CANCIONES 29 Y 30
A
las aves ligeras,
leones,
ciervos, gamos saltadores,
montes,
valles, riberas.
aguas,
aires, ardores,
y
miedos en las noches veladores:
Por
las amenas liras
y
canto de serenas, os conjuro
que
cesen vuestras iras
y
no toquéis al muro,
por
que la esposa duerma más seguro.
DECLARACIÓN
(4)
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Pues a todas estas cuatro maneras de afecciones de las cuatro pasiones de el
ánima conjura también el Amado, haciéndolas cesar y sosegar, por cuanto él da
ya a la esposa caudal en este estado y fuerza y satisfacción en las amenas
liras de su suavidad y canto de serenas de su deleite, para que no sólo no
reinen en ella, pero ni en algún tanto la puedan dar sinsabor. Porque es la
grandeza y estabilidad de el alma tan grande en este estado, que, si antes le
llegaban a la alma las aguas de el dolor de cualquiera cosa y aun de los
pecados suyos y ajenos, que es lo que más suelen sentir los espirituales, y
aunque los estima, no le hacen dolor ni sentimiento; y la compasión, esto es,
el sentimiento de ella, no le tiene, aunque tiene las obras y perfección de ella,
porque aquí la falta a la alma lo que tenía de flaco en las virtudes y le queda
lo fuerte, constante y perfecto de ellas. Porque, a modo de los ángeles, que
perfectamente estiman las cosas que son de dolor sin sentir dolor, y ejercitan
las obras de misericordia y compasión sin sentir compasión, le acaece al alma
en esta transformación de amor; aunque algunas veces y en algunas cosas
dispensa Dios con ella, dándoselo a sentir y dejándola padecer por que merezca
más, como hizo con la Madre Virgen -pero el estado de suyo no lo lleva- y con San Pablo.
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En los deseos de la esperanza tampoco pena, porque, estando ya satisfecha, en
cuanto en esta vida puede, en la misión de Dios, ni acerca de el mundo tiene
qué esperar, ni acerca de lo espiritual qué desear, pues se ve y siente llena
de las riquezas de Dios y así en el vivir y el morir está conforme, ajustada a
la voluntad de Dios. Y así, el deseo que
tiene de ver a Dios es sin pena. También las afecciones de el gozo que en
el alma solían hacer sentimientos de más o menos, ni en ellas echa de ver mengua,
ni le hace novedad abundancia, porque es tanta la que ella ordinariamente goza
, que, a manera de el mar, ni mengua por los ríos que de ella salen, ni crece
por los que en ella entran: porque esta es el alma en que está hecha la fuente,
“cuya agua” dice Cristo por San Juan que “salta hasta la vida eterna” (4,14).
Finalmente, ni los miedos de las noches veladores llegan a ella, estando ya
tanta clara y tan fuerte y tan de asiento en Dios reposando, que ni la pueden
oscurecer son sus tinieblas, ni atemorizar con sus terrores, ni recordar con
sus ímpetus. Y así, ninguna cosa la puede ya llegar ni molestar, habiéndose ya
ella entrado (como habemos dicho), de todas ellas en al ameno huerto deseado,
donde toda paz goza, de toda suavidad gusta, y en todo deleite se deleita,
según sufre la condición y estado de esta vida. Porque de esta tal alma se
entiende aquello que dice el Sabio en los Proverbios (15.15), diciendo: “Secura
mens quasi juge convivium”, esto es: “El alma segura y pacífica es como un
convite continuo”; porque así como en un convite hay de todos los manjares
sabrosos al paladar y de todas músicas suaves al oído, así el alma, en este continuo convite que ya tiene
en el pecho de su Amado, de todo deleite goza y de toda suavidad gusta.
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Y no le parezca al que esto leyere que en lo dicho nos alargamos en palabras,
porque, de verdad, si se hubiese de explicar lo que pasa por el alma que a este
dichoso estado llega, todas palabras y tiempo faltaría, y se quedaría lo más
por declarar; porque si el alma atina a dar en “la paz de Dios, que sobrepuja
todo sentido” (Phil. 4,71), quedará todo sentido corto y mudo para haberla de declarar.
Síguese el verso
Por
las amenas liras
y
canto de serenas, os conjuro.
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