por Victoria Catta
Marguerite Yourcenar
fue una muy importante escritora que se destacó por su capacidad de usar la
historia como fuente y como tema para sus novelas. Sin voluntad de minimizar su
rol a autora de novelas históricas, algo que ella misma no se consideraba, cabe
señalar también que se erigió como una intelectual y que llegó a ser la primera
mujer en ingresar a la Academia Francesa, por lo que se la considera la primera
"Inmortal".
Marguerite Yourcenar es una de
esas autoras que, aunque haya trabajado con todo tipo de literatura, quedaron
indefectiblemente asociadas a un género. En su caso, especialmente gracias
a Memorias de Adriano (1951) y Opus Nigrum (1968), no sorprende verla coronada
como la reina de la novela histórica.
Un rápido paseo por
la vida de Yourcenar, sin embargo, es prueba suficiente para sacarla de esa
casilla y redescubrirla como una intelectual de primera, capaz de poner la
literatura al servicio de otros géneros. Desde muy joven se descubre que la
curiosidad era algo innato en ella. Todas sus biografías la recuerdan sentada
leyendo los clásicos en voz alta por horas junto con su padre, Michel-René,
quien la crio en soledad luego de la muerte de su madre a tan sólo diez días de
su nacimiento en Bruselas el 8 de agosto de 1903. A pesar de esta pérdida, algo
que reaparecerá simbólicamente a lo largo de su literatura, la infancia de
quien entonces se llamaba Marguerite Crayencour parece haber sido una de
idilio. En sus inicios, estuvo el contacto con la naturaleza en la finca
familiar de Mont-Noir, Francia, y luego, tras el
traslado a Paris y Londres, a partir del inicio de la Primera Guerra Mundial,
ya adolescente descubrió los museos y el mundo antiguo, al cual se acercó mucho
más a través del aprendizaje del griego, el latín y el italiano.
Sostenida por la
fortuna familiar, a inicios de la década del veinte publicó por cuenta propia
sus primeros libros de poemas, El jardín de las quimeras (1921)
y Los dioses no han muerto (1922), firmados con el
pseudónimo “Yourcenar”, anagrama imperfecto de su nombre real. El primer
momento de gran reconocimiento, sin embargo, llegó en 1929 con la aparición de
su novela debut, Alexis o el tratado del inútil combate.
Este libro, que recogía la dura confesión en primera persona de un hombre a su
mujer acerca de su homosexualidad, no sólo fue notable por su tema (que permite
relacionarlo con la literatura de André Gide) y por la exploración de
Marguerite acerca de su propia bisexualidad, sino que también fue el primero de
una serie de relatos que demuestran su maestría a la hora de ajustar el
lenguaje al estado mental del personaje retratado.
Ya habiendo
alcanzado cierta notoriedad, la década del treinta fue un momento muy activo en
la vida de Yourcenar. Estos fueron momentos de muchísimo trabajo, en los cuales
combinó trabajos de encargo, como la traducción de Las Olas de Virginia Woolf y la redacción de la
biografía de Píndaro, con otros más personales como La nueva Eurídice (1931) y Fuegos (1936). Por estos años también viajó mucho,
pasando largos períodos en Italia y, a partir de 1934, en Grecia. La historia,
que luego se volvería el tema central de su literatura, empieza a colarse en su
obra por estos años, especialmente con la publicación de Cuentos Orientales (1938) –recopilación y
reversión de leyendas asiáticas – y la muy celebrada novela El tiro de gracia (1939), que se sitúa en el
contexto de la guerra civil rusa de 1917 para explorar las relaciones entre
tres personajes.
La vida personal de
Yourcenar en esta década, no obstante, no parece haberse caracterizado por la
felicidad. Múltiples son las menciones de sus conflictos, especialmente con el
amor no correspondido de André Fraigneau, homosexual y lector de la editorial
Gasset. A pesar de todo el sufrimiento que pueda haber pasado, para finales de
los treinta la situación cambió al conocer a la traductora norteamericana Grace
Frick, mujer con quien tendría la relación más significativa de su vida y con
la cual partió a los Estados Unidos cuando
comenzó la guerra en 1939. La mudanza al nuevo país fue un cambio radical en su
vida, no solo por el desplazamiento, sino porque su trabajo mismo se vio
alterado. Ya sin una fortuna en la cual apoyarse, tuvo que ganar su dinero
dedicándose a la enseñanza en universidades como Sarah Lawrence en Nueva York,
done impartía clases de idiomas. Su presencia en el mundo académico no sólo
significó un cambio de paradigma, sino que además el acceso a las mejores
bibliotecas universitarias de la costa Este significó un nuevo despertar en su
curiosidad. Entregada a la investigación, el tema de su literatura cambió,
dejando atrás todo trazo que pudiera quedar de lo autorreferencial y dando paso
a la cultura y la historia.
Es en este
contexto, instalada finalmente en su nueva patria, con su nacionalidad y su
nombre cambiados oficialmente y con su hogar establecido en Mount Desert
Island, Maine, Marguerite Yourcenar comenzó el que sería, probablemente, el
trabajo más famoso de su vida. En 1949 recuperó algunos de sus escritos que
habían quedado en Europa y entre ellos encontró un proyecto de escritura sobre
el emperador romano Adriano. Tras nuevas investigaciones y reescrituras, el
trabajo terminado, Memorias de Adriano,
apareció en 1951 y la hizo alcanzar la fama internacional. A esta reflexión
apócrifa pero extremadamente bien documentada en primera persona, le siguió,
casi veinte años después otra de corte histórico, Opus Nigrum (1968). Esta novela era bastante
similar en cuanto al estilo, pero se concentraba en el personaje de Zenón, un
alquimista que transita el pasaje de la Edad Media al Renacimiento, y al que
venía estudiando desde la década del veinte. Aunque ambas obras se citan en
general como dos de los ejemplos más importantes de la novela histórica, Yourcenar
siempre escapó a esa clasificación, llegando a afirmar: “nunca en mi vida he
escrito una novela histórica”. Eludiendo los estigmas asociados a este género
y, por extensión, a Yourcenar, Osvaldo Gallone considera que la autora hacía un
trabajo más fino ya que “narra la historia en el marco ficcional de la novela”.
Esta aseveración, que parece una simple salvedad, tiene sentido cuando se
piensa más allá de lo superficial en la obra de Yourcenar. Para este autor,
ella se dejaba, de alguna forma, vaciar completamente y luego se llenaba con la
voz de ese otro que buscaba representar. En los casos de Memorias de Adriano y Opus Nigrum, la apuesta era más alta que en sus libros
previos y no es banal que las voces que adoptó fueran las de Adriano y Zenón,
dos personajes que se encuentran en el medio de un cambio histórico y son
espectadores privilegiados y protagonistas de las transformaciones que el mundo
está sufriendo.
Aunque la
notoriedad de su obra era una buena excusa para recorrer el mundo, sus viajes
por estos años fueron escasos y breves debido a que Grace, su pareja, sufría de
un cáncer general del sistema linfático. Marguerite prefirió quedarse a su lado
y de hecho la acompañó hasta su muerte en 1979, por lo que casi toda la década
del setenta fue una de reclusión. En paralelo, mientras pasaba largas horas en
casa de Mount Desert Island, escribió los dos primeros tomos de El Laberinto del mundo – Recordatorios (1974) y Archivos del Norte (1977) – trilogía sobre la
historia de su familia en la que, sin hacer referencia a sí misma, intentaba
entender un mundo que, según ella, le resultaba igual de ajeno que la antigua
Roma o la Edad Media. La tercera parte, ¿Qué? La Eternidad,
terminaría apareciendo en 1988 de forma póstuma, ya que luego de la muerte de Grace
no dedicó el mismo ímpetu a este trabajo.
En cambio, los
últimos años de su vida significaron una reconexión con el mundo externo,
viajes, una nueva pareja (el fotógrafo Jerry Wilson) y una nueva oleada de
reconocimiento a través de la adquisición de numerosos premios. Entre todos sus
galardones de estos años, el más destacado sin dudas fue su ingreso a la
Academia Francesa en 1980 en remplazo a Roger Callois; momento histórico, ya
que fue la primera “Inmortal” (como se conoce a sus miembros) mujer en
conseguir ese honor.
El 17 de diciembre
de 1987, cuando estaba por partir en un nuevo viaje a Europa, a la India y a
Nepal, Marguerite Yourcenar murió en su hogar de Mount Desert a causa de una
hemorragia cerebral. Sus restos fueron cremados y sus cenizas enterradas en su
propiedad junto con las de su compañera de toda la vida, Grace Frick, y a las
de Jerry Wilson, con una lápida que recupera una frase enunciada por Zenón
en Opus Nigrum: “Complace a Aquél que es capaz de dilatar
el corazón del hombre a la medida de toda la vida”.
(Historia Hoy / 17-12-2018)
(Historia Hoy / 17-12-2018)
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