HUGO GIOVANETTI VIOLA
Primera edición:
Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada:
Horacio Herrera.
DOS: EL AMOR DEL PURGATORIO
28 / LOS SECRETARIOS
Saúl se desexilió con la
gente de El Galpón, y hubo una gigantesca caravana que recorrió la rambla igual
que cuando llegó Zitarrosa y en poco tiempo se reorganizó El Seccional de la
Cultura del Partido y yo terminé reafiliándome en el 84 y me propuse trabajar
en la fundamentación teórica del acercamiento empírico que vivían a nivel
continental el cristianismo y el marxismo y Guillermo Fernández me miraba con
pena, aunque ni discutíamos.
La prensa partidaria era
un pasquín llamado La Hora, y en el
85 se reabrió El Popular con forma de
semanario y agarré la página musical y con el tiempo me transformé en el
reportero predilecto el Chancho, y lo saqué hasta del trance de entrevistar a
mismísimo Presidente del Banco de Cuba. Él sabía que yo me las arreglaba para
hacer hablar a la gente y después inventaba las preguntas y novelaba todo y
listo. Un 34 oriental no se achica por eso.
Un par de años antes
Claudio Caprio me había prestado Dialéctica
de lo concreto de Karel Kosik, un checo condenado como factótum de la primavera de Praga y ya aparentemente reinvindicado porque Ruben Yáñez y
Sandino Núñez, por ejemplo, apenas se enteraron que tenía la edición de
Grijalbo, me la sacaron de las manos para fotocopiarla.
Yo me lo devoré y me
parecieron talentosísimas y conmovedoras las vueltas que daba para responder la
célebre pregunta que el propio Marx no pudo responderse, de por qué la Ilíada nos sigue emocionando con una validez estética supratemporal aunque lo que me
tocó fue un pasaje del epílogo donde
Kosik plantea, como pisando huevos: Al
volver los ojos al mundo exterior e indagar las leyes del proceso natural, el
hombre no es por ello menos hombre que al interrogarse dramáticamente sobre sí
mismo: Quid ergo sum, Deus meus, quae natura mea?
Y un día me decidí a
consultar a Arismendi sobre el tema en la flamante y cementéricamente gris sede
del Partido y él me escuchó sonriendo y fue hasta la biblioteca donde se
adoquinaba la obra completa de Lenin y me trajo Materialismo y empiriocriticismo y me señaló los dos párrafos de
filosofía hecha a los tinterazos que exponen la teoría del reflejo que se papagayeaba en nuestros cursillos
formativos y nada más. Y me llevé el libraco y lo leí con disciplina escolar
pero nunca más busqué posibilidades de acercamiento teórico entre los calados universales cristianos y marxistas.
Porque eso no le interesaba, obviamente, ni el Secretario General.
Intervine, sin embargo, a
pedido de León Lev, en un debate organizado en una parroquia donde Esteban
Valenti, Secretario de Propaganda del PCU, profesó nuestro ateísmo tolerante de todas las ideologías que confluyan en una
democracia avanzada hacia el socialismo y etc. etc. y al final levanté la
mano para dar testimonio de que yo era un comunista creyente y el público quedó
encantado.
Y cuando fui a saludar al
hombre mandibular al estilo Spielberg
con el que nunca tuve ni tendré amistad, reconoció: Me viniste fenómeno. Y después de sondearme desde un sótano
merecedor de un paneo de Polanski agregó: ¿Sabés
que tenés cara de cristiano?
Y ninguno sonrió. Pero
una vez que lo cruzamos en un supermercado con Saúl estaba más dicharachero y
no me acuerdo con qué comentario encadenó su autodefinición preferida de
aquellas épocas: Ustedes saben que yo soy
un tano mafioso. Y le parecía un chiste.
Lo que nadie discute es
que su influencia disidente, como él
lo reconoce ahora con orgullo masónico, terminó por dividir al Partido y yo,
lamentablemente, fui unos de los cuzquitos que rabió y metió colmillo mientras
los Secretarios asumían la jubilación del Hombre Nuevo soviético con distintos
humores.
Porque en setiembre de
1989 entrevisté a Arismendi en su casa de Malvín como candidato del Frente
Amplio y me contó con los ojos perlados que cuando tenía dieciocho años y daba
exámenes libres y pasaba hambre con otros camaradas de la Estudiantil Roja, la
gallega que les alquilaba el bulín les guardaba los orillos de fainá y figazza
que vendía en caballetes de Dieciocho de Julio y les aseguraba que Dios iba a
iluminarlos, aunque ellos se rieran de los santos que tenía colgados en las
paredes.
Entonces Alcira Legaspi
me sugirió que preparara otra nota más extensa con el resto del material
grabado y tratara de meterlo en el suplemento de La Hora Popular, como se llamaba al nuevo mamotreto, y cuando se lo
propuse al Chancho, un incondicional de Esteban, me contestó que Arismendi se
podía ir a la mierda.
29
/ BUKOWSKI
El viejo Hank fue la
última influencia literaria directa que tuve, y me ayudó a salir del
empantanamiento posterior a Creer o
reventar, cuando llegué a escribir cuarenta páginas lineales y chandlerianas
de un Isabelino Pena todavía izquierdista y no católico. Quijotesco, quiero
decir.
Y la locura de mi máximo héroe, el viejito con el físico de Leonidas
Spatakis que se hace detective para novelar sus propias aventuras y que terminé
por genealogizar como padre de Abel Rosso, es pura cordura.
El primer libro que
conseguí de Bukowski fue Se busca una
mujer y los asombrosos cuentos Deje
de mirarme las tetas señor y Todos
los ojos del culo del mundo me noquearon. Otro boxeador, por fin.
Y ahora la novedad no
pasaba por la rítmica de los significantes, sino por la geometría completamente
cinematográfica de los montajes conceptuales capaces de surrealizar en
cualquier momento o de saltar arcoíricamente del revolcadero excremental a la
curación mística de las hemorroides.
En el congreso de Lahti
me di cuenta, además, charlando con Robert Stone, que la zona macanuda del establishment imperial lo
rechaza con el mismo hocico levantado de los profesorcitos progresistas, y eso
ya es una garantía de genialidad incomprendida en su tiempo a lo Melville o a
lo Kafka.
O te dicen: ¿Bukowski? Ah, no: tenés que leer a Carver.
Y a mí lo mejor de Carver y de Cheever me deslumbra tanto o más que Chejov,
pero cuando la compulsión violadora de Dostoievski es capaz de relampaguear
santamente en los trapecios me olvido hasta de Tolstoi. Y El mal tipo de Hank o Una
dama muy sabia también enjoyan la carpa de la intemperie, que es el único
circo que importa.
Aclaremos que Bukowski no
sabe novelar con la misma eficacia aunque yo me zampé hasta Pulp. Bueno, tampoco tendría problema en
meterme por cuarta vez con Rayuela o
fundamentar que la desestructuración de Moby
Dick es su mensaje máximo. Y en el 86 empecé una serie titulada Que se rinda tu madre, lo único que
agoté muy rápido en librerías después de Morir
con Aparicio. Claro, con el inolvidable amigo y editor y colega Jorge
Freccero le pusimos un charrúa verde escrachado
en una tapa gris y los temas de los
relatos con político-dictatoriales, pero lo que despeinó fue el mecanismo de punch
bukowskiano, aparte de que volví a la primera y a la tercera persona de
corrido y a tramas casi lineales.
Tuve problemas con mi
terapeuta, sin embargo. Demian sobrellevó la prisión de una hermana y un
hermano tupamaros y está peleado de por vida con el mundo artístico por los
desastres sucesorios que generó la cotizadísima obra de su abuelo, pero además
no podemos olvidarnos que en la república de los amansadores de locos el
inquisidor sigue siendo Platón y es perfectamente comprensible.
Está
muy bien escrito, se dignó a comentar cuando le pregunté
qué le había parecido el cuentario: ¿Pero
para qué siguen machacando con esas morbosidades? Y fue como si agregara: Si tenés pesadillas contámelas a mí y les
buscamos lo símbolos. No tenés la menor necesidad ni el menor derecho a
publicarlas.
Yo me la banqué callado,
y esa misma semana busqué una excusa y suspendí la terapia un par de meses. Si
te pegan, te duele. Lo único que hay que aprender es a no meter un pie descalzo
y sucio, por más poesía que le haya impregnado la peregrinación a la única verdad que sos capaz de soñar,
abajo de la rueda de una ambulancia.
Creer
o reventar demoró bastante en ser aceptada por un
editor, y salió al otro año de que el pequeño éxito cuentístico me resucitara
en las vidrieras y ni siquiera se agotó. Yo acababa de desafiliarme del PCU con
una carta abierta, además, y una rata incondicional del secretario psicótico
publicó una nota que le habían rechazado en Brecha
a un marica lorquiano heterosexual
que precisó un seudónimo para insultarme a nivel personal, y aunque yo sé quién
es no lo voy a nombrar. Pietà.
Escribía buena poesía ante de conseguir empleo en la mafia semiótica.
Lo importante es que el tinguiñazo bukowskiano me enseñó a
condimentar las historias con un ingrediente
indecente demasiado humano que ya no dejé de usar nunca, por menos
comerciales que se hayan vuelto mis libros. Serrat dixit: Nunca es triste la verdad: / lo que no tiene es remedio.
Cuando Jesús de Nazaret
empezó a llamarle hijos del diablo a
los hijos del diablo perdió
popularidad y está testimoniado que le dolió, carajo. Y hasta terminó
asesinando a una higuera. Pobrecito.
30
/ LATHI
En el 89 fui invitado a
participar en el XIV Reunión Internacional de Escritores de Lahti, Finlandia.
Éramos 42 escritores de
31 países, y apenas me instalé en el hotel Torni tuvimos una hora libre antes
de hacer el primer tour por la ciudad y me largué a caminar solo por la calle
Yrjönkatu, porque sabía que iba a
encontrar el mar.
No había cómo perderse,
siempre que fuera y volviera derecho. Helsinki no tiene más de medio millón de
habitantes y esa tarde de domingo estaba prácticamente vacía y avancé entre los
antiguos edificios de colores pastel que no resplandecían ni siquiera en verano
componiéndole un poema a Rosina: Fuese tu
transparencia la que me sedara / cuando bajé a besar los pies del mundo. O ese
verdor cubierto de verdad / que las gaviotas pescan en los parques. / Siempre
habrá enamorados abrazándolo todo. / Y un asombro de mar en la memoria.
Me crucé nada más que con
una pareja de adolescentes y después de preguntarles la hora por señas, porque
nunca usé reloj, decidí seguir buscando la orilla
mientras boxeaba con el poema y enseguida de repechar un par de cuadras muy
arboladas donde había un templo con gigantescos tejados verdes vi el Báltico y volví y me salvé por
unos metros de un chaparrón brutal.
Y es posible que recién
en aquel paseíto, a los cuarentaiún años, solo, me haya sentido feliz por haber nacido.
Pero esa noche soñé que
mi padre estaba agonizando en mi apartamento y yo era el único que tenía que
vigilarle un cuello horrorosamente agujereado y emparchado por unas vendas
plásticas y me quejaba porque ni siquiera me quedaba tiempo para ver la
televisión.
Al otro día viajamos a
Lahti, una minúscula y acerada ciudad olímpica que queda 100 quilómetros al
norte, a orillas del lago Vesijärvi, y tuve que seguir boxeando porque ahora me
moría de miedo.
No quería participar en
un congreso mundial de escritores ni compartir la pieza de un hotel con nadie
ni viajar dentro de una semana a la Unión Soviética ni seguir viviendo ni nada. Era un miedo espantoso a todo.
Y en aquella hora de
ómnibus me enloquecí para resolver un poema-oración dirigido a algo que todavía no había visto: Sol de la medianoche / no nos dejes llorar
en el festejo / ni tender los muñones del niño acuclillado / ni rodar por el
lago hueco de la orfandad. / Sol de la medianoche / déjanos entreabrir esas
plumas violetas / que pueblan los caminos / y olfatear el sedoso lomo de tu
palabra.
Muchos años antes de
incluir de incluir este texto en la segunda edición de Puro verso, en el 99, me di cuenta, escandalizadamente, que era un llamado o la búsqueda de un falo y
como ya no estaba en terapia me las arreglaba igual que Guillermo Fernández con
aquel mate eclesiástico que se le ponía adelante: lo escondía atrás mío y chau.
Y ayer, mientras dejaba
llegar la luz de este capítulo,
recordé el primer gran sueño que tuvo
Jung a los tres o cuatro años y el análisis que hace Gerhard Wehr en su
formidable biografía y entendí.
En el sueño Jung bajaba a
una especie de refugio subterráneo donde había un fabuloso falo reinando en una
especie de altar y mientras lo observaba paralizado oía aullar a su madre: Sí, contémplalo. Ese es el devorador de
hombres.
Y fue recién al volver a
Lahti en el 91, ya completamente sumergido en el estudio de San Juan de la
Cruz, que eyaculé frente a la noche
blanca que coronaba el mismo hotel lacustre donde nos hospedaron en el 89
mi primer poema místico: Hubo un bosque
donde nos atrapamos. / Qué lentísimos niños espesaban / el rosedal del sueño. /
Y respiramos sin rasgar el aire.
Ahora todo parece tan
lógico que asusta. ¿O abriga? En el sueño del Torni no quería ver la muerte de mi padre. Y en el poema
que desenrosqué yendo al congreso le pedí a un sol-falo que no me dejara rodar por la orfandad, aunque hasta que no murió mi madre no me sentí libre para
sustituir a mi padre por el Padre que ella concebía, desde su
sumisión a mi abuela, como un devorador
de sus hijos.
En el capítulo 18 de esta
segunda parte hablé de una depresión mortal que me mandó el inconsciente para
que arregláramos cuentas y todavía no es el momento de desarrollar a fondo ese
tema.
Pero la verdad es que a
mí me faltaba llorar a mi mejor amigo de
todos los tiempos. Y el inconsciente dijo: Hasta que no termines de aceptar que tu padre ya es solamente un hermano
tuyo no vas a poder ver al Padre.
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