domingo

JORGE LIBERATI especial para elMontevideano Laboratorio de Artes



LOS ENLACES DE LA VIDA MENTAL

Hay sentimientos, temperamentos y actitudes que se cruzan en territorios diferentes, o que suponemos diferentes. Los sentimientos, por ejemplo, aparentemente ajenos a la razón, sin embargo, responderían sólo a algunos impulsos primitivos, arraigados todavía como restos arqueológicos del cerebro, si no fueran controlados por el intelecto, la voluntad de orden y racionalidad. Esta voluntad es muy fuerte cuando se hace conciencia de los inmensos beneficios con que gratifica a la vida humana, y en su afán de prosperar busca por todos los medios deshacerse de los impulsos y las emociones. Sin embargo, se deshumanizaría fácilmente y tendería a robotizarse si quedara fuera de la esfera de los sentimientos y permaneciera ajena a los grandes ideales, insensible ante las aspiraciones y las esperanzas que mueven a la humanidad en forma algo aleatoria, entusiasta y hasta apasionada.

Así como hay ideas falsas, hipótesis, teorías y construcciones teóricas erróneas, hay también emociones falsas, falsos sentimientos, pasiones desviadas y destructoras. Si humanizar es una acción bien vista, considerada positiva, es bien claro que también consiste en lo negativo, dando a estas palabras los significados que remiten a lo que favorece o perjudica la vida de los humanos, sea ésta del tipo que sea. No sólo hay contradicción entre los planos de actividad mental correspondientes a la subjetividad y a la objetividad sino, también, entre lo que se supone bueno y lo que se supone malo, la moralidad y la inmoralidad, lo que encausa individual y socialmente la realización personal favoreciendo a la vez la realización social, y lo que no encausa sino que desordena y marea la conciencia y la convivencia.

En las ciencias axiomáticas, llamadas así porque son construidas a partir de ciertas convenciones no demostrables, llamadas axiomas (que a no puede ser a y no a, a la vez, o que la multiplicación por cero de la unidad es igual a cero, por ejemplo), se cumplen perfectamente estos cruces y superposiciones de territorios y caminos mentales. La obra axiomática puede nacer de una abstracción casi impensable para desarrollarse como una herramienta poderosa concebida para ser aplicada sobre la realidad concreta. Y, desde lo mental y con bases sólo racionales, puede prestar un servicio insustituible, fuera del alcance de los esfuerzos instintivos de la fuerza muscular e intuitivos y emergentes de los sentidos corporales. Sin embargo, por resultar un desarrollo de la inteligencia, no son más que otra manifestación de los fenómenos psíquicos que tienen que ver con lo humano positivo. Los esfuerzos de los grandes matemáticos, sus genialidades, su extraordinaria idoneidad para dominar los números, puede llegar a encerrarse en una simple fórmula, en una ecuación que expresa dos o tres relaciones en las que se concentra la esencia del conocimiento de la humanidad, como en la fantasía lo hace un acto de magia.

En el arte el cruce es providencial por resultar el territorio propio de los sentimientos, las emociones y las pasiones, y aún de estas manifestaciones humanas cuando alcanzan un grado superior en belleza, energía, profundidad y perfección. Pero, véase con cuántas diferencias se salpica esta serie ordinaria de calificaciones que parece obvia al hablar del arte y de obras de arte. Empezando por “grado superior”, ya estamos interpolando algo que escapa a lo emocional primario, porque, las palabras “grado” y “superior” remiten a escalas de alguna manera mensurables, encuadradas en operaciones racionales escasamente familiares al plano inconmensurable de los sentimientos. Luego, tenemos “belleza”; pero ¿qué es belleza? La explicación está lejos de resolverse valiéndose de los sentimientos y debe encausarse fuera de las emociones y pasiones. ¿Y qué es “energía” en arte, “profundidad”, “perfección”?

Resultan temas de disquisiciones, ensayos, hipótesis, grandes teorías e interpretaciones históricas, materia toda que obligadamente deberá someterse a la recaudación, la clasificación y el orden. La actitud de los artistas cuando desean explicar su arte difiere mucho de la que adoptan en el momento en que crean. La estética, ciencia en la que es tan común lo formal como lo sustancial, la exterioridad como la interioridad, la comprensión sería inconcebible prescindiendo de los aportes de orden técnico tanto como del curso de las sensaciones y de las elaboraciones espirituales. En este dominio es tan legítimo lo ordenado como lo desordenado, lo científico como lo filosófico, lo previsible como lo contingente.

¿Quién puede negar cientificidad, es decir, racionalidad y experimentación, a la historiografía, a la sociología, a la psicología y a las ciencias sociales en general? Son disciplinas que, si se pasan por alto un instante los diferentes objetos de estudio y sus diversos propósitos, se advierte que aplican métodos semejantes o aproximados en sus afanes y posibilidades prácticas a los de la física y la biología. Pero no renuncian a las intuiciones y especulaciones de la filosofía, ni desprecian las grandes ventajas de la sencillez y la armonía en sus planteamientos y fundamentaciones. Estos rasgos prevalecen incluso en la lógica, en la matemática y en la informática, ciencias en las que la belleza puede definir preferencias entre dos teorías que compiten en la aceptación general. Por otra parte, la forma literaria influye grandemente, como se comprueba en algunos autores antiguos y modernos, conocidos también como buenos escritores: Tito Livio, E. Gibbon, H. Taine, entre los historiadores; J. E. Rodó, J. Montalvo, M. de Montaigne, H. Bergson, S. Freud, J. L. Austin, entre los pensadores.

Este último rasgo es crucial en filosofía. ¿Cómo interviene una bella exposición en el crédito de una idea? ¿Cómo se llega a convencer, incluso fuera de todo propósito específicamente filosófico? Es fundamental la claridad, aunque en el siglo XX, sobre todo en Francia e Italia, se obtuvieran mensajes fecundos a través de la sugerencia indirecta e incluso de la oscuridad y el hermetismo (J. Derrida, G. Deleuze, Ph. Sollers y otros, incluidos los cineastas). Un ejemplo de claridad, originalidad, hondura, sabiduría innata y belleza inigualable, quizá único en la historia europea, es José Ortega y Gasset. Además del título de mayor filósofo de España bien podría otorgarse a este hombre el de notable filósofo-escritor, eximio cultivador de la lengua española. Ortega agrega la belleza, la expresión literaria, la metáfora y la elegancia idiomática, de la cual era un artífice. Este punto es decisivo en los pensadores, aunque la tendencia de hoy discurre hacia el estilo internacional consagrado por las grandes editoriales, que congela la escritura al globalizarse el idioma, tendencia que resta frescura y encanto a los libros.

Ha sido especialmente subrayado por los grandes teólogos el control de la fe por parte de la actividad racional de la mente, y se ha considerado de igual valor la participación del intelecto y del sentimiento religioso. San Agustín, en el siglo IV, y Santo Tomás de Aquino en el XIII, entre los cristianos, algunos autores antiguos del jasidismo, destacados pensadores de todas las épocas, entre ellos Schopenhauer, místicos orientales como Krishnamurti y científicos como Paul Davies han asociado los principios básicos de la sabiduría ancestral con los conocimientos propios de sus épocas, en un parejo intento por revelar los misterios del universo, una curiosidad y una pasión que ha convocado al hombre desde los tiempos más antiguos. Después del concilio Vaticano II, a mediados del siglo pasado, la Iglesia romana se ha mostrado inclinada a convalidar la fe y la ciencia, en el intento de armonizarlas en lo posible, superada por los desbordantes empujes de descubrimientos y logros tecnológicos de los últimos tiempos.

Especialmente en el campo de la física teórica y en el de la cosmología, y últimamente en el de la biología y en el subcampo de la neurología, la reciprocidad entre imaginación y ciencia fáctica es un fenómeno corriente y familiar. En la imposibilidad de apreciar las grandes fuentes de energía del cosmos, aun contando con los instrumentos de observación y captación más sofisticados, se describen apelando al cálculo de probabilidades y a la imaginación artística (agujeros negros, supernovas, nebulosas, galaxias lejanas y grupos de galaxias). La física cuántica y las teorías de campo unificadas no encuentran la forma más apta de presentar al sentido común el modo de comportamiento del mundo subatómico. A veces apelan a lo que no podría admitirse si se confiara sólo en los sentidos (una realidad invisible en la que una misma partícula sigue a la vez dos direcciones diferentes, o en la que la energía se manifiesta en forma de cuerdas cimbreantes), con lo que terminan emulando al arte. La biología confía cada vez más en el artilugio axiomático del algoritmo para rendir cuenta del fenómeno multifacético de la vida. Aún hoy este fenómeno esconde secretos inveterados, por ejemplo, que una célula siga el camino para formar un tejido y no otro, o que el desempeño del cuerpo humano dependa de un neurotransmisor, es decir, de una molécula.

La ética es una disciplina intermedia entre lo racional y lo instintivo, sacudida tanto por la promisión como por la apostasía, el presente caótico y violento y la esperanza de un futuro de perfección y concordia. Ha vacilado en acomodarse a cada ritmo de época, manteniéndose entre ciertas constantes que no quieren ser principios rígidos sino direcciones fundamentales de la conducta humana sin las cuales no hay supervivencia posible. Pero, como señaló en su momento Victoria Camps, “Antes decíamos: no hay ética sin metafísica ‒o sin religión. Ahora debemos decir: no hay metafísica ni ciencia sin ética o sin política”. Con lo que se comprueba una vez más el cruce de planos y se confirma que esta fuente de saber se nutre más de las prospectivas que del presente actual. No puede seguir la evolución de la acción humana y va tras sus pasos siempre con retraso.

En la actividad mental, pues, interviene todo, sea la que fuere, y es difícil discriminar cuándo una dimensión del psiquismo predomina sobre otra, porque ninguna posee el monopolio de la conciencia. El cerebro trabaja con sus recursos combinándolos en una danza cuyas figuras no están establecidas con precisión hasta ahora.  


Noviembre de 2018

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