lunes

EL TALLER DE LA VIDA / confesiones (18)


HUGO GIOVANETTI VIOLA

Primera edición: Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada: Horacio Herrera.

DOS: EL AMOR DEL PURGATORIO


19 / MORIR CON APARICIO


Durante el 79 escribí más de ochenta páginas de Creer o reventar y tuve que definir un polifocalismo sistémico en el uso de la primera, la segunda y la tercera personas, porque no concebía la historia ni me daban ganas de escribirla utilizando una sola de las tres cámaras de buceo visual y psíquico.

Al Hemingway posterior a Adiós a las armas, por ejemplo, la imposibilidad de conjurar con vuelo las diferentes omnisciencias de la primera y de la tercera persona terminó por secarlo. Pero en el medio siglo posterior la cultura de la imagen llegó a la luna, y tanto las fluctuaciones sanmarianas de Onetti como el más torpe mecanicismo de Vargas Llosa en Los cachorros y la giratoria elasticidad de García Márquez en El otoño del patriarca posibilitaron otra estrategia donde también intercalé la segunda persona ya muy usada pero con una vitalidad de flujo joyceano-faulkneriana.

Y hay que aclarar que sin la maravillosa no-puntuación del insufrible Joyce no tendríamos ese galope de Faulkner que fundó el condado lingüístico latinoamericano, tanto a nivel significante como en la voluntad del monocultivo de las más excrementales que heroicas sagas criollas.

Cuando me explotó novelescamente en el estómago la insondable milonga Como un jazmín del país de Washington Benavides la soñé distribuida en dieciséis casilleros, igual que al patear los azulejos que rodeaban el water haciendo cábulas liceales. Recién después de leer a Jung supe que el 4 representa a la Trinidad más la Virgen o la Trinidad más el diablo, además del enclavamiento alquímico del círculo personal en el pinchudo totum del mapamundi adulto.

Pero además tuve que definir una especie de código para la puntuación que excluía inquisitorialmente al punto y coma y no toleraba más que una sola coma por frase o sub-frase. La sub-frase se generaba con un sencillo y oxigenante dos puntos y chau. Casi un jadeo de parto.

Así encontré un sistema de pausas rítmicas que no abandoné más. Y cuando tuve que mandar a Justo Regusci a morir con Aparicio fabricando remolinos micro y macrotemporales de biopsias psíquicas o terremotos épicos collageados con diálogos o hasta partes de guerra recurrí a la fabulosa y facetadísima dilatación de Mrs. Molly Bloom.

Fueron Hugo Bervejillo y Olver Gilberto De León los que me señalaron la influencia torresgarciana en el cuadriculado de los capítulos, y hace muy poco me di cuenta que el postulado básico arranca con Cézanne, un maestro director de don Joaquín, cuando especificó que lo que él se proponía era organizar el deslumbrante desparramo impresionista con un clasicismo propio.

Y ese reajuste de la significancia del corpus y las texturas estaría marcando una impronta para una ya impostergable prospectiva posterior al boom, y el único colega con el que comparto esa búsqueda es el propio Bervejillo, aunque él apuesta a una fragmentación y reunificación dialéctica prolongadora de Dos Passos, y logra sosegar nada menos que la entalarañante fascinación del relativismo histórico.

Hay otras dos propuestas, además, las de Ibargoyen y Saramago, que podrían definirse como encrestadoras del boom y se enganchan a la revolución personal de Guimarâes Rosa liberando una gozosa mixtura con la pura cepa lírica y un coloquialismo lúdico y por momentos ensayístico que refrescan la globalización de un Sahara empedrado o almidonado por el cambalache de la posmodernidad y la prolijidad neopositivista perseguidora de le petit glamour o la glorieta, Guillermo Ferández dixit.

¿Pero por qué se me ocurrió incrustar Morir con Aparicio en un fresco tan bifronte como el que forma con Ángeles y lobos? Por uno de esos clic que algunos llaman caprichos del azar pero que son el verdadero maná de este infierno tan querido.

Pasó que mi novelita lobera apenas había sacado una segunda mención en el concurso de Acali y El día y la editora colapsó después de publicados los dos primeros premios y Rafael Courtoisie y un servidor nos quedamos sin nada.

Y cuando le dije a Beto Oreggioni que estaba novelando Como un jazmín del país primero se hizo el bobo y después recorrió aquel caserón impregnado por la absurdidad astillada del Tata Brausen que se llamaba Arca y contratacó: Pero me imagino que no le vas a poner el título de la milonga. Eso parece de telenovela. Ponele algo con Aparicio, pelado.

Y es anoche se me ocurrió el título definitivo y cuando Beto dijo Entonces te la publico retoqué Ángeles y lobos y terminé machihembrando un díptico a lo Franny y Zooey que desencandenó toda mi saga y así fueron las cosas.


20 / NACHO

José Ignacio Giovanetti Biagioni, Nacho, nació el 14 de enero de 1981, y lloró tan desesperadamente durante tantas horas porque su extraño destino es adorar al mundo y eso cuesta horrores.

Tiene la misma fluvialidad resplandeciente a prueba de cualquier contaminación de su abuelo Hugo y la misma terquedad matrera para correr hacia el reino de lo correcto sin otra ayuda que la de su caballo que su abuelo Julio o Coco.

Demoró muchísimo en hablar, pero ya antes del año percusionaba perfectamente sobre la cajonera de la camita y hubo que terminar fabricándole un techo con correas para que no se escapara cada cinco minutos.

Su reacción más radical frente a la belleza del jardín fue comérsela, y si lo veías entrar asfixiándose le arrancabas un gran bocado de barro, lo enjuagabas y seguía jugando lo más tranquilo.

Cuando nos mudamos al apartamento él ya tenía dos años y en poco tiempo pasaron dos cosas de alto riesgo, según define Demian a las transparencias del hielo delicadísimo.

Un día Micaela me llamó aullando para que matara una cucaracha y volé hasta el dormitorio sintiéndome Superman, me saqué una chancleta y aplasté al monstruo con un elegante jump-shot aprendido en el Marítimo y cuando traje una escoba y una pala de la cocina encontré a Nacho llorando inconsolablemente.

Dice que la cucaracha tenía derecho a vivir, me explicó Micaela, aunque él se tragó el trance con el mismo hermetismo de cartujo que tiene la madre a la hora de quejarse.

Y otro día entró a mi cuarto a preguntarme qué edad tenía yo cuando murió el Tata Hugo y apenas dije Treintiuno hizo una cuenta rapidísima con los deditos de la mano derecha y se fue.

El miedo, padre, el miedo. Lo único que me consuela es que alguien escribió que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos, y es la pura verdad.

Además el mejor de los poemas que escribió Nacho entre los seis y los ocho años, hasta que se dio cuenta que había nacido guitarrista, reza así: Pelado mi amor desgarré el mío / y ahora estoy yorando y asiendo un río. / Un pez pasa en el aire del río / y llo me digo / curaré al amor mío.

La primera guitarra para adultos que tuvo fue la rubia. El luthier nos la trajo la misma mañana de Reyes aunque bastante tarde, y cuando el futuro alumno y heredero del estrellerío de Olga y Álvaro Pierri la vio rielando alazanamente en el sofá se sentó al lado y no se movió hasta el mediodía, y recién ahora siento que durante esas tres horas oyó toda su vida.

Nunca aceptó ni aceptará el trabajo sacrificado como obligación, pero los elegidos, precisamente, son los que siempre tiene el don de elegir sin el menor pestañeo a favor de la pureza. Son los que cada vez que intercambian un Hola en la vereda en realidad están repitiendo desde su cerebelo ciegamente equilibrista: ¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche!

Nacho dio su primer concierto a los catorce años porque un amigo mío lo invitó y yo dije que eso era imposible para un chiquilín que no estudiaba nada. Entonces quiso tocar y lo preparó Olga, que ya lo había expulsado una vez de su casa por no estudiar nada, y tocó.

Y a los dieciocho años, cuando ya era un concertista internacional con todos los concursos guitarrísticos a los que se presentó ganados de taquito, aceptó una consulta con Demian para tratar de entender por qué no podía trabajar con regularidad y mi psiquiatra sentenció, taladrándome hasta el erizamiento: Este muchacho precisa plantar bandera frente a vos. Tiene demasiado padre. Y si seguís pinchándolo es capaz de dejar la guitarra. ¿Entendés? Entendí. Me lo estaba diciendo el hijo de Eduardo Díaz Yepes y Olimpia Torres Piña, y primer nieto de Joaquín Torres García, al que llegó a agujerearle un cuadro con un flechazo.

Después Nacho hizo una terapia por su cuenta pero terminó por radicarse en Viena para estudiar con Álvaro en la universidad. Ya lleva cinco años allá, y vive con una violinista búlgara y se está por diplomar mientras prepara un repertorio heterodoxo de tango grelero y música ultracontemporánea con yeitos populares.

Nos visitó por primera vez este verano y tocó algunas cosas de una asustante belleza que piensa venir a presentar en público en 2008, aunque con él nunca se sabe.

Y como comenta Salinger en Franny y Zooey, no es que Nacho fume sin parar por vicio. Es que si no tuviera cigarrillos a los que agarrarse se nos escaparía flotando hacia el lugar donde seguramente reina una adoración sin miedo.


21 / EL CANTO POPULAR

Entre el 75 y el 80, cuando la dictadura fue derrotada simbólicamente en un plebiscito donde la gente uruguaya se unió a rajatabla por primera vez desde el festejo de Maracaná, se consolidó una nueva canción de texto tan intergenérica como multigeneracional proyectada a través de espectáculos, discos y espacios radiales que desbordaron la censura fascista activando arquetipos heroicos más acá o más allá de cualquier bandería política.

Casi toda la primera generación de cantantes vinculados a la redención utopista estaba en el exilio, y ahora el propio arte significaba la libertad posible. Y fue el vuelo artiguista lo que prevaleció sobre la prospección con cielorraso de las dirigencias masónicas o marxistas.

Saúl seguía trabajando en México con la amplitud y la eficacia no oportunista de los camaradas cósmicos: era Jefe de Redacción de Plural y colaboraba con el diario Excelsior, donde me publicó reseñas sobre Larbanois-Carrero, Darnauchans, Dino y una ensalada editada por Sondor y CX 10, además de un largo reportaje a Washington Benavides elaborado para la revista. ¿Pero cuáles fueron los arquetipos heroicos básicos alquimizados por aquel canto popular que hipnotizó a este pueblo tan peligrosamente adicto al bienestar de asadito como al impurísimo plomo de la sabiduría universitaria?

O mucho mejor preguntado: ¿cuál fue la herramienta desenterrada por la tribu para bailar y no llorar en la gruta donde ahora pintábamos exorcizantemente a la Bestia con forma de gorila y no de bisonte?

La herramienta ancestral fue la negrura ecuménica, que en nuestro caso fusionó al candombe y la milonga con el rock hasta desencadenar una reverberación religada.

Acá la tierra no se aterremotó femeninamente hasta que el semen de oro del caderazo no le fecundó la fe en un hombre nuevo purificado de las eminencias grises que no gritan de amor.

Y de golpe la primera generación exiliada aprendió a mixturar cualquier arpegio con la lonja y el bajo y el bombo y el redoblante que en los 60 fueron marginales: desde Dino, Mateo y Rada hasta el Momo de los Olimareños. Y los tablados dejaron de ser ghettos para parir, entreverados pero juntos, una rajadura coral de belleza celeste y uruguaya digna de un obelisco.

En el 81 empecé a trabajar con Washington Carrasco y Cristina Fernández, un polifacético dúo intergeneracional que además aportaba la primera gran voz sucesora de Amalia de la Vega, a la que siempre se ignoró olímpicamente por sectarismo machista y político.

Cristina, o la Gallega, le hizo sentir al pueblo una especie de fascinación solamente comparable a la de la Sierra de las Ánimas. Y una vez que estábamos manifestando por Dieciocho alguien la envolvió con una bandera y le dijo Sos patria, y tenía toda la razón del mundo.

En enero del 83 alquilamos juntos una casita en Playa Grande y en esos días compusimos con Washington el Romance del jazmín de madera y ellos empezaron a trabajar en el dueto de Viejas canciones. Y allí vivimos el gigantesco paro cívico que puso al rojo aquel verano, y contemplamos el desalojo y el apresamiento de los obreros que ocuparon la fábrica de pescado de Playa Verde mientras oíamos CX 30, que irradió canto popular todo el día. La belleza celeste no paraba.

El repliegue de la península donde Playa Grande se conecta con Playa Hermosa genera un espejismo crepuscular casi de noche blanca: el sol flota colgado tan aparentemente al sudeste como si se hundiera y saliera al mismo tiempo.

Y una tarde Washington besó la caña alicorada con orejones y mordió la pipa escrutando la gran brasa granate que astillaba la espesura detenida del mar igual que en un Monet y suspiró: Y quiero que me perdonen / por este día / los muertos de mi felicidad.

El primer tema que compusimos, Somos la sal del mundo, fue cantado durante la fiesta que organizó Adempu en el Franzini con Zitarrosa de vuelta en la cancha, nada menos. Y para mí se cumplió un sueño de acercamiento al pueblo más importante que el de la reediciones de los libros.

Y el día que se desexilió Alfredo y los músicos eligieron a Cristina para que le entregara un gran ramo de flores blancas nuestra femineidad empezó, finalmente, a brillar en su sitio.

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