en la guitarra. Era una bachata dominicana, una especie de bolero rumbeado que cantaba un tal Juan Luis Guerra y yo escuché un pedacito y algo me dolió raro desde la introducción y le pedí que me dejara el cassette.

Y la Programación Divina quiso que me faltara el próximo alumno, justo el de las cinco en sombra de la tarde, y no pude parar de escuchar los aullidos de aquel tipo que me imaginé negro, al estilo Rolando Laserie, y de golpe empecé a ver a mi padre en el tallercito de la primera casa de Punta Gorda, frotándose la cabeza y necesitando a Dios desesperadamente.

Tengo un corazón / mutilado de esperanza y de razón / tengo un corazón / que madruga donde quieras / ay ay ay ay ay ay / este corazón / se desnuda de impaciencia ante tu voz / pobre corazón / que no atrapa su cordura. / Quisiera ser un pez / para tocar tu nariz en tu pecera / y hacer burbujas de amor por donde quieras / ooooh / pasar la noche en vela / mojado en ti / uuuun pez / para bordar de corales tu cintura / y hacer siluetas de amor bajo la luna / mojado en tiiii. / Canta corazón / con un ancla imprescindible de ilusión / sueña corazón / no te nubles de amargura.

Y después de repetir el mojado en ti del estribillo agregaba: una noche / para unirnos hasta el fiiiiiin / cara a cara / beso a beso / y vivir / por siempre mojado en ti.

Me despeinó de veras, y supe sin la menor duda que aquella bachata era una inscripción de amor a lo divino como el Cantar de los Cantares o el Cántico espiritual o la Noche oscura, lo sintiera conscientemente el autor o no.

Y al otro día tenía terapia y le conté la experiencia a Demian y me extralimité, como siempre, desembuchando que si era capaz de meter en una novela esa sed que le descubrí a mi padre, podía hacer algo como El perseguidor.

Bueno, aquí entramos en una zona de alto riesgo, me respondió el agonista torresgarciano que podía estar peleado con el mundo artístico pero conocía muy bien a Cortázar: Una cosa es que hayas tenido lo que los gnósticos llaman una iluminación, y otra la pretensión literaria que se desprenda de eso. Y le faltó agregar: ¿Seguimos tratando de demostrar que somos el genio del barrio?

Se ve que quedó intrigado, sin embargo, de que algo que yo consideraba tan maravilloso estuviese tan de moda y me preguntó cómo se llamaba la canción y cuando supo que era Burbujas de amor cabeceó sin poder disimular demasiado el pavor: Ah. Una que escucha mi hija. Y ahora pareció pensar: Si Giovanetti compara a ese groncho con San Juan de la Cruz estamos liquidados.

Y ese mediodía saqué los tonos de Burbujas de amor y empecé a mostrársela a los alumnos y fue un adolescente muy enamoradizo el que me informó: Juan Luis Guerra no es negro. Es un dominicano que canta con sobretodo y gacho y el otro día le hicieron un reportaje en la televisión y dijo que compuso la bachata inspirado en Cortázar. ¿Viste que te hace sentir en el cielo mismo?

Pumba. Fui corriendo al teléfono a contárselo a Demian, que insólitamente pudo atenderme en horario de consulta. Y le alegré la tarde.

Al poco tiempo conseguí el disco best-seller, que es de calidad muy pareja, y me seguí empapando con el misticismo silvestre y todavía inocente de un hombre que ni siquiera se considera poeta. En 2000, sin embargo, después que le extirparon un cáncer en el ojo, Juan Luis Guerra asumió fervorosamente su religiosidad y unos años antes ya había especificado en el Estadio Centenario que compuso la bachata inspirado en un capítulo de Rayuela.

La pobreza de espíritu, padre. Lo que salvará siempre a los elegidos, que son sencillamente los que no se conforman con menos de Dios.

Y entonces dejé crecer La indecente noche de Yemanjá, una loquísima novela donde incrusto al Papalote y al Lobo de Silvio Rodríguez en la Punta Gorda del 54, y hago que el negro se llame Juan Guerra y cante muchos temas del dominicano, además de reunir a Mozart, Faulkner, Onetti y Bukowski con Manolita y Abel Rosso y su padre, el futuro Isabelino Pena, en el caserón de los Torres García.

Y el propio Silvio Rodríguez deja grabada, además, la extraordinaria Del rojo pelo de Washington Benavides y Eduardo Darnauchans.

Y en el 91 le pedí el alta a Demian y salí a escarbar el mundo con mis muletas de oro. Ahora me faltaban nada más que catorce años para llegar a hundirme en la pecera donde no se ahoga nadie.


2 / SAN JUAN DE LA CRUZ

El día que Demian me dio el alta me recomendó leer la doctrina de San Juan de la Cruz y empecé a estudiar sistemáticamente aquel libro lacre-pozzuoli con filos dorados que me había regalado mi padre en la adolescencia. Lo leía, releía, subrayaba y anotaba nada más que los domingos de mañana, en mi propia misa, y se lo iba comentando y citando a todo el mundo como si regalara postales de la Fonte y Dios me ayudaba mucho, porque nadie se hartaba de maravillarse.

La escritura de aquel hombre tan joven que cuando fue pescado por Santa Teresa de Jesús ya estaba por meterse a cartujo demuestra que una formación universitaria dirigida en Salamanca nada menos que por Fray Luis de León es capaz de planear un desarrollo ensayístico con una exactitud de ascensión matemática y a la vez incapaz de no hipnotizar al paso metaforizando con la gracia abismal de un Platón o un San Agustín o un Dante, y una paleta vocal que apenumbra el rebrillo sensual de un Garcilaso.

Si uno busca ejemplificar todo esto puede buscar en cualquiera de las mil páginas que suman la Subida del Monte Carmelo, la Noche oscura, el Cántico Espiritual y la Llama de amor vivo, que no son otra cosa que explicaciones de poemas, y elegir una frase entre miles. Por ejemplo: Para volar en alteza de oscura fe.

Y ahí ya está todo. Y esta minuciosidad avitralada de construcción marca toda la obra y reúne las condiciones que le exige el santico al pájaro solitario: la primera, que se va a lo más alto, la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico en al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.

Desde aquí baja la verticalidad del relámpago contrarreformista implosivo y logoico, fecundante, hasta la arrebatada reverberación de las obras teresianas, que también empecé a devorar en ratos libres. Ella era asistemática, y puede leerse así. Y los dos se doraron en la parrilla de la incomprensión y murieron pidiendo, sin embargo, que nadie abandonara la ilesia.

Y un día la esposa de un alumno me mandó avisar que en San José de la Montaña había un especialista en San Juan de la Cruz recién llegado de Roma, Aniano Álvarez Suárez, y lo llamé preguntándole a lo bestia si todavía existían las confesiones y esa misma semana nos vimos en el convento de la calle Cooper y lo primero que le zampé fue: Vengo porque quiero aprender a morir.

Y después que verborragié las angustiadísimas aventuras de mi alma el hombre cuarentón largo que no tomaba mate y empurpuraba las misas con una altisonancia más honda que retórica simplemente sonrió: Bueno, lo que yo te propongo es que guardes todo eso, lo hermoso y lo doloroso, y lo conserves siempre contigo. Y ahora lo que tendríamos que tratar de hacer es un Hombre Nuevo.

Y yo debo haber entendido por primera vez que solamente los Hombres Nuevos mueren enamorados del atardecer.

Después Aniano me invitó a reencontrarnos en la eucaristía pero me pidió que no me apurara a ir. Y me midió con una seda acerada y ya no sonrió: Vosotros los uruguayos sois muy particulares. Os asustáis de todos los rituales.

Y el domingo no podía ir en bicicleta y calculé mal la caminata y llegué a la parroquia de Havre cuando mi confesor salía de la sacristía para entrar por la puerta principal y tuvo tiempo de medirme el derrengamiento y murmurar, más contento que asustado: Hombre, vienes corriendo.

Y en ese tiempo un alumno de guitarra que es psiquiatra freudiano me prestó Espacio y tiempo en las patologías mentales del gran Héctor Garbarino, me comentó con entusiasmo, o eso me pareció, que en la Facultad de Psicología habían empezado a dar a San Juan de la Cruz.

Mirá vos, me alegré. Y él, que lamentablemente le tiene un odio a la iglesia capaz de hacerlo sacrificar amistades profundas, aclaró: Publicaron un excelente repartido sobre los santos locos y me acordé de vos. Creo que también analizan a San Pablo y a San Francisco.

Y unos meses después, cuando Guillermo Büsch me presentó a Garbarino no me pude aguantar y le pregunté al autor de la teoría del narcisismo del ser, una formidable vuelta de tuerca de corte freudiano que fundamenta la legitimidad de la aprehensión mística: Disculpe, don Héctor, ¿usted también piensa que San Juan de la Cruz era loco? Y el maestro llenó el Centro de Artistas Plásticos con una carcajada de gallo: Pero qué va a ser loco, mijo. Pero qué va a ser loco.


3 / LA CÁRCEL

El fin de año anterior a mi reconciliación con la iglesia llegaron desde Río de Janeiro Erkki y Sulamit Rëënpää, un editor y una traductora finlandeses que me habían hospedado en Helsinki, y tuve que ir a buscarlos al aeropuerto el mismo día que empezaba nuestra única semana de vacaciones.

Rosina y Nacho salieron de mañana para Atlántida y Micaela se quedó en casa porque esa noche tenía un baile de quince. Y a mediodía yo me comí nada más que un tomate como si fuera una manzana, a la rusa, y cuando fui hasta Avenida Italia y Bolivia para tomar el ómnibus sentí que lo que me envolvía era un viento del reino. Y debió ser así. La lectura de San Juan de la Cruz ya me destapaba contemplaciones a cada rato, aunque nadie me avisó que el manjar que enloquece al dragón de los edípicos es la felicidad.

En el 91, sin embargo, la Bestia ya había atacado a fondo en la casa de los Rëënpää pero yo no estaba capacitado para entender que aquel desastre alcohólico representó la instalación de la batalla decisoria en mi psiquis. Uno piensa que son accidentes. Y en el ordenamiento del paisaje interior no hay suerte ni accidentes que no signifiquen, respectivamente, unión a la energía superior o caída en la neurosis.

Era mi último día en Helsinki y me atacó una especie de éxtasis de irresponsabilidad y empecé a tomar whisky compulsivamente antes de almorzar, cosa que jamás había hecho en mis dos décadas más o menos aceptables de alcohólico con límites, y mientras Erkki cortaba un gigantesco pescado le acepté un vino blanco a Sulamit y de golpe me encapriché: Vamos a llamar a Onetti.

Y me importó un carajo que el fundador de la legendaria Casa Editora Otava que acababa de ser nombrado cónsul honorario por Vargas Llosa y que Jorge Amado siempre recibía personalmente en el puerto nos estuviera sirviendo la comida, y nos fuimos al living con Sulamit y llamé a Juan y lo encontré despierto y cuando le pregunté qué le había parecido Creer o reventar y contestó Macanudo y agregó Cada vez mejor aunque mirá que el Aparicio yo no pude leerlo por el tamaño de la letra y No te olvides que guardé una botellita para vos le expliqué que una traductora finlandesa lo quería conocer y le pasé el teléfono a la desconcertadísima mujer y el próximo recuerdo que tengo es haberme despertado de madrugada sintiendo que el hotel Torni era el Hades de Lowry.

Y cuando localicé a Sulamit deformò hermosamente su castellano para contarme lo cómico del episodio: Ni siquiera te desmayaste. Estabas con los ojos abiertos y te llevé en un taxi al hotel. Caminabas con mucha pena.

Y el fin de año del segundo desastre Erkki contrató un remise señorial y recorrimos la rambla hasta el Columbia, donde les había conseguido una suite con vista al río de Onetti, y a los finlandeses los enamoró Montevideo y sacaron un etiqueta negra para brindar por la grandeza de nuestros humildes países antes que yo me fuera a Atlántida y como en el hotel demoraban en traernos una hielera empezamos a tomar a lo cow-boy y se me ocurrió llamar a Benedetti y a Galeano y a Bervejillo y les concerté entrevistas y los Rëënpää me regalaron una botella de Chivas y dicen que salí lúcido, aunque el whisky en ayunas es el dragón tal cual.

Sé que recuperé la conciencia mientras caminaba por el puerto y sentí que me pungueaban y me puse a correr a unos chiquilines y a discutir a los gritos con unos malandras en la puerta de un conventillo y de repente apareció un patrullero y terminé en la Seccional primera.

Y después que pude articular mi nombre y domicilio y teléfono llamaron a casa y le preguntaron a Micaela si estaba cuerdo.

Lo asombroso fue que recién me di cuenta que llevaba el Chivas cuando se me reventó contra el suelo y los milicos se reían y empecé a relajarlos y tuvieron que tranquilizarme con un empujonazo y justo llegó un médico del servicio de emergencia donde trabajaba mi hermano y me diagnosticó no sé qué cosa y me salvé de pasar la noche en el calabozo. Claro que el verdadero diagnóstico era Neurótico edípico narcisista que se quiere suicidar junto con su mamá, pero al San Jorge que llevamos adentro le cuesta muchos horrores decidirse a salvar a la doncella. Ella tiene que declamar: -Ya ni siquiera me conoces, hijo, / ¡Si soy tu alma que ha sufrido tanto!

Mi hermano me estaba esperando en la rambla con mis suegros, para llevarme a Atlántida. Y el saludo sonriente de Coco y Olga me iluminó el dolor del esqueleto. Hace décadas que nos tratamos como verdadera familia, pero que no me consideraran un traidor en aquel momento fue lo mejor del mundo.

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