domingo

TRES CAPÍTULOS INÉDITOS DE EL GRITO III - RICARDO AROCENA (1)


UNO: CARMELA

José, m´hijo querido, últimamente lo veo inquieto, embroyado… Ayéguese, mocito, creo saber lo que le tá pasando. Acaba de cumplir diez años y es hora de que hablemos, por eso le pedí que me acompañe hoy domingo hasta el cementerio, adonde mi Cecilio y los padres de usté tán enterrados. Nunca le oculté sus verdaderos orígenes, pero lo he criado como a un hijo más, como me lo pidió Camila, cuando apenas de nacido lo entregó en mis brazos. Como puede comprobar, los tres sepulcros, el de su madre, el de Jacinto, su padre, y el de mi querido Cecilio, son vecinos. Juntitos estuvieron en vida y por eso jué mi deseo que juntos estén en la eternidad. ¡Si me parece que los siento, que en este momento nos abrazan…! He intentado que las malezas no los tapen…  Cuide usté que cuando acabe mi tiempo, me pueda reunir con eyos… Solo eso le pido. Como ya le conté, Camila murió acá en Capiya Nueva, en la casa adonde vivimos.  Su cuerpo no agüentó los húmedos calabozos de Montevideo, adonde la introdujeron las partidas peninsulares y adonde debió afrontar las tropelías que le impusieron por su condición de patriota oriental. Jué detenida mientras cruzaba las asperezas de Mahoma; la Negra Tomasa, que la había criado desde muy chica, jué testigo del atropeyo. Enseguida se ayegó hasta donde tábamos pa´ anoticiarnos y salir también eya a Montevideo. Cuando la quisimos detener nos gritó que sus urgencias habían yegado hasta último término, que iba a estar cerca de eya y que sobre los muros de Montevideo taban los laureles que prontamente habrían de coronar la frente de todos. Era tal su determinación que no insistimos. Al cabo de un par de meses, hacia fines de mayo de 1811, Camila jué expelida de aqueya ciudad, en globo, con un grupo de curas y unas familias, y recogida juera del portón por una partida de paisanos, entre los que taba Tomasa. Jacinto y eya la trujeron a Mercedes gracias a la humanidá del General Artigas. Jué en su homenaje que a usté lo bautizaron José. Camila taba muy débil y todos teníamos el desvelo de que pudiese abortar, porque taba en los meses mayores. Murió a poco de parir, en nuestra casa de Dacá. M´hijo querido, le debía esta historia, pa´ que aurita que empieza a hacerse mocito ricuerde adonde tan sus raíces y puedan florecer en su alma los más virtuosos sentimientos. Porque si algo debe quedarle claro, es que sus padres regaron la tierra con su sangre, por cumplir con su deber. No olvide eso nunca. ¿No dice nada? Mire a su madre Carmela que tanto lo quiere y no sea zonzo, no se ataje con su silencio, que no le voy a pedir nada que no pueda dar… Pese a ser tan joven no escapa a usté que la invasión de los portugos, que lo dominan todo, nos ha puesto en el precipicio de la temeridad y la locura. El veneno que lanzan contra la memoria de nuestros patriotas no es un rebozo y no podemos sino escandalizarnos de tanta insidia, por eso quiero que usté esté penetrado de todo lo ocurrido con su familia de origen, pa´ que pueda sostener con honor la defensa de eya y la de todos los que se batieron por la dulce causa. Por eya jué vertida mucha sangre, a la que, no lo olvide cuando se haga mozo, deberá honrar, siempre, siempre… No permita que envenenen su ricuerdo y aunque debemos precavernos mucho en estos tiempos por nuestra seguridá, no deje de escandalizarse de la insolencia con la quieren ocultar las fatigas del pasado. ¡Que en respuesta el odio y la execración marquen sus pasos…! No juimos bandidos, ni vagos, ni exaltados, como aurita repiten, simplemente juimos gente que un día despertó para sacudir el yugo pesado de una esclavitud vergonzosa. No había otra alternativa. Al igual que hoy, el negocio taba quieto, los frutos estancados, el vecindario era delatado y solamente se nos ofrecía confinaciones horrorosas y húmedos calabozos, como los que encerraron a Camila. Jué en estos pagos, querido mío, que comenzó el levantamiento de toda la campaña oriental, ayasito, por el Monte de Asencio. Cansado de humiyaciones, un grupo de vecinos decretó la libertad… Entre eyos taban Cecilio y Jacinto… Cuando Camila murió Jacinto quedó en Capiya Nueva, aun cuando la mayoría de las familias acompañó al General en la Redota. Quería estar cerca para protegernos, pero como era conocida su adicción a la justa causa, debió esconderse. Era famoso en todos los partidos, por haber andado de chasquero y bombero de los insurgentes, como en opinión general, había pocos o ninguno más ardiente y temible. Por ocurrencias políticas los habitantes quedamos en un compromiso muy amargo por la parte activa que tomamos por la libertad y resultamos expuestos a la saña de portugos y godos, tanto que a cualquier parte que deteníamos la vista, se divisaba sino la imagen de la persecución… El enemigo tuvo la viyandá de entrar robando y matando la campaña toda, Mercedes, Soriano, Gualeguay, Arroyo de la China, Viya de Belén, jueron teatro de sus iniquidades… Y Jacinto se sumó a un grupo de paisanos que por todos los medios intentó inutilizar los intentos del enemigo… Cuando podía escapaba hasta nuestro rancho pa´ verlo crecer a usté y matear con la Gringa y conmigo. Taba dispuesto a todo, a defender el suelo hasta morir… Una vez nos dijo, enojado, cuando le comentamos de las tropelías contra los vecinos, que basta de pantomimas, que no había otro árbitro que el de las balas, que mejor que ardiera Troya. En otra de sus visitas nos cantó, lo ricuerdo como si juera hoy.., déjeme vichar los versos que le he tráido: “El que juera sarraceno/ si en esta América habita/ puede vivir con cuidado/ si la patria resucita…” Era un maestro en el canto yano, en el manejo de los instrumentos y versado en la solfa… Lo dejábamos solo con usté y su copla era más dulce que nunca… Pero las visitas lo perdieron. Una noche yegaron hasta las casas unos hombres armados, mientras taba con nosotros. Alguien lo había delatado. Le gritaron… ¡Gayardo, hijo de una gran puta, salí juera que hoy te van a comer los caranchos! Pelió con fiereza, pero cayó herido. Antes de morir nos dijo a la Gringa y a mi, algo que quiero que yeve en su pecho como un trono: nuestros hijos en los transportes de alegría dirán que la libertad que gozan es un legado del valor de sus padres y que nuestro brazo potente jué el que derribó la tiranía. Quería parlamentar esto con usté, mocito, para que no se pierda, pero también le traigo de ricuerdo, de su padre, para que las conserve, estas chupas de paño, con forro de caseriyo, esta camisa de lienzo, este armador de cera fina y estas bordonas de su guitarra, con las que deleitaba las fiestas. Y de su madre este peinetón, este abanico, estos zarciyos, este alfiletero y este Diario que yevaba, adonde anotó los alborotos que corrió en estos pagos, durante su jubilosa infancia y sus aventuras de moza. Esto es todo lo que le quiero decir… Y vamos aurita con Teresa y Felipe que han de tar conjundidos por nuestra larga ausencia y que no dejan de ser sus hermanos por la historia que le he contado. Todo lo contrario.

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