domingo

EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (17) - FEDE RODRIGO


1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

Su vida cada vez se parecía menos a una vida. El río eléctrico de cristales estancado en las venas ya se extendía hasta el codo. Los navegaba una y otra vez con su dedo índice como echándose la culpa. Pero era obvio que lo iba a matar el iceberg. No la droga: el iceberg.

Se lo frotó con las yemas para templarlo un poco y se paró. No había nada que hacer. Absolutamente nada. Hoy su vida va a cambiar, lo sabe. Le iba a proponer al tipo raro del tatuaje alrededor del ojo si lo podía ayudar. Su única función era pasear a la vieja sin los dientes v después, nada. Sí, tenía que buscar algo productivo o la mente se le iba a gangrenar.

¡Uh! ¡La vieja! Se había olvidado de lo único para lo que servía. Pasear a la vieja. “¿Qué hora es, amigo?” le gritó mientras corría a un tipo de traje blanco cuando se frenó en seco al recordar que los tipos del barrio no andan de traje blanco. Con un solo dedo el hombre de cabeza calva, lentes de sol y cable negro enganchado a la oreja lo llamó:

-Te buscan.

-Ahora no puedo, mi amigo. Tengo algo importantísimo a lo que no puedo fallar.

-Sí, me imagino que sí. Arrimate a la limo.

-Hola, mi buen niño.

-Hola, señor Darío.

-Podés mirarme. No pasa nada.

-Sí, señor.

-Necesito que me hagas un favorcito. Necesito cobrar un seguro del banco. Necesito que lo robes.

-Pero señor.

-Haceme ese favorcito y nos olvidamos del niño que mataste ¿te parece?

-Sí, señor.

-Buen pibe. Y que no te agarren. Mirás que vas pa adentro seguro. Yo no puedo meterme porque es mi banco el que vas a robar ¿entendés?

-Sí, señor.

-Bueno, volvé a lo tuyo y pórtate bien.

La limusina arrancó con mucha calma. Kevin la vio irse mientras se agarraba la nuca con sus dos manos negras. La verdad es que su vida no había cambiado en lo más mínimo desde que mató al pibe de las botellitas pero ahora era diferente, ahora lo iban a hacer cagar fuego si se escapaba. El frío metálico de su arma enganchada en el vaquero a la altura del riñón por un segundo le ganó al frío del iceberg en su pecho.

Sí, él ya lo sabía. Su vida iba a cambiar. Pero en el barrio, aunque quieras, a veces no te dejan ser bueno.


DEL BARRIO 11

¡Nuevo! ¡Al banco! Le gritaron desde el intercomunicador. Se lo sacó del cinturón y contestó como debía. También sacó de su cinturón un frasco transparente lleno de diminutas pastillas rosadas. Lo destapó y se puso dos sobre la palma. Se las mandó de una con un sorbo de aire. Por esas pastillas se había hecho policía. (Por las pastillas y por su padre.)

Justamente se preguntaba si su padre habría hecho lo mismo. Seguro que sí: sobrevivir. Al final ese hijo de puta que embarazó a su madre estropeándole el ADN, ese que lo cagó a palos de chico para que no le discutiera, ese por el que tenía que esconderse con miedo a estudiar, ese que lo amenazó con matar a su madre si no se hacía policía. Ese, hubiera hecho exactamente lo que él hacía ahora: sobrevivir. Qué asco.

El banco era una porquería: una casita apenas grande con unas luminosas puertas de vidrio. A cada rato pasaba algún endeudado trabajador del barrio que quería avanzar un poquito o una abuela que quería regalarle algo a sus nietos por las buenas notas o alguna pareja que quiere comprar sólo el felpudo de una casa nueva. Sí, todos ellos piden prestada su alma y siempre la pierden en el proceso. En algún lugar, ricos de mierda las coleccionan quién sabe para qué.

Diego era tan inteligente que odiaba al mundo con argumentos. Y se creía capaz no sólo de saber las reglas del juego sino también de hacer trampas. Se creía que era él el que había estafado al narco con sus silencios.

-Necesitamos que muera algún vecinito pobre del barrio para que vuelva la sensación de inseguridad y yo pueda seguir ofreciendo mis servicios. ¿Entendés?

Silencio.

-Son tres tiros al pecho, que se sepa que lo querías matar. Dejale la cara sana así mañana lo mete en la tele.

Silencio.

-Si te reconocen, estás por la tuya. Ni bien pueda, te saco. Me complicás y vas a festejar todos tus cumpleaños adentro, ¿está claro?

Silencio.

-Después te mando la confirmación con el día y la hora.

Darío había dejado las cosas claras ni bien Diego Miranda llegó al barrio. Lo llamó a su número personal (andá a saber cómo carajo lo consiguió). Diego no había sido capaz de contestar nada.

Otro mensaje acababa de llegar: Hoy y a esta hora.

Y ahí estaba, en el robo programado del pequeño banco de barrio.

Respetó todo el procedimiento paso por paso: estacionó la moto sobre la vereda, comprobó que ninguno de sus compañeros hubiera llegado (piensan en cada detalle, se dijo) dio la voz de alto, esperó respuesta, se apostó detrás de la moto mientras desde dentro de la modesta iglesia del capitalismo salía un niño de cabeza rapada y negra con una cajera y todo su miedo de rehén. Ella estaba parada delante con la punta de un arma apoyada en la sien. Atrás, un niño cobarde le gritaba que se fuera si quería que todo saliera bien. Estúpido. Todo era el plan de alguien más. Le repitió que la dejara ir pero el niño no entendió. Y nunca tuvo tiempo de saber que Diego (el tipo de los dos egos) había sido el mejor tirador de su generación y que en un instante en el que la cajera tosió atorada de miedo, disparó preciso al cuello de Kevin. Su vena auricular posterior reventó como por arte de una cirugía de muerte. Cayó.

Listo. Contestó el mensaje menos de media hora después de haber recibido la orden. Se subió a la moto y se fue. La cajera quedó en shock llorando arrodillada y tapándose la cara con las manos al lado del cadáver.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+