1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
Interrupción de magnates
-Ya está. Te dije que no transpiraras ni una gota por el tema del desfile.
-¿Y estás seguro que se los cagaste, viejito?
-Confiá en mí. Esto es de todos los días en mi trabajo.
-¿Sí? ¿Hay que sabotear mucho desfile produciendo fármacos?
-No, hay que sabotear otras cositas.
-Ni me cuentes, mejor. Ni me cuentes.
-Sí. No venimos acá a hablar de trabajo. Venimos a jugar ajedrez. Aunque si
tanto miedo te da podríamos haber jugado a las damas.
-¡No! Las damas son el ajedrez del comunismo.
DEL BARRIO 8
Diego Miranda había pasado una semana en reposo por decisión de su jefe
para poder sobreponerse de haber asesinado al niño marionetado que robó el
banco.
El policía de los dos egos había aprovechado este descanso para retirar de
la farmacia un par más de frascos del medicamento que le salvaba la vida contrarrestando
el ADN de mierda que le había heredado su padre. Ese padre que le había arruinado
la infancia, todavía antes había comenzado a joderlo cuando le dejó una
malformación cardíaca congénita. Una ley frágil sostenía un plan estatal que le
daba cobertura a policías como él. (La única oportunidad que tenía de
sobrevivir sin ser millonario.)
El Brazas lo había pasado a buscar porque hoy se reintegraba. Hoy era un
día importante: muchas cosas iban a empezar a cambiar en el barrio. También era
el desfile aunque a Diego no le importaba porque le hacía acordar a su
infancia.
Hoy también llegaba el nuevo juez: Justo Cortez (el mismo juez que Diego
Miranda lograría matar unos pocos días después). Darío había sido el primero en
enterarse de la llegada gracias a sus contactos. Un niño que mate a un policía
(y no viceversa) parece haber pasado una ridícula raya-límite haciendo que
desde afuera mandaran un nuevo juez.
En el barrio la vida no es tan etérea como afuera: no es que se pueda tocar
(obviamente) pero se ve con más facilidad: se ve cuando uno tose entre palabra
y palabra, cuando se te desnutre el hambre o cuando alguien sale corriendo
entre balazos de la droga. El juez Cortez nunca había visto su vida pero el
barrio iba a cambiar eso en menos de una semana.
Raúl Brazas se había levantado rutinariamente temprano, había besado a su
hija Lupe y a su mujer para luego conducir el patrullero hasta el recoveco
donde ahora vivía su nuevo compañero: Diego. Lo encontró sentado en la entrada
esperándolo. Al verlo, le sonrió con media boca y le dio la mano a través de la
ventana baja del auto. Charlaron de temas sin profundidad y crearon un amigable
clima de trabajo.
-¿Creés que algo va a cambiar ahora, Raúl?
-No sé, mi amigo. Ya he visto pasar varios jueces y el barrio siempre es el
barrio.
-Suena desesperanzador, ¿no?
-Suena triste, en realidad. Pero no es justo que un viejo como yo venga a
comerte los sueños. Quizás ahora con tu ayuda podamos salir adelante.
-No llevo ni una semana acá y maté a un niño, Raúl. Lo mío sí que suena
triste y desesperanzador.
No hablaron más hasta llegar al edificio del poder judicial. Una casa de
dos pisos, rejas doradas y ladrillos a la vista protegía a unos pocos que
intentaban proteger la ley.
En un despacho recientemente redecorado los esperaba un hombre calvo y
negro, de presencia fuerte y barba prolija. Una voz grave como ronquido salió
desde atrás del escritorio. Una palma rosada los invitó a sentarse.
-Buenos días, caballeros. Voy a ir rápidamente a lo que nos compete ya que
el tiempo nos apremia. Hay demasiadas cosas para hacer en este basurero y ya
empecé. En realidad empecé cuando nombraron mi reasignación y entre
investigaciones supe que el único policía honesto que hay por acá es usted, oficial
Brazas.
-Muchas gracias, señor. Pero somos varios los que-
-Es respetable su intención de defender a sus compañeros pero no es necesario
que me mienta: ya sé todo lo que tengo que saber. También decidí convocarlo a
usted, oficial Miranda, porque es el compañero del oficial Brazas. Nada más que
por eso, para que no lo paralice la responsabilidad que le voy a asignar. Sin
embargo, los recientes acontecimientos me hacen pensar que rápidamente recibió la
acogida del barrio. Quizás también usted se comprometa con la nueva causa.
-Me alegra poder ser de ayuda, señor.
-La cosa es simple: semana a semana les voy a dar los nombres de unos tipos
que necesito que estén tras las rejas. Vamos a ir desde los más pobretones
hasta llegar arriba del todo. Sé que mi predecesor ha hecho estragos con la
imagen de mi puesto, pero todo va a cambiar. Con su ayuda, todo va a cambiar.
-Como ordene, señor.
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