LOS ENLACES DE LA VIDA MENTAL
Hay sentimientos,
temperamentos y actitudes que se cruzan en territorios diferentes, o que
suponemos diferentes. Los sentimientos, por ejemplo, aparentemente ajenos a la
razón, sin embargo, responderían sólo a algunos impulsos primitivos, arraigados
todavía como restos arqueológicos del cerebro, si no fueran controlados por el
intelecto, la voluntad de orden y racionalidad. Esta voluntad es muy fuerte
cuando se hace conciencia de los inmensos beneficios con que gratifica a la
vida humana, y en su afán de prosperar busca por todos los medios deshacerse de
los impulsos y las emociones. Sin embargo, se deshumanizaría fácilmente y
tendería a robotizarse si quedara fuera de la esfera de los sentimientos y
permaneciera ajena a los grandes ideales, insensible ante las aspiraciones y
las esperanzas que mueven a la humanidad en forma algo aleatoria, entusiasta y
hasta apasionada.
Así como hay ideas
falsas, hipótesis, teorías y construcciones teóricas erróneas, hay también
emociones falsas, falsos sentimientos, pasiones desviadas y destructoras. Si humanizar es una acción bien vista,
considerada positiva, es bien claro que también consiste en lo negativo, dando
a estas palabras los significados que remiten a lo que favorece o perjudica la
vida de los humanos, sea ésta del tipo que sea. No sólo hay contradicción entre
los planos de actividad mental correspondientes a la subjetividad y a la
objetividad sino, también, entre lo que se supone bueno y lo que se supone
malo, la moralidad y la inmoralidad, lo que encausa individual y socialmente la
realización personal favoreciendo a la vez la realización social, y lo que no
encausa sino que desordena y marea la conciencia y la convivencia.
En las ciencias
axiomáticas, llamadas así porque son construidas a partir de ciertas
convenciones no demostrables, llamadas axiomas (que a no puede ser a y no a, a la vez, o que la multiplicación por
cero de la unidad es igual a cero, por ejemplo), se cumplen perfectamente estos
cruces y superposiciones de territorios y caminos mentales. La obra axiomática
puede nacer de una abstracción casi impensable para desarrollarse como una
herramienta poderosa concebida para ser aplicada sobre la realidad concreta. Y,
desde lo mental y con bases sólo racionales, puede prestar un servicio
insustituible, fuera del alcance de los esfuerzos instintivos de la fuerza
muscular e intuitivos y emergentes de los sentidos corporales. Sin embargo, por
resultar un desarrollo de la inteligencia, no son más que otra manifestación de
los fenómenos psíquicos que tienen que ver con lo humano positivo. Los esfuerzos de los grandes matemáticos, sus
genialidades, su extraordinaria idoneidad para dominar los números, puede llegar
a encerrarse en una simple fórmula, en una ecuación que expresa dos o tres
relaciones en las que se concentra la esencia del conocimiento de la humanidad,
como en la fantasía lo hace un acto de magia.
En el arte el cruce
es providencial por resultar el territorio propio de los sentimientos, las
emociones y las pasiones, y aún de estas manifestaciones humanas cuando
alcanzan un grado superior en belleza, energía, profundidad y perfección. Pero,
véase con cuántas diferencias se salpica esta serie ordinaria de calificaciones
que parece obvia al hablar del arte y de obras de arte. Empezando por “grado
superior”, ya estamos interpolando algo que escapa a lo emocional primario,
porque, las palabras “grado” y “superior” remiten a escalas de alguna manera
mensurables, encuadradas en operaciones racionales escasamente familiares al
plano inconmensurable de los sentimientos. Luego, tenemos “belleza”; pero ¿qué
es belleza? La explicación está lejos de resolverse valiéndose de los
sentimientos y debe encausarse fuera de las emociones y pasiones. ¿Y qué es
“energía” en arte, “profundidad”, “perfección”?
Resultan temas de
disquisiciones, ensayos, hipótesis, grandes teorías e interpretaciones
históricas, materia toda que obligadamente deberá someterse a la recaudación,
la clasificación y el orden. La actitud de los artistas cuando desean explicar su arte difiere mucho de la que
adoptan en el momento en que crean. La estética, ciencia en la que es tan común
lo formal como lo sustancial, la exterioridad como la interioridad, la
comprensión sería inconcebible prescindiendo de los aportes de orden técnico
tanto como del curso de las sensaciones y de las elaboraciones espirituales. En
este dominio es tan legítimo lo ordenado como lo desordenado, lo científico
como lo filosófico, lo previsible como lo contingente.
¿Quién puede negar cientificidad,
es decir, racionalidad y experimentación, a la historiografía, a la sociología,
a la psicología y a las ciencias sociales en general? Son disciplinas que, si
se pasan por alto un instante los diferentes objetos de estudio y sus diversos
propósitos, se advierte que aplican métodos semejantes o aproximados en sus
afanes y posibilidades prácticas a los de la física y la biología. Pero no renuncian
a las intuiciones y especulaciones de la filosofía, ni desprecian las grandes
ventajas de la sencillez y la armonía en sus planteamientos y fundamentaciones.
Estos rasgos prevalecen incluso en la lógica, en la matemática y en la
informática, ciencias en las que la belleza puede definir preferencias entre
dos teorías que compiten en la aceptación general. Por otra parte, la forma literaria
influye grandemente, como se comprueba en algunos autores antiguos y modernos, conocidos
también como buenos escritores: Tito Livio, E. Gibbon, H. Taine, entre los historiadores;
J. E. Rodó, J. Montalvo, M. de Montaigne, H. Bergson, S. Freud, J. L. Austin, entre
los pensadores.
Este último rasgo
es crucial en filosofía. ¿Cómo interviene una bella exposición en el crédito de
una idea? ¿Cómo se llega a convencer, incluso fuera de todo propósito
específicamente filosófico? Es fundamental la claridad, aunque en el siglo XX,
sobre todo en Francia e Italia, se obtuvieran mensajes fecundos a través de la
sugerencia indirecta e incluso de la oscuridad y el hermetismo (J. Derrida, G. Deleuze,
Ph. Sollers y otros, incluidos los cineastas). Un ejemplo de claridad,
originalidad, hondura, sabiduría innata y belleza inigualable, quizá único en
la historia europea, es José Ortega y Gasset. Además del título de mayor
filósofo de España bien podría otorgarse a este hombre el de notable filósofo-escritor,
eximio cultivador de la lengua española. Ortega agrega la belleza, la expresión
literaria, la metáfora y la elegancia idiomática, de la cual era un artífice.
Este punto es decisivo en los pensadores, aunque la tendencia de hoy discurre
hacia el estilo internacional consagrado por las grandes editoriales, que
congela la escritura al globalizarse el idioma, tendencia que resta frescura y
encanto a los libros.
Ha sido
especialmente subrayado por los grandes teólogos el control de la fe por parte
de la actividad racional de la mente, y se ha considerado de igual valor la
participación del intelecto y del sentimiento religioso. San Agustín, en el
siglo IV, y Santo Tomás de Aquino en el XIII, entre los cristianos, algunos
autores antiguos del jasidismo, destacados pensadores de todas las épocas, entre
ellos Schopenhauer, místicos orientales como Krishnamurti y científicos como
Paul Davies han asociado los principios básicos de la sabiduría ancestral con los
conocimientos propios de sus épocas, en un parejo intento por revelar los
misterios del universo, una curiosidad y una pasión que ha convocado al hombre
desde los tiempos más antiguos. Después del concilio Vaticano II, a mediados
del siglo pasado, la Iglesia romana se ha mostrado inclinada a convalidar la fe
y la ciencia, en el intento de armonizarlas en lo posible, superada por los
desbordantes empujes de descubrimientos y logros tecnológicos de los últimos
tiempos.
Especialmente en el
campo de la física teórica y en el de la cosmología, y últimamente en el de la biología
y en el subcampo de la neurología, la reciprocidad entre imaginación y ciencia
fáctica es un fenómeno corriente y familiar. En la imposibilidad de apreciar las
grandes fuentes de energía del cosmos, aun contando con los instrumentos de
observación y captación más sofisticados, se describen apelando al cálculo de
probabilidades y a la imaginación artística (agujeros negros, supernovas,
nebulosas, galaxias lejanas y grupos de galaxias). La física cuántica y las teorías
de campo unificadas no encuentran la forma más apta de presentar al sentido
común el modo de comportamiento del mundo subatómico. A veces apelan a lo que
no podría admitirse si se confiara sólo en los sentidos (una realidad invisible
en la que una misma partícula sigue a la vez dos direcciones diferentes, o en
la que la energía se manifiesta en forma de cuerdas cimbreantes), con lo que
terminan emulando al arte. La biología confía cada vez más en el artilugio axiomático
del algoritmo para rendir cuenta del fenómeno multifacético de la vida. Aún hoy
este fenómeno esconde secretos inveterados, por ejemplo, que una célula siga el
camino para formar un tejido y no otro, o que el desempeño del cuerpo humano dependa
de un neurotransmisor, es decir, de una molécula.
La ética es una disciplina
intermedia entre lo racional y lo instintivo, sacudida tanto por la promisión como
por la apostasía, el presente caótico y violento y la esperanza de un futuro de
perfección y concordia. Ha vacilado en acomodarse a cada ritmo de época,
manteniéndose entre ciertas constantes que no quieren ser principios rígidos
sino direcciones fundamentales de la conducta humana sin las cuales no hay
supervivencia posible. Pero, como señaló en su momento Victoria Camps, “Antes
decíamos: no hay ética sin metafísica ‒o sin religión. Ahora debemos decir: no hay metafísica ni
ciencia sin ética o sin política”. Con lo que se comprueba una vez más el cruce
de planos y se confirma que esta fuente de saber se nutre
más de las prospectivas que del presente actual. No puede seguir la evolución
de la acción humana y va tras sus pasos siempre con retraso.
En la actividad mental,
pues, interviene todo, sea la que fuere, y es difícil discriminar cuándo una dimensión
del psiquismo predomina sobre otra, porque ninguna posee el monopolio de la
conciencia. El cerebro trabaja con sus recursos combinándolos en una danza cuyas
figuras no están establecidas con precisión hasta ahora.
Noviembre de 2018

























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