HUGO GIOVANETTI VIOLA
Primera edición:
Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada:
Horacio Herrera.
DOS: EL AMOR DEL PURGATORIO
4 / SERGIO
Mis padres balancearon
muy bien la distribución de los recursos
materiales generalmente saladísimos,
porque decir escasos sería pecar,
entre mi hermano y yo. Con las primeras comisiones ganadas en Punta del Este le
habían comprado una cachila bigotuda que usaba para ir a la Facultad, y después
del golpe de Estado se paralizó la enseñanza y Sergio llegó a estar preso en el
Cilindro junto con toda la clase y en una tartamuda llamada de larga distancia
de la época terminé pidiendo a gritos que lo mandaran en un charter por dos
meses y chau. Se vendió la Ford T.
Sin caer en manías
lowryanas, lo que nos costó darnos el abrazo del reencuentro que Ernesto estaba
pronto para inmortalizar como un fotógrafo que hubiese sabido que Ghiggia iba a
hacer el gol más grande las historia después de los 30 minutos del segundo
tiempo en Maracaná, simboliza lo que cuesta que dos hermanos de sangre puedan
construir una unidad de hueso.
Hubo un cambio de vuelo y
cuando volví al Stella desesperado después de un plantón de muchas horas en
Orly me enteré que él ya estaba paseando por el quartier con los muchachos. El abrazo frente al Saint-Michel quedó
muy bien fotografiado por el mismísimo Satanás, así que pereferiría
sobredorarlo con otro que hubo en la Estación Central cuando yo tenía dieciséis
años y volvimos del Brasil por tren con un grupo de viaje de Preparatorios.
Sergio siempre fue muy lindo y de chico era gordito y aquel día se me abalanzó
y me mordió las costillas llorando de una manera que terminé por incrustar
aquel canibalismo vallejiano en el final de Morir
con Aparicio, cuando Pablo Regusci se despide de Leonardo. Y así fue este
rebrillo.
Había una calma luna de
invierno, y antes de recorrer el laberinto-maqueta medieval de la Huchette y
cenar en el pub Saint-Germain nos tomamos un rouge y supe a boca de jarro que Sergio acababa de separarse de la
novia-mujer de su vida y me sentí relampagueantemente en misión.
El Stella era tan caótico
que el conserje mauriziano ya había acomodado otro colchón en el suelo sin
hacer más preguntas, pero aquella noche fue imposible dormir y al final nos
zampamos las milanesas caseras que nos mandó mi madre y amanecimos en
Montmartre y de tarde ya fuimos al museo impresionista y terminamos cuerpeando
una tormenta debajo de una pata de la Tour Eiffel y de golpe se horizontalizó
un túnel sobrehumanamente amarillo desde el Trocadero y una niña en patines se
irisó entre la lluvia y nos reímos al unísono: ¿Sabés que acabo de acordarme de Roche?
Aunque recién al otro día
recibí un fruto del timbó charrúa,
una oreja de negro, que el supuesto
no religioso y no supersticioso Leonel me había mandado para que me protegiera. Y nunca dejé de recomendarle con total
fervor y sin la menos vergüenza a todo el mundo que las recojan donde las vean
y las guarden y las regalen, porque tienen un poder invencible contra la
envidia de Satanás.
Emilio Arteaga se había
mudado de Épinay-sur-ôrge, un pueblito de la banlieue sud que a mí me
emocionaba porque quedaba cerca de Massy y una noche nos largamos a visitarlo y
nos fumamos un petardo oyendo Band on the
run y a Sergio le pegó horrible y no podía sacarse de la cabeza a un pato
monstruoso que lo vigilaba desde el jardín, pero al otro día salió a caminar
solo por la plaza y jura que sintió la
inminencia de Ruth atrás de una esquina y yo pensé: Voilà.
Lo más extraordinario es
que justo aquel enero y en plena crisis del petróleo nos haya salido un
contrato de un mes para tocar en la mejor boîte
de Beirut, La grenouille, y
aunque los palestinos ya estaban acampados con metralletas cerca del aeropuerto
y cada semana había un simulacro de bombardeo con sirenas y todo, los
manoseadores del capital, para variar, aseguraban que en aquel enclave estratégico nunca podía haber guerra.
Y pasamos de lujo. Y además pude doblarle el brazo a ¡Absalón, Absalón! en un meteórico tercer intento y escribí un
poema bueno.
Pero mi hermano no
aguantó y tuvo que adelantar el vuelo diez días porque extrañaba
desmoronadamente a Ruth y le valió la pena perderse la excursión a las
fastuosas ruinas de Baalbek: ahora iba
rumbo al amor, viejo Osiris. Al amor irrompible.
Y a los pocos días de
volver al Uruguay me encontré una foto de Ernesto brindando conmigo en el
Escholier la noche que llegó mi hermano y de golpe entré en schock y sentí que
me hundía en aquello y tuve que correr a despertar a Sergio para que me dijera cualquier cosa y no me dejara asfixiar en el sótano
del mundo. Porque allí ya estaba asomada
la fluorescencia asesina que sólo Álvaro Pierri llegaría a conocer in situ conmigo. Sergio guardó la foto y
un día la encontré chamuscada en el taller: le quedaba nada más que la mitad
donde estaba mi cara.
5
/ EL HUEVO CELESTE
Cuando volvimos de Beirut
Carlitos y Colette, su naná, que
merece un capítulo aparte y alfombrado de rojo en estas confesiones, alquilaron
chambre en el segundo piso y nosotros ocupamos la bohardilla de la 22 con el
Cordobés, Ernesto y el Fatiga, un pibe argentino macanudo que casi nunca
trabajaba y siempre tenía hasch,
Fue una primavera más
preciosa que la que viví en cuarto de liceo enamorando a Albita y salíamos a
tomar cerveza con Bénédicte y yo le despintaba los bigotes nevados tratando de
convencerla de que lo único que merece
existir es el amor sin traiciones. Y se lo predicaba en un París poluido
por la excrementalidad ya completamente oficialista de la rata Sartre y el
tigre Althusser y la saga carnavalesca del 68. Reconozcamos que Robespierre
tenía cuero para ducharse con sangre, por lo menos.
Pero como yo soy artiguista,
nunca pude sentirme quijotesco del todo. Y ahora había que escribir de verdad,
además, y después de la indigestión absaloniana conseguí A la sombra de las muchachas en flor y tampoco paraba de releer El largo adiós y El astillero abriéndolos en cualquier capítulo y de golpe me quedé
sin concepción de frase ni de estructura y traté fervorosamente de
frankesteinizar la policial pero, para hablarlo en Boccanera, ya no me quedaba
más que polvo para morder. Y fe.
Y una tarde de tormenta
el Fatiga armó un petardo con forma de pez martillo y de golpe sentí que París
acababa de tapizar el ventanuco que daba a la Monsieur-le-Prince con una
floralidad carnívora invertida, porque lo que te devoraba era algo así como la
Más Dimensión bajada en el Tabor para el pescador rocoso y los Hijos del
trueno.
Entonces agarré la
máquina portátil que me había ayudado a comprar Sergio en enero y eyaculé sin
corregir una sola letra, sentadito a lo Buda en la catrera y todavía con
uniforme de siesta: Ya no tengo el
aliento sedoso de la lluvia / de aquel verano azul / que me tejió mi madre. /
París pone su huevo celeste a contraluz / y una playa desierta se cierra
acariciándome / como la cruz del sur / la estación de la música.
Y sentí una terrible
nostalgia de la casa de Piriápolis adonde me invitaban mis tíos los Vanoli sin
palpar en absoluto la transfiguración
vertical que me estaba encajando la irrefrenable calva bajo millones de
años de intemperie estrellada.
Y además desconfié un
poco de la falta de guerra que me ofreció el poema. Lo único que tenía pulido a cojones y consideraba digno de sobrevivir en medio año de
despelotadísimo papelerío eran apenas cuatro odas a Peti que resudé con la todopoderosa devoción incondicional que nos
hace provocar la PAX-LUX del orgasmo en el Otro que se ama.
Porque
esa es la cuestión de vida o muerte, coño. Y si los popes de
las Facultades y los talleres no saben eso,
o no saben explicarlo, que se
dediquen a un trabajo oficinesco o se masturben el ego sin tarar a la gente. Y
todavía ganando un sueldo. Biblia pura, señores: el falo del Espíritu enjoyando la Mar y el Verbo chispea así o no
chispea. No hay ninguna conducta o discurso fundacional a nivel científico,
ético o estético que funcione sin iluminar
evolutivamente a la materia. Y nuestro único orgasmo verdadero es el orgasmo de
nuestro Otro. Pregúntele a la lluvia.
Y a los pocos días hubo
apagón y como nadie quería bajar a conseguir velas escribí el primer poema
mental de mi viaje y terminé pasándolo en limpio a tientas. Era un soplo
dialéctico del anterior y no entiendo por qué no lo incluí en la primera
edición de París póstumo, pero me
acuerdo que las aliteradas volutas del final le dieron un laburo achicharrante
a mis enmarujados requesones.
Qué
triste imagina / la ciudad de esta noche / la ciudad como un huevo celeste
alrededor / sus paredes remotas desamparando el eco / de mi vida escapada hacia
hondos humos húmedos.
Juan Carlos Macedo nunca
terminó de maravillarse con aquel primer texto, finalmente bautizado Hasch, que desové en la chambre 22, y
creo que de todos mis libros no le gustaba de
verdad nada más. Algo es algo.
Yo seguí desconfiando y
sintiendo que a Hasch le faltaba un toque que demoré en encontrar por lo
menos dos meses. Hasta que una noche íbamos repechando la rue Cujas con los
instrumentos a cuestas y me puse a boxear y boxear y boxear y boxear con el
penúltimo verso y justo entre la mole del Panthéon y el convento donde vivió
Erasmo de Rotterdam llegó la corrección: y
una playa desierta se cierra acariciándome / como el ORO del sur / la estación
de la música.
Pumba. El engarce
flaubertiano pero con con vertical lírica,
Señor. Y después de cinco años, cuando terminé de entender que esa hibridez tan
mozartiana y garciamarquiana al mismo tiempo era la llave para entrar a mi
prosa, me sentí más en forma.
6
/ BIÈVRES
Nos hicimos muy amigos
con Ernesto, y cada tanto me mostraba algunas páginas interesantísimas de un
cuento largo ambientado en el infierno de los quilombos adonde lo llevaba el
padre cuando era chico, y resoñábamos y retocábamos la trama de mi policial ya casi
amortajada pero además yo me empecé a sentir en misión de ayudarlo a creer
en el hombre. El problema siempre es ese.
Hasta que un día decidió pasar la famosa semana
de revisación de su locura en Amsterdam que venía postergando desde que nos
conocimos y volver a la Argentina. A él le llegaban giros de Trelew y además se
le ocurrió fabricar bombos legüeros con envases de chucrut que sonaban fenómeno
y se vendían muy bien. Y también llegó a lavar platos doce horas de corrido en
el restaurant del edificio donde murió la vierge
folle: Paul Verlaine, asesino de palomas.
El Cordobés se fue a
vivir con la cleptómana que conoció en la bohardilla del escenógrafo, y tampoco
volvimos s saber nada de Sinclair Beiles, un mutimillonario poeta ugandés
prologado por William Burroughs y amigo de Bukowski, que lo nombre en los Escritos de un viejo indecente. En la
chambre 9 caía de madrugada a comer yerba mate y nos contaba sus amores con
Paloma Picasso y una vez que yo le estaba enseñando a cantar If I fell a dúo a la nena se me quiso
meter envuelto en una toalla-taparrabos y tuve que encajarle un patadón a lo
Chaplin, pero era cariñoso. Todavía no tenía cuarenta años, y el Bigote decía
que esta vez no salía más del loquero.
Entonces Raúl Maldonado,
un cantante argentino que hizo la primera musicalización de Meta bala de Yupanqui, nos propuso que
formáramos un trío quilapayunesco con repertorio antifascista y muecas ásperas
y ponchos negros y todo lo que ayudara a colocarnos en el incipiente mercado
del exilio, y nos invitó a fotografiarnos en su casona de Bièvres.
El pueblito queda cerca
de Versailles, y cuando veinte años después vi la película que en castellano se
tituló Todas las mañanas del mundo supe
que yo había sido feliz por primera
vez en mi vida en el mismo lugar
donde el cortesano Marin Marais y el ermitaño Saint-Colombe terminaron por entenderse a la Eluard: por escucharse y hermanarse celebrando la
noticia de que estamos bien hechos.
Maldonado y su esposa,
una argentina que me hacía acordar a mi abuela Ana de muchacha, estaban
montando una agencia de espectáculos con buena onda y astucia, y les encantó el
nombre que le pusimos al nuevo trío revolucionario, Cimarrón, y aquella tarde también invitaron a posar en el prado
lleno de puentecitos renacentistas a un flautista clásico vestido de etiqueta
que parecía enguinarldar los robles doradísimos con esas frases de Wolgfang
Amadeus que llegan del más allá y te traen al más acá.
Nosotros esperamos la
sesión tirados en divanes y al lado dormía una perra idéntica a las de Las meninas de Velázquez, que parecía empastada en aquel verdor por el duro deseo de durar, y yo pensé de golpe
que lo único que tenía en la vida eran
cinco poemas como la gente y en lugar de soñar con el triunfo literario me prometí seguir escribiendo para llegar a
sentirme siempre igual que en aquel
momento. ¿Cómo vas a olvidarte, 34 oriental?
No
existe ni la primera ni la última palabra, explicó Bajtin, un
soviético humillado pero blindadamente fiel al mesianismo sano: y no existen fronteras para un contexto
dialógico (asciende a un pasado infinito y tiende a un futuro igualmente
infinito). Incluso los sentidos pasados, es decir generados en el diálogo de los siglos anteriores, nunca pueden
ser estables (concluidos de una vez para siempre, terminados); siempre van a
cambiar renovándose en el proceso del desarrollo posterior del diálogo. En
cualquier momento del desarrollo del diálogo existen las masas enormes e
ilimitadas de sentidos olvidados, pero en los momentos determinados del
desarrollo ulterior del diálogo, en el proceso, se recordarán y revivirán en un
contexto renovado y en un aspecto nuevo. No existe nada muerto de una manera
absoluta: cada sentido tendrá su fiesta de resurrección. Problema del gran
tiempo.
Y en la película que
relata el milagroso redondeo de la hermandad entre Marais y Saint-Colombe
escuchamos primero una sentencia inquietante, Todas las mañanas del mundo no volverán, y después entendemos que
lo compactamente inmortal es la espesura del GRAN TIEMPO que elegimos construir.
Pero aquella noche, al
volver al Stella, encontré a Ernesto tirado en la cama con las córneas color
malvón porque le habían robado una Pentax carísima de la chambre que dejábamos
siempre sin llave y cuando me ofrecí a llamar a la policía chistó Hacé de cuenta que me la afané yo mismo
porque no quiero que se acabe el infierno.
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