domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (82)


BURLA-LA-MUERTE (3 / 18)

Papá Goriot hablaba solo ya, porque la señora de Nucingen había llevado a Rastignac al gabinete, donde se oyó el ligero ruido de un beso. El gabinete estaba en armonía con la elegancia de todo el piso, en el que no faltaba nada.

-¿Se han adivinado bien sus deseos, caballerito? -dijo Delfina volviendo al salón para sentarse a la mesa.

-¡Ay de mí, sí, demasiado bien! Este lujo tan completo, estos hermosos sueños realizados y las poesías de una vida de hombre joven y elegante, todo lo siento demasiado bien para merecerlo; pero no puedo aceptarlo de usted, y soy demasiado pobre aun para…

-¡Ah! ¡Oh! ¿Se resiste usted ya? -dijo Delfina con cierta autoridad burlona, haciendo una de esas muecas de que se valen las mujeres cuando quieren burlarse de algún escrúpulo para disiparlo mejor.

Eugenio se había consultado demasiado solemnemente aquel día, y la prisión de Vautrin, acababa de corroborar sus sentimientos nobles demostrándole la profundidad del abismo en que había estado a punto de caer, para que cediese a aquella cariñosa refutación de sus generosas ideas. Una profunda tristeza se apoderó de él.

-¡Cómo! -dijo la señora de Nucingen-. ¿Se negaría usted a aceptar? ¿Sabe lo que significa semejante negativa? Usted duda del porvenir y no se atreve a unirse a mí. ¿Teme usted acaso hacer traición a mi cariño? Si me ama usted, si yo… lo amo, ¿por qué retrocede ante tan poca cosa? Si conociese usted el placer que he tenido en ocuparme de este hogar de soltero, no titubearía y me pediría perdón. Tenía en mi poder dinero suyo y lo he empleado bien, eso es todo. Cree usted ser grande y es pequeño. Además, pide ustede cosas de más importancia -añadió volviéndose hacia su padre después de una pausa-. ¿Cree usted que no estoy tan celosa de su amor como él mismo?

Escuchando esta bonita disputa, papá Goriot sonreía como un salvaje.

-Niño, está usted a la entrada de la vida -repuso Delfina tomando la mano de Eugenio-. Encuentra usted una barrera insuperable para muchas gentes, una mano de mujer se la abre, ¿y retrocede usted? ¡Oh, usted triunfará, hará una brillante carrera, el éxito está escrito en su bella frente! ¿Y no podrá entonces devolverme lo que yo le presto hoy? ¿No daban antaño las damas a sus caballeros armaduras, espadas, cascos, cotas de malla y caballos, para que pudiesen ir a combatir en su nombre en los torneos? Pues bien, Eugenio, las cosas que yo le ofrezco son las armas de la época, útiles necesarios para el que quiere ser algo. Lindo es el granero que usted habita, que se parece al cuarto de papá. Vamos, ¿no comemos? ¿Quiere usted entristecerme? Responda -añadió sacudiéndole el brazo-. Dios mío, papá, decídale usted o yo me voy y no vuelvo nunca más.

-Voy a decidirlo -dijo papá Goriot saliendo de su éxtasis-. Señor Eugenio, iba usted a pedir dinero a unos judíos, ¿verdad?

-¿Qué remedio me queda? -contestó el joven.

-Bueno, ya lo he pescado a usted -repuso el buen hombre sacando del bolsillo una cartera vieja de cuero-. Yo me he hecho judío y he pagado todas las facturas. Aquí las tiene usted. No debe usted un céntimo de todo lo que hay aquí, lo que no es gran cosa, pues asciende a lo sumo a cinco mil francos. Yo se los presto, y a mí supongo que no me los rechazará, porque no soy mujer. Me extenderá usted un recibo en un trozo de papel, y ya me devolverá la suma cuando pueda.

Algunas lágrimas brotaron a la vez de los ojos de Eugenio y de Delfina, que se miraron sorprendidos. Rastignac tendió la mano al buen hombre y se la estrechó.

-¡Hombre! ¿No sois mis hijos? -dijo Goriot.

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