La exposición cruzada que la National Gallery dedica a los maestros del
Renacimiento aporta nueva luz sobre un periodo archiestudiado
Las vidas cruzadas
de Giovanni
Bellini y Andrea
Mantegna dan para un festín de anacrónicas interpretaciones biográficas.
Los cuñados que además eran rivales. El pintor instintivo frente al
intelectual. El hombre de buena cuna frente al hecho a sí mismo. O lo que es
(casi) igual, la distancia que separa Padua (y más tarde Mantua) de Venecia.
La exposición que a ambos dedica la National Gallery de
Londres parte de estas premisas, indispensables desde Vasari para la mejor
comprensión historia del arte y también para enganchar al visitante
contemporáneo del museo-taquillazo. Pero las abandona por suerte enseguida con
un deslumbrante despliegue de 90 obras que ofrece por primera vez en las tres
dimensiones lo que los manuales sobre Renacimiento italiano administran desde
hace décadas con la esquiva emoción de la estampita. Y es lógico que sea el
museo londinense el que haya tomado esta iniciativa, en la que colabora la
Gemäldegalerie, museo estatal de Berlín, adonde viajará después. Dos
interpretaciones de El jardín de la agonía (pintada
primero por Mantegna y después por Bellini) llevaban años sugiriendo la idea
desde su ubicación habitual en el ala Sainsbury del edificio de Trafalgar
Square.
Dado que Mantegna,
18 años mayor, fue al principio un espejo en el que se miraba Bellini, y puesto
que ambos frecuentaron los mismos temas (hasta la versión, como en la Presentación de Cristo en el templo), hay
inevitablemente algo del juego de las siete diferencias en el recorrido.
Mantegna (1431-1506) se enfoca en el dominio de la perspectiva y en la obsesión
del hijo del carpintero por las cruces y las piedras, que retrata una y otra
vez con maníaco detalle, mientras que Bellini (1459-1516) expande literalmente
las composiciones, inventa su propia y bien matizada paleta de colores (¡ese
azul del retrato del dux Leonardo Loredán!) y vuelve sus ojos hacia las nubes y
la naturaleza hasta lograr colgarse la medalla del primer artista en emplear el
paisaje como fuente de emoción. Por fortuna, hay en las seis salas excepciones
a estas reglas, como la excepcional El triunfo de la virtud, de
Mantegna, prestado por el Louvre (del Prado ha viajado El tránsito de la Virgen). En el capítulo de las
similitudes destacan los dibujos, a los que la muestra, en consonancia con la
sólida tendencia expositiva de subrayar su condición de laboratorio artístico,
dedica una especial atención. Tan imposible resulta distinguirlos que alguno de
ellos ha viajado con los años entre ambas autorías.
Por razones obvias,
el interés de los cuatro cocomisarios liderados por Caroline Campbell,
conservadora de la casa, trasciende al tan extendido diálogo forzado entre
artistas de distintas épocas. Tampoco pretenden que uno salga de allí con un
ganador de la justa entre los dos pintores, rivales íntimos, sino con la idea
de que la obra de ambos fue crucial para hacer avanzar una época (apenas seis
décadas entre dos siglos) en la que el arte sufrió un salto adelante comparable
como mínimo con el de la modernidad.
Muchos dibujos de
estos dos artistas son tan similares que algunos han viajado con los años entre
ambas autorías
La buena noticia es
que de la yuxtaposición de estos maestros del Quattrocento, que, aseguran los
comisarios con cuerpo de eslogan, “sentaron las raíces del arte moderno”,
resulta una suma mayor que la simple adición de lo que los dos tienen que
ofrecer por separado. Sucede, por emplear el símil gramofónico, lo mismo que
con los discos de dúos, que acostumbran a vender más del doble.
Se adivina además
otra lógica. Mantegna y Bellini no encienden tanto la imaginación del visitante
corriente como otros grandes nombres del Renacimiento, pero en la época del
evento y de los seguros millonarios, que también es, ay, la del ocaso de las
exposiciones temporales, a los museos les urge renovar el banquillo, como ha
demostrado recientemente el Museo del Prado con Lorenzo Lotto (muestra que
aterrizará en la National Gallery esta próxima semana). Y de esa necesidad
surge una virtud para el amante del arte. Una exposición como esta, que, según
el director de la institución, Gabriele Finaldi, es el fruto de nueve años de
trabajo, ahonda en el conocimiento de una época tan frecuentada como el
Renacimiento, pero desde una nueva perspectiva. Y si resulta un éxito es porque
lo hace sin ceder a la tentación de la digestión rápida: Mantegna & Bellini tiene la rara cualidad de
no ser una exposición fácil que, sin embargo, logra apelar a todos los
públicos.
Mantegna
& Bellini. National Gallery de Londres (hasta el 27 de enero de 2019) y
Gemäldegalerie de Berlín (del 1 de marzo al 30 de junio de 2019). El catálogo
de la exposición está publicado por Yale University Press. 304 páginas.
(El País / 6-11-2018)
(El País / 6-11-2018)

























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