BURLA-LA-MUERTE (3 / 8)
Ayudadas por Silvia, las
dos mujeres transportaron a Eugenio a su cuarto, lo acostaron en la cama, y la
cocinera le desabrochó la ropa para que durmiera más a gusto. Antes de
marcharse, cuando su protectora volvió la espalda, Victorina besó en la frente
a Eugenio con la satisfacción propia de todo placer robado; y después contempló
su cuarto, resumió en un solo pensamiento la felicidad de aquel día y se durmió
considerándose la criatura más feliz de París. La algazara a favor de la cual
hizo beber Vautrin a Eugenio y papá Goriot vino narcotizado decidió la pérdida
de aquel hombre. Bianchon, medio borracho, se olvidó de interrogar a la
señorita Michonneau acerca de Burla-la-Muerte, lo cual hubiera despertado las
sospechas de Vautrin, o mejor dicho, de Jacobo Collin, que era una de las
celebridades del presidio. Por otra parte, el apodo de Venus de cementerio
decidió a la señorita Michonneau a entregar al forzado en el momento en que,
confiando en la generosidad de Collin, pensaba advertirlo del peligro que
corría y aconsejar que se escapase por la noche. La solterona acababa de salir acompañada por
Poiret para ir a ver al jefe de policía, creyendo habérselas con un alto
funcionario llamado Gondureau. El director de la policía judicial la recibió
con amabilidad, y después de una conversación en la que quedó todo precisado,
la señorita Michonneau pidió la poción que había de servir para llevar a cabo
la identificación de la persona. Por el gesto de satisfacción que hizo el gran
hombre de la calle de Santa Ana buscando un frasco en un cajón de su mesa
escritorio, la señorita Michonneau adivinó que había en aquella captura algo
más importante que la detención de un simple presidiario. A fuerza de devanarse
los sesos, sospechó que, por algunas revelaciones hechas por los traidores de
presidio, la policía esperaba llegar a tiempo para apoderarse de apreciables
valores. Cuando comunicó sus sospechas a aquel viejo zorro, este se echó a reír
y quiso desvanecer la hipótesis de la solterona.
-Se engaña -le dijo-.
Collin es la sorbona más temible que
ha habido nunca entre ladrones, y esto es todo. Los pillastres lo saben, lo
consideran como sus sostén y jefe, y todos lo quieren. Y este pillastre no
dejará nunca su troncho en la plaza
de la Grève.
Como la señorita
Michonneau no entendió, Gonndureau le explicó las dos palabras de la jerga que
había empleado. Sorbona y troncho son dos enérgicas expresiones
del lenguaje de los ladrones, los primeros que han sentido la necesidad de
considerar la cabeza del hombre bajo dos aspectos. Sorbona es la cabeza de la persona viva, sus consejos, sus
pensamientos, y troncho es una
palabra de desprecio destinada a expresar qué poco es la cabeza una vez
separada del tronco.
-Collin nos engaña
-siguió diciendo-. Cuando damos con esa clase de hombres que parecen barras de
acero templadas a la inglesa, nos queda el recurso de matarlos si hacen la
menor resistencia mientras se lleva a cabo su arresto. Contamos con alguna
acción de esta clase para matar a Collin mañana por la mañana. De este modo, se
evita el proceso, los gastos de custodia y de alimentación, y se desembaraza a
la sociedad de un pillo. Las costas, los honorarios de los testigos, las
indemnizaciones, la ejecución y todos los demás requisitos cuestan más de mil
escudos, que serán para usted. Además, se economiza el tiempo. Dando un buen
bayonetazo a Burla-la-Muerte impediremos un centenar de crímenes y evitaremos
la corrupción de cincuenta malos sujetos que se mantendrán tranquilos en los
alrededores de la prisión correccional. Esta es la verdadera policía y, según
los buenos filósofos, obrara así es prevenir crímenes.
-Y servir a la patria
-dijo Poiret.
-¡Ya lo creo! -replicó el
jefe-. Veo que esta noche dice usted cosas sensatas. Ciertamente que serviremos
a la patria. Por eso digo yo que la gente se muestra injusta con nosotros, que
hacemos a la humanidad mil servicios ignorados. Pero, en fin, es propio del
hombre culto sobreponerse a las preocupaciones sociales. París es París. Estas
palabras explican mi vida. Mañana estaré con mis gentes en el jardín del rey.
Envíe usted a Cristóbal a la calle Buffon, a casa del señor Gondureau, que era
donde yo vivía antes. Caballero, considéreme como un servidor. Si alguna vez
necesita usted de mí o le roban algo, ya sabe que estoy a sus órdenes.
-Vaya -dijo Poiret a la
señorita Michonneau-, hay quien al oír hablar de la policía se subleva, y sin
embargo ya ve usted que este señor es muy amable y que lo que le pide no puede
ser más sencillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario