domingo

EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (2)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

PARTE 1

2

Tendría que haber ido a dormir a casa, pensaba yo, los ojos semicerrados, casi sin escuchar el bolero que me llegaba desde atrás, balanceándome en la silla, con la botella de cerveza caliente en la mano. Miraba la plaza, los cables colgados de cualquier manera entre los postes, pero ya casi no veía nada, y el brillo de los árboles me bailaba en los ojos. Vi pasar el ómnibus de las dos, y el brillo del costado me encandiló como un espejo, tuve que dar vuelta la cara pensando algunas malas palabras, pero al final la culpa era sólo mía.

-Sí -dije en voz alta. -Debería haberme ido a dormir a casa.

Ahora era tarde. No había venido en auto, estaba con la barriga demasiado llena y pensar en aguantar el peso del sol durante todas aquellas cuadras, sobre todo después de la casa de los García, que era donde terminaba la sombra, era suficiente como para hacerme seguir cansado.

-Estás poniéndote viejo -dijo Paulo Enrique, sin sacarle la mirada de encima a las cartas que tenía en la mano. -Una cerveza y ya estás así.

-No es sólo por la cerveza. Es que comí de más. Y si no duermo mi siesta de los sábados de tarde no sirvo para nada.

-Te-es-tás-po-nien-do vie-jo -cantó Joaquín, sin sacarle tampoco los ojos de encima a las cartas que tenía en la mano, y al ritmo del bolero que venía desde la máquina del rincón.

-Hasta cuándo, hasta cuándo -le hicieron coro los otros dos.

Ni me tomé el trabajo de decirles nada. Los miré jugar. Había, o habíamos crecido bastante en los últimos años, y si uno se distraía ya no lograba reconocer en ellos, en nosotros, a aquellos muchachitos que íbamos en tardes como estas a pescar del otro lado del parque, saltando descalzos sobre las piedras como si fuéramos monos.

Don Antonio, sentado contra la pared, la pierna extendida sobre una silla, cabeceó medio dormido. Estaba al lado de otros dos viejos, también semidormidos o haciendo que miraban por la ventana. “Y así pasan los días”, cantó una voz ronca de mujer desde el tocadiscos. Pensé que en poco tiempo, algunos años más apenas, tal menos de lo que parecía, Paulo Enrique, Joaquín, Claudio, yo, todos nosotros cambiaríamos de lugar y estaríamos recostado en una pared como aquella, durmiéndonos sentados un sábado de tarde como aquel. Hay que joderse, pensé.

-Diogo -me llamó Héctor desde el otro lado del mostrador. -Teléfono.

-¿Ya me descubriste? -dije, apenas levanté el tubo. A pesar de la música, le reconocí inmediatamente la risa. -No me digas que me estás controlando.

-Bobo. ¿Quién está contigo?

-Todos los vagos juntos. Paulo Enrique, Joaquín y Claudio. Y yo, el más vago de todos.

-Tengo una buena noticia para darte.

-Dejame adivinar. Ya sé: tu madre y tu padre decidieron de golpe irse de viaje y tendremos tu casa a nuestra entera disposición esta noche.

-No. Frío, frío.

-No sé cómo te enteraste que mi madre, mi padre y mi abuela decidieron de golpe irse de viaje, y tendremos mi casa a nuestra entera disposición esta noche.

-Sólo se piensa en eso, ¿eh? No. Llegó Ángel.

-¿Cuándo?

-Hoy. Tiene que haber sido en el ómnibus de las dos.

-Caramba, acaba de pasar por aquí. ¿Cómo te enteraste? ¿Ya lo viste?

-No. Mi padre me contó. Estaba mirando con los binoculares nuevos, y lo vio subiendo desde la plaza.

-Yo sabía que venía, pero no pensé que podría ser justo hoy.

-Bueno, nos vemos más tarde. ¿Cuántas cervezas te tomaste?

-Una, sólo una, la primera y la última. Y ya me estoy durmiendo parado, date cuenta.

Le mandé un beso y colgué. Caminé con la botella de cerveza caliente todavía en la mano, y me senté junto a ellos.

-¿Quién era?

-Miriam. Llamó para contarme que llegó Ángel. Ahora, en el ómnibus de las dos.

-¿Ángel? ¿Volvió? -dijo Enrique.

-Vacaciones de julio -dijo Paulo. -Las mismas que están permitiendo que pases las tardes en lugares como este bar, y que yo te las gane todas -colocó las cartas en abanico sobre la mesa y ni me molesté en mirar. -Pato.

-Entonces va a haber que llamar al hombre -dijo Joaquín, tirando sus cartas.

-Más tarde -dije. -La familia está primero.

-Eso quiere decir que esta noche vamos a tener fiesta -dijo Claudio.

-Primero hay que saber cómo está el hombre. Después vemos.

-Quién fue que volvió, muchachos -preguntó uno de los viejos que no estaba tan dormido como parecía.

-Ángel. Ángel Muñoz, don Alfredo -dijo Paulo.

-Para mí que se volvió -dijo el otro viejo- porque no aguantó quedarse mucho tiempo lejos de Montesaltos.

-Ya es sabido que todo el mundo termina volviendo para aquí, tarde o temprano.

-Es que la ciudad es para los locos, solamente. Allí todo el mundo anda como si alguien estuviera corriéndolo.

-Hasta comen parados y todo, porque no tienen tiempo ni para sentarse.

-¿Y harán las cosas de parados también?

Se rieron, socarrones, y Paulo y yo nos miramos. Claro que enseguida serían mencionadas las naranjas, el vino, el aire de Montesaltos.

-Y además, compadre: ¿dónde hay naranjas como las de aquí?

-¿Y un vino como el de aquí?

-Y el aire, compadre: ¿qué me dice? En la gran ciudad ya no hay más aire, sólo se respira querosén. Hágame el favor.

-Es por eso que la gente se muere más rápido allá.

-Y así lo entierran rapidito a uno, también.

-Si se vinieran para acá sabrían lo que es la vida.

-¿Si se vinieran para acá? Pero usted está mal de la cabeza, compadre. Si pasara eso no habría más lugar para nosotros. Y esto sería grande como la capital. ¿Se imagina, compadre?

-Y entonces todos estaríamos tan locos como ellos. Y estaríamos corre que te corre el día entero.

-¿Qué tal la otra? La revancha -dijo Paulo barajando. -A lo mejor, quién sabe, existe una posibilidad remota, para qué engañarte, de que esta vez ligues algo.

-Dale -dijo Joaquín.

Contra la pared, don Antonio volvió a cabecear, tuvo un estremecimiento, y casi se va al suelo cuando la pierna se le resbaló de la silla.

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