Hablan los ojos de Nazim Hikmet
Sobre mi
mano,
la mitad
de una manzana brilla.
La otra
mitad está sobre una mesa a miles de
kilómetros
de aquí.
Es
imposible morder esta mitad
sin que
duela el vacío.
Diario del calcinado
Sale Artaud
chamuscado de su propio cuerpo
para
prenderse fuego,
una y
otra vez
lumbre,
a cada
instante,
con la
consigna de quemar las naves.
Fibras
a José Ángel Leyva
Asomará
un venado para el que siembra tiempo, lo
fabrica,
largas hojas de tiempo, muy delgadas, con
hebras,
cerdas, hilos, filamentos, hilachas,
y escribe
sobre el tiempo de rodillas, sobre un manto
de
sombras, y camina después por la hoja en blanco
donde la
noche está despierta.
Asomará
el venado si el que escribe mete las manos en el
tiempo y
roe, lo muerde, lo desgasta, lo adelgaza, lo
vuelve
tegumento, membrana.
Cuando el
tiempo -pellejo de palabras- roce fugaz el
aire,
asomará un venado
Astillas
I
¿A qué va
uno al espejo?
A
preguntar,
a
inquirir el anverso, la faz, a investigar por uno,
a
rastrear la fachada,
el asunto
es el mismo: interrogarse.
Solo
atiende preguntas el espejo,
abre
ventanas solo a ese llamado.
Su
respuesta es gruñido, un murmullo de noches
arrugadas.
Ese
despeñadero te pisa los talones.
II
Entre
cuatro navajas ondula un río de lava.
III
El espejo
se pudre.
Lo vi con
estos ojos que ya no son los mismos.
IV
Quien
observa al espejo visita una memoria.
Las
brasas del que mira se hunden en el desierto.
V
El espejo
reúne lo que el viento dispersa.
Cintas
a María
Agustina, mi madre
Aros para
bordar, un costurero, toda
la vida
un hilo. Enhebra olores en la cocina, zurce
palabras
desgarradas.
Su
nostalgia es de lino.
Nunca se
nace, siempre
vamos
cosidos a una madre:
Y
calados, botones, bastidores, vivos para la orilla
de la lengua
y encajes en la risa.
Junto a
la rosa triste del alfiletero: mi madre.
El camino
lo alumbran las hebras de una estrella,
un viento
de algodón, resplandor de abalorios.
Y en cada
cosa que levantó el mundo:
la aguja
y el dedal.
Nido de viento
a Dino
Saluzzi
Hundir
las manos en la sombra,
pequeño
estuche del inmenso cielo,
y
arremangarse en la memoria
en esa
caja, nido de los vientos.
Meter las
manos en las sombras,
tantear
las vísceras del instrumento
hasta
encontrar esa bengala
que ardía
en el baldío de mi pueblo.
Hurgar,
pulsar y resoplar,
como
quien entra ciego en otro cuerpo.
Y
murmurar, roncar, bramar,
el que
toca este fueye toca el fuego.
Hay
polvaredas por doquier,
peces de
nácar y unos pingos viejos,
el
resoplar del arrabal,
y la
nostalgia en la palabra “lejos”.
Meter la
sombra en otra sombra
como
quien monta un animal en celo.
Joyas
perdidas en el fueye.
Dicen que
hay oro al fondo del deseo.
Hundir
las manos en la caja,
acariciar
los muslos de un recuerdo.
El bandonión,
sus lenguas sueltas,
sacuden
el follaje del misterio.
El
manosear, el rebuscar,
los
teclados amasan ronroneos.
Pica la
piedra del cayado
el que se
prueba los anillos nuevos.
Qué
diapasón podrá afinar
aquella
carta que no llegó a tiempo.
Una mujer
respira cerca
y es
espiral de niebla y de secretos.
Tantear
del colibrí su fuga,
poner los
ojos en algún “te quiero”.
Pulir la
lágrima, sangrar,
después
arrodillarse ante el silencio.
Meter la
sombra en otra sombra
como
quien monta un animal en celo.
Joyas
perdidas en el fueye.
Dicen que
hay oro al fondo del deseo.
Ronda de la sola
*A Olga
Aredez
Con su
muleta al rojo,
con su
sentir a cuerda,
con su
arenga de lata.
Este
viento de locos
hecho de
manotazos
y relleno
de rabia.
Cuando
falta el abrazo
del
cuerpo que relumbra
montado
en la distancia
suelta un
perro de silbos
en las
tardes del solo
que
escupe noches largas.
Cuando la
vida en fuga te rebana las piernas
y no hay
Cristo que valga.
En la
calle de tierra una madre se alza
contra el
viento a mansalva.
La mujer
de la ronda
y la gota
de sangre que en la esquina la aguarda.
lleva un
nido de cruces empollando en la espera:
“Yo
solita y mi alma”.
Es un
viento sin párpados
carga una
enorme tuba
marcha
dando zancadas.
Apagón de
Ledesma
la patota
de sombras
y la vida
incendiada.
Este
viento de fierro
barre
madres de polvo
te
descascara el alma.
*Olga
Aredez formó parte de Madres de Plaza de Mayo y por años caminó en soledad
todos los jueves alrededor la plaza de Ledesma, en Jujuy, con un pañuelo blanco
en la cabeza y un cartel denunciando los desaparecidos del pueblo en el marco
de la dictadura militar entronizada en Argentina en 1976. Entre las víctimas
por las que reclamaba esta luchadora social ? nacida en Tucumán y fallecida en
2005? se contaba su esposo, el ex intendente de Ledesma doctor Luis
Aredez.
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