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/ EL ENCUENTRO CON LA DIOSA (1)
La última aventura,
cuando todas las barreras y los ogros han sido vencidos, se representa
comúnmente como un matrimonio místico (ieroj
gamoj) del alma triunfante del héroe con la Reina Diosa del Mundo. Esta es
la crisis en el nadir, en el cénit, o en el último extremo de la Tierra; en el
punto central del cosmos, en el tabernáculo del templo o en la oscuridad de la
cámara más profunda del corazón.
En el oeste de Irlanda
todavía se cuenta la historia del príncipe de la Isla Solitaria y de la dama de
Tubber Tinttye, la llameante fuente de las hadas. Siguiendo el consejo de una
vieja sobrenatural que encontró en el camino, y cabalgando sobre un caballo
pequeño, delgado, sucio, peludo y maravilloso que ella le dio, cruzó un río de
fuego y escapó al peligro que representaba un bosque de árboles que envenenaban
al contacto de sus hojas. El caballo pasó con la rapidez del viento los límites
del castillo de Tubbert Tintye,, el príncipe brincó desde el lomo de su cabalgadura
por una ventana abierta y así llegó al interior del castillo, sano y salvo.
“El lugar, que era
enorme, estaba lleno de gigantes dormidos y monstruos de la tierra y del mar,
grandes ballenas, anguilas largas y resbaladizas, osos y bestias de todas
formas y especies. El príncipe pasó cerca de ellos y por encima de ellos hasta
que llegó a una gran escalera. Al final de la escalera entró en una cámara
donde encontró la mujer más hermosa que había visto, dormida en un diván. ‘No tengo nada que decirte’, pensó el príncipe
y pasó a la próxima, y así miró en doce cámaras y en cada una había una mujer
más hermosa que la anterior. Pero cuando llegó a la cámara decimotercera y
abrió la puerta, un relámpago de oro apagó la vista de sus ojos. Estuvo de pie
un momento hasta que la vista le volvió y luego entró. En la gran cama
brillante había un diván de oro montado sobre ruedas de oro. Las ruedas giraban
continuamente y el coche daba vueltas y vueltas, sin detenerse ni de día ni de
noche. En el diván yacía la reina de Tubber Tintye y si sus doce doncellas eran
hermosas, no lo parecían junto a ella. A los pies del diván estaba Tubber
Tintye, la fuente del fuego. Había una cubierta de oro sobre la fuente y daba
continuamente vueltas con el diván de la reina.
‘Por mi honor -dijo el príncipe-,
que descansaré aquí un momento’. Y se subió al diván y no lo abandonó por seis
días y seis noches.” (28)
La Dama de la Casa del
Sueño es una figura familiar en el cuento de hadas y en el mito. Ya hemos
hablado de ella en las formas de Brunilda y la Bella Durmiente. (29) Es el modelo de todos los modelos de belleza,
la réplica de todo deseo, la meta que otorga la dicha a la búsqueda terrena y
no terrena de todos los héroes. Es madre, hermana, amante, esposa. Todo lo que
se ha anhelado en el mundo, todo lo que ha parecido promesa de júbilo, es una
premonición de su existencia, ya sea en la profundidad de los sueños, o en las
ciudades y bosques del mundo. Porque ella es la encarnación de la promesa de la
perfección; la seguridad que tiene el alma de que al final de su exilio en un
mundo de inadecuaciones organizadas, la felicidad que una vez se conoció será
conocida de nuevo: la madre confortante, nutridora, la “buena” madre, joven y
bella, que nos fue conocida y que probamos en el pasado más remoto. El tiempo
la hizo desaparecer y sin embargo existe, como quien duerme en la eternidad, en
el fondo de un mar intemporal.
Notas
(28) Jeremiah Curtin, Myths and Folk-Lore of Ireland (Boston, Little Brown and Company,
1890), pp. 101-106.
(29) Supra,
pp. 64-65.
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