domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (73)


BURLA-LA-MUERTE (3 / 8)


Ayudadas por Silvia, las dos mujeres transportaron a Eugenio a su cuarto, lo acostaron en la cama, y la cocinera le desabrochó la ropa para que durmiera más a gusto. Antes de marcharse, cuando su protectora volvió la espalda, Victorina besó en la frente a Eugenio con la satisfacción propia de todo placer robado; y después contempló su cuarto, resumió en un solo pensamiento la felicidad de aquel día y se durmió considerándose la criatura más feliz de París. La algazara a favor de la cual hizo beber Vautrin a Eugenio y papá Goriot vino narcotizado decidió la pérdida de aquel hombre. Bianchon, medio borracho, se olvidó de interrogar a la señorita Michonneau acerca de Burla-la-Muerte, lo cual hubiera despertado las sospechas de Vautrin, o mejor dicho, de Jacobo Collin, que era una de las celebridades del presidio. Por otra parte, el apodo de Venus de cementerio decidió a la señorita Michonneau a entregar al forzado en el momento en que, confiando en la generosidad de Collin, pensaba advertirlo del peligro que corría y aconsejar que se escapase por la noche.  La solterona acababa de salir acompañada por Poiret para ir a ver al jefe de policía, creyendo habérselas con un alto funcionario llamado Gondureau. El director de la policía judicial la recibió con amabilidad, y después de una conversación en la que quedó todo precisado, la señorita Michonneau pidió la poción que había de servir para llevar a cabo la identificación de la persona. Por el gesto de satisfacción que hizo el gran hombre de la calle de Santa Ana buscando un frasco en un cajón de su mesa escritorio, la señorita Michonneau adivinó que había en aquella captura algo más importante que la detención de un simple presidiario. A fuerza de devanarse los sesos, sospechó que, por algunas revelaciones hechas por los traidores de presidio, la policía esperaba llegar a tiempo para apoderarse de apreciables valores. Cuando comunicó sus sospechas a aquel viejo zorro, este se echó a reír y quiso desvanecer la hipótesis de la solterona.

-Se engaña -le dijo-. Collin es la sorbona más temible que ha habido nunca entre ladrones, y esto es todo. Los pillastres lo saben, lo consideran como sus sostén y jefe, y todos lo quieren. Y este pillastre no dejará nunca su troncho en la plaza de la Grève.

Como la señorita Michonneau no entendió, Gonndureau le explicó las dos palabras de la jerga que había empleado. Sorbona y troncho son dos enérgicas expresiones del lenguaje de los ladrones, los primeros que han sentido la necesidad de considerar la cabeza del hombre bajo dos aspectos. Sorbona es la cabeza de la persona viva, sus consejos, sus pensamientos, y troncho es una palabra de desprecio destinada a expresar qué poco es la cabeza una vez separada del tronco.

-Collin nos engaña -siguió diciendo-. Cuando damos con esa clase de hombres que parecen barras de acero templadas a la inglesa, nos queda el recurso de matarlos si hacen la menor resistencia mientras se lleva a cabo su arresto. Contamos con alguna acción de esta clase para matar a Collin mañana por la mañana. De este modo, se evita el proceso, los gastos de custodia y de alimentación, y se desembaraza a la sociedad de un pillo. Las costas, los honorarios de los testigos, las indemnizaciones, la ejecución y todos los demás requisitos cuestan más de mil escudos, que serán para usted. Además, se economiza el tiempo. Dando un buen bayonetazo a Burla-la-Muerte impediremos un centenar de crímenes y evitaremos la corrupción de cincuenta malos sujetos que se mantendrán tranquilos en los alrededores de la prisión correccional. Esta es la verdadera policía y, según los buenos filósofos, obrara así es prevenir crímenes.

-Y servir a la patria -dijo Poiret.

-¡Ya lo creo! -replicó el jefe-. Veo que esta noche dice usted cosas sensatas. Ciertamente que serviremos a la patria. Por eso digo yo que la gente se muestra injusta con nosotros, que hacemos a la humanidad mil servicios ignorados. Pero, en fin, es propio del hombre culto sobreponerse a las preocupaciones sociales. París es París. Estas palabras explican mi vida. Mañana estaré con mis gentes en el jardín del rey. Envíe usted a Cristóbal a la calle Buffon, a casa del señor Gondureau, que era donde yo vivía antes. Caballero, considéreme como un servidor. Si alguna vez necesita usted de mí o le roban algo, ya sabe que estoy a sus órdenes.

-Vaya -dijo Poiret a la señorita Michonneau-, hay quien al oír hablar de la policía se subleva, y sin embargo ya ve usted que este señor es muy amable y que lo que le pide no puede ser más sencillo.

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