domingo

CÉSAR VALLEJO - EL ARTE Y LA REVOLUCIÓN (26)


EL CASO MAIAKOVSKI (1)


En una reunión de escritores bolcheviques, Kolvasieff me había dicho, en Leningrado:

-No es Maiakovski, como se cree en el extranjero, el más grande poeta soviético, ni mucho menos. Maiakovski no pasa de un histrión de la hipérbole. Antes que él están Pasternak, Biedny, Sayanof y muchos otros…

Yo conocí la labor de Maiacovski, y mi opinión concordaba absolutamente con la de Kolvasieff. Y cuando, unos días después, hablé en Moscú con el autor de “150’000,000”, la conversación que tuve con él confirmó para siempre la sentencia de Kolvasieff. No es, en realidad, Maiakovski el mejor poeta del Soviet. Es solamente el más difundido. Si se leyese más a Pasternak, a Kaziin, Gastev, Sayanov, Viesimiensky, el nombre de Maiakovski perdería muchas ondas sonoras en el mundo.

Pero ¿por qué había de ser mi conversación con Maiakovski la clave definitiva de su obra? ¿Hasta qué punto puede una conversación definir el espíritu y, más aun, el valor estético de un artista? La respuesta, en este caso, depende del método de pensamiento crítico. Si partimos del método superrealista, freudiano, bergsoniano o de cualquier otro reaccionario, no podemos, ciertamente, basarnos en un simple diálogo con un artista para fijar la trascendencia de su obra. Según estos diversos métodos espiritualistas, el artista es un instintivo, o, para expresarnos en léxico más ortodoxo, un intuitivo. Su obra le sale natural, inconsciente, subconscientemente. Si se le pregunta lo que él opina del arte y de su arte, responderá, seguramente, banalidades y muchas veces, todo lo contrario de lo que hace y practica. Un genio, según esto, se desmiente, se contradice o pierde casi siempre en sus conversaciones. Atenerse a estas, como fundamento crítico, resulta, por eso, falso, absurdo. Mas no sucede lo propio si partimos del método del materialismo histórico, caso precisamente a Maiakovski y a sus amigos comunistas. Marx no concibe la vida sino como una vasta experiencia científica, en la que nada es inconsciente ni ciego, sino reflexivo, consciente, técnico. El artista, según Marx, para que su obra repercuta dialécticamente en la Historia, debe proceder con riguroso método científico y en pleno conocimiento de sus medios. De aquí que no hay exégeta mejor de la obra de un poeta como el poeta mismo. Lo que él piensa y dice de su obra, es o debe ser más certero que cualquier opinión extraña. Maiakovski, en las declaraciones que me hiciera, designó, pues, mejor que ningún crítico el sentido y monto verdaderos de su obra.

Maiakovski me hablaba con un acento visiblemente penoso y amargo. Contrariamente a lo que dicen de él todos sus críticos, Maiakovski sufría, en el fondo, una crisis moral aguda. La revolución le había llegado a mitad de su juventud, cuando las formas de su espíritu estaban ya cuajadas y hasta consolidadas. El esfuerzo para voltearse de golpe y como un guante a la nueva vida, le quebró el espinazo y le hizo perder el centro de gravedad, convirtiéndole en un “desaxé”, como a Essenin y a Sobol. Tal ha sido el destino de esta generación. Ella ha sufrido en plena aorta individual las consecuencias psíquicas de la revolución social. Situada entre la generación pre-revolucionaria y la post-revolucionaria, la generación de Maiacovski, Essenin y Sobol se ha visto literalmente crucificada entre las dos caras del gran acontecimiento. Dentro de esta misma generación, el calvario ha sido mayor para quienes fueron tomados progresivamente por la revolución, para los desheredados de toda tradición o iniciación revolucionaria. La tragedia de transmutación psicológica personal ha sido entonces brutal, y de ella han logrado escapar solamente los indiferentes con máscara revolucionaria, los insensibles con “pose” bolchevique. Cuanto más sensible y cordial fuera el individuo para permearse en los acontecimientos sociales, más hondos han tenido que ser los trastornos de su ser personal, derivados de la convulsión política, y más exacerbado el “pathos” de su íntima e individual revisión de la Historia. El juicio final ha sido entonces terrible, y el suicidio, material o moral, resultaba fatal, inevitable, como única solución de la tragedia. Al contrario, para los otros, para los insensibles, indiferentes “bolcheviques”, fácil ha sido y nada arriesgado dar gritos “revolucionarios, ya que respecto de ellos la revolución se quedaba fuera, como fenómeno o espectáculo de Estado, y no llegaba a hacerse revolución personal, íntima, psicológica. No había entonces dificultad ni peligro en asociarse a la corriente de los otros. Esto ha hecho y hace la mayoría de los escritores de Rusia y otros países. ¿Que escritores vayan hasta hacerse matar por la “sagrada causa”? ¿Y bien?... Ello no prueba nada. Muchos han sido los que se han hecho matar más barato en la Historia.

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