5 / EL VIENTRE DE LA BALLENA (2)
“Ninguna creatura
-escribe Ananda K. Coomaraswamy- puede alcanzar un más alto grado de naturaleza
sin dejar de existir.” (59) Por supuesto que el cuerpo físico del héroe puede
ser en realidad asesinado, desmembrado y esparcido por la tierra o el mar, como
en el mito egipcio del salvador Osiris, que fue tirado al Nilo dentro de un
sarcófago por su hermano Set; (60) cuando regresó de entre los muertos su
hermano lo asesinó de nuevo, partió su cuerpo en catorce pedazos y los esparció
por la tierra. Los Héroes Gemelos de los Navajos tuvieron que pasar no sólo por
entre las rocas que chocaban, sino por las púas que atraviesan al viajero, por
los cactos que lo hacen pedazos y las arenas ardientes que lo sofocan. El héroe
cuya liga con el ego está ya aniquilada, cruza de un lado y de otro los
horizontes del mundo, pasa por delante del dragón tan libremente como un rey
por todas las habitaciones de su casa. Y allí nace el poder de salvar, porque
el haber pasado y el haber retornado de muestra que, a través de todos los
antagonismos fenoménicos, lo Increado-Imperecedero permanece y no hay nada que
temer.
Y así es como en todo el
mundo los hombres cuya función ha sido hacer visible en la Tierra el misterio
fructificador de la vida, simbolizado en la muerte del dragón, han llevado a
cabo en sus propios cuerpos el gran acto simbólico, diseminando su carne, como
el cuerpo de Osiris, para la renovación del mundo. En Frigia, por ejemplo, en
honor del salvador Attis, crucificado y resucitado, se corta un pino el día
veintidós de marzo, y se lleva al santuario de la diosa-madre, Cibeles. Allí es
envuelto en tiras de lana como un cuerpo y adornado con coronas de violetas. La
efigie de un joven era amarrada al tronco. Al día siguiente tenían lugar un
lamento ceremonial y toque de trompetas. El veinticuatro de marzo se conocía
como el Día de la Sangre: el gran sacerdote sacaba sangre de sus brazos que
presentaba como ofrenda; el sacerdotado inferior danzaba a su alrededor una
danza religiosa, bajo el sonido de tambores, cuernos, flautas y címbalos, hasta
que en un rapto de éxtasis, desgarraban sus cuerpos con cuchillos para salpicar
el altar y el árbol con su sangre, y los novicios, en imitación del dios cuya
muerte y resurrección estaban celebrando, se castraban a sí mismos y se desmayaban.
(51)
Con el mismo espíritu, el
rey de las provincias indias del sur de Quilacare, al completar el duodécimo
año de su reinado, en un día de solemne festival, construía un tablado de
madera y lo cubría con colgaduras de seda. Después de haberse bañado
ritualmente en un tanque, con grandes ceremoniales y al sonido de la música,
venía al templo, en donde adoraba a la divinidad. Después subía al tablado y,
ante el pueblo, tomaba unos cuchillos afilados y empezaba a cortarse la nariz,
las orejas, los labios y todos sus miembros y la mayor cantidad de carne que
podía. Todo lo tiraba a su alrededor, hasta que había perdido tanta sangre que
empezaba a desmayarse y finalmente se cortaba la garganta. (62)
Notas
(59) Ananda K. Coomaraswamy, “Akimcanna:
Self-Naughthing” (New Indian Antiquary, vol.
III,
Bombay, 1940), p. 6, nota 14, donde cita y discute a Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, I, 63, 3.
(60) El sarcófago o ataúd
es alternativa del vientre de la ballena. Compárese con Moisés entre los
juncos.
(61) Sir James G. Frazer,
La rama dorada, (Fondo de Cultura
Económica, México, 1956), p. 404.
(62) Duarte Barbosa, A description of the Coasts of East Africa and Malabar in the Begirming
of the Sixteenth Century (Hakluyt Society, Londres, 1866), p. 172; citado
por Frazer, op. cit., p. 323.
Este es el sacrificio que
rehusó el rey Minos cuando retuvo el toro de Poseidón. Como ha demostrado
Frazer, el regicida ritual tiene una tradición general en el mundo antiguo. “En
la India meridional -dice- el rey gobernaba y terminaba su vida con la
revolución del planeta Júpiter alrededor del Sol. En Grecia, por otra parte, el
destino del rey parece quedar suspendido de la balanza al cabo de cada ocho
años”… “Sin ser demasiado aventurado, podemos conjeturar que el tributo de las siete
doncellas que los atenienses tenían obligación de enviar a Minos cada ocho
años, tenía alguna relación con la renovación de los poderes reales para otro
ciclo óctuplo” (ibid.. p. 329). El
sacrifico del toro exigido a Minos, entrababa que él mismo había de
sacrificarse, según el modelo de la tradición heredada, al terminar el ciclo de
ocho años. Pero parece que él ofreció, en su lugar, el sustituto de los jóvenes
y las doncellas atenienses. Ello tal vez explica cómo el divino Minos se
convirtió en el monstruo Minotauro, el rey autoaniquilado, en el tirano Garra,
y el estado hierático, en el cual cada hombre cumple su papel, en el imperio
comerciante, en el cual cada uno marcha por su cuenta. Tales prácticas de sustitución
parecen haberse convencido en generales a través de todo el mundo antiguo hasta
el fin del gran período de los primeros estados hieráticos, durante los
milenios tercero y segundo a C.
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