domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (74)


BURLA-LA-MUERTE (3 / 9)

El día siguiente debía ocupar lugar preferente entre los más extraordinarios de la historia de la casa Vauquer. Hasta entonces el acontecimiento más saliente de aquella vida apacible había sido la aparición meteórica de la falsa condesa de Ambermesnil, Pero todo día iba a eclipsarse ante las peripecias de aquel gran día, que había de ser eterno objeto de las conversaciones de la señora Vauquer. Goriot y Eugenio de Rastignac durmieron hasta las once. La señora Vauquer, que había vuelto del teatro a las doce, se quedó en la cama las diez, y el prolongado sueño de Cristóbal, que había acabado el vino que le había dado Vautrin, originó retrasos en el servicio de la casa. Poiret y la señorita Michonneau se quejaron de que el almuerzo se atrasase, y en cuanto a Victorina y la señora Couture, durmieron hasta las nueve de la mañana. Vautrin salió antes de las ocho y volvió en el momento en que el almuerzo estaba servido. Nadie se quejó, pues, cuando a eso de las once y cuarto Silvia y Cristóbal fueron a llamar a todas las puertas diciendo que el almuerzo iba a servirse. Mientras Silvia y el criado se ausentaron, la señorita Michonneau, que había bajado antes que nadie, derramó la poción en el cubilete de plata de Vautrin, en el cual se calentaba, al baño de María, la crema para su café. La solterona había contado con esta costumbre de la pensión para llevar acabo su cometido. Aunque no sin algunas dificultades, los siete pensionistas se encontraron al fin reunidos. En el momento en el que Eugenio se desperezaba y se decidía a bajar, un mandadero le entregó una carta de la señora de Nucingen. La carta estaba concebida en estos términos:

“Amigo mío: No soy vanidosa ni siento rencor contra usted. Lo esperé hasta las dos de la madrugada. ¡Esperar al ser que se ama! El que ha conocido este suplicio no se lo impone a nadie. Ya se conoce que ama usted por primera vez. ¿Qué ha ocurrido? La inquietud se ha apoderado de mí y, si no temiese descubrir los secretos de mi corazón, habría ido a saber qué acontecimiento feliz o desgraciado le había ocurrido. Pero ¿salir a aquellas horas, a pie o en coche, no era perderse? He sentido la desgracia de ser mujer. Tranquilíceme, explíqueme por qué no ha venido, después de lo que le ha dicho mi padre. Me enojaré, peo lo perdonaré. ¿Está usted enfermo? ¿Por qué vivir tan lejos de mí? Una palabra, por favor. Hasta muy pronto, ¿verdad? Si está usted ocupado, con cuatro letras me bastará. Dígame ‘voy o sufro’. Pero si se encontrase usted mal, mi padre hubiera venido a decírmelo. ¿Qué habrá ocurrido?...”

-Sí, ¿qué habrá ocurrido? -exclamó Eugenio entrando precipitadamente en el comedor y guardando la carta sin acabar de leerla-. ¿Qué hora es?

-Las once y media -dijo Vautrin mientras echaba azúcar al café.

El forzado dirigió a Eugenio es mirada fríamente fascinadora de que disponen algunos hombres eminentemente magnéticos, con la cual, según dicen, se calma a los locos en los manicomios. Eugenio tembló de pies a cabeza. El ruido de un coche se oyó en la calle, y un criado con la librea del señor de Taillefer, que fue inmediatamente reconocido por la señora Couture, entró precipitadamente, con aire azorado.

-Señorita -exclamó-, su señor padre la llama: ocurre una gran desgracia. El señor Federico se ha batido en duelo, ha recibido una estocada en la frente y los médicos desesoeran de salvarlo. No tiene ya conocimiento, y difícilmente llegará usted a tiempo para despedirse de él.

-¡Pobre joven! -exclamó Vautrin-. ¿Cómo hay quien se bate teniendo treinta mil francos de renta? No hay duda de que la juventud es muy loca.

-¡Caballero! -le gritó Eugenio.

-¿Qué hay, jovencito? -dijo Vautrin acabando de beber tranquilamente su café, operación que la señorita Michonneau seguía con mirada demasiado atenta para que le interesase el acontecimiento extraordinario que asombraba a todo el mundo-. ¿Acaso no hay duelos todas las mañanas en París?

-Victorina, yo voy con usted -decía la señora Couture.

Y las dos mujeres huyeron sin chal y sombrero. Antes de marcharse, Victorina, con los ojos arrasados de lágrimas, dirigió a Eugenio una mirada que significaba: “No creía que nuestra dicha hubiese de costarme tantas lágrimas.”

-¡Caramba! ¿Es usted acaso profeta, señor Vautrin? -dijo la señora Vauquer.

-Yo lo soy todo -dijo Jacobo Collin.

-¡Es raro! -repuso la señora Vauquer soltando una serie de frases insignificantes acerca del acontecimiento-. La muerte nos sorprende sin consultarnos, y los jóvenes se van a veces antes que los viejos. Nosotras, las mujeres, tenemos la dicha de no estar expuestas al duelo; pero en cambio sufrimos otras cosas que no sufren los hombres. Tenemos hijos, y el mal de madre dura mucho tiempo. ¡Qué suerte la de Victorina! Su padre no tendrá más remedio que adoptarla.

-Así es el mundo -dijo Vautrin mirando a Eugenio-. Ayer no tenía un céntimo y hoy nada en millones.

-Vaya, señor Eugenio, veo que ha tenido usted buen ojo -exclamó la señora Vauquer.

-Al oír esto, papá Goriot miró al estudiante y vio que este tenía en la mano la carta de su hija y la arrugaba.

-¡Cómo! ¿No ha acabado usted de leerla? ¿Qué significa esto? ¿Será usted también como los otros? -le preguntó Goriot.

-Señora, yo no me casaré nunca con la señorita Victorina -dijo Eugenio dirigiéndose a la señora Vauquer con un tono de horror y de desprecio que sorprendió a los asistentes.

Papá Goriot hubiera querido besarle la mano, pero se contetó con estrechársela.

-¡Oh! ¡Oh! -exclamó Vautrin-. Col tempo!, suelen decir los italianos.

-Espero contestación -dijo a Rastignac el mandadero de la señora de Nucingen.

-Dígale usted que iré.

El mandadero se fue. El estado de irritación en que se encontraba Eugenio no le permitía ser prudente.

-¿Qué hacer? -decía en voz alta hablando consigo mismo-. No hay pruebas.

Vautrin se sonrió. En aquel momento la poción comenzaba a operar sus efectos. Sin embargo, el presidiario era tan robusto que se levantó, miró a Rastignac y le dijo con voz hueca:

-Joven, cuando menos se lo figura uno, se está labrando su felicidad.

Y cayó desplomado como un cuerpo muerto.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+