domingo

EL JARDINERO FIEL (6) - CLARISSA PINKOLA ESTES



Todo iba bien y reverdecía de nuevo... hasta que llegó cierto día. Aunque la mañana empezó bien, por la tarde se desencadenó el infierno.

La comisión de carreteras del estado envió a unos funcionarios para anunciar a todos los habitantes de nuestra aldea que el estado «anexaría» las tierras que pertenecían a particulares.

El estado construiría una autopista de peaje que atravesaría los tranquilos bosques en los que vivíamos. «Anexarían» bosques y campos enteros, el terreno esencial que permitía curar a los que habían quedado destrozados por la guerra, la tierra donde la gente cultivaba sus alimentos estivales e invernales, los lugares donde los niños jugaban al escondite, los lechos de ramas de pino de los vagabundos que viajaban en tren, los refugios de aquellos cuyo único hogar era un trozo de lona sobre una estaca.

Durante muchos años aquellas tierras habían sido el descanso y el consuelo de nuestras almas.

Mi tío se puso en pie gritando:

-¿Qué significa «anexar»? ¡Lo que ustedes quieren decir es robar, ustedes nos roban!

Varios atemorizados miembros de la familia sujetaron con gran esfuerzo a nuestro tío e intentaron calmarlo.

Todo el pueblo estaba consternado. El estado condenó la tierra y las humildes casas, los destartalados establos, los cobertizos de las herramientas, para vender la tierra a cambio de unos centavos de dólar. A los que trabajaban la tierra, a los que amaban la tierra, a los que vivían de la tierra y gracias a ella, no se les concedía la posibilidad de recurrir ni de dar su consentimiento.

A nuestro tío y a otros refugiados inmigrantes de nuestra familia y de las de muchos de nuestros vecinos supervivientes de la guerra, aquellos acontecimientos les recordaron de forma aterradora las terribles penalidades sufridas durante la guerra: sus tierras fueron ocupadas contra su voluntad; sus alquerías, sus cosechas, sus medios de vida y, por encima de todo, su espíritu y aquello que lo alimentaba les fueron arrebatados en un abrir y cerrar de ojos... por parte de unos hombres... vestidos de uniforme... que insistían... que decían que se limitaban a cumplir órdenes... que pretendían imponer su derecho sobre el de los demás...

El tío Zovár perdió el juicio temporalmente.

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