CARTAS
SOBRE EL LENGUAJE
PRIMERA
CARTA (2)
París,
15 de noviembre de 1931
A
M. B. C.
Sin embargo, esta concentración
interpretativa, que los japoneses, por ejemplo, emplean entre otros medios de
expresión, vale únicamente como un medio entre tantos. Y transformarla en el
fin de la escena, es abstenerse de utilizar la escena, como si alguien empleara
las pirámides para alojar el cadáver de un faraón, y con el pretexto de que el
cadáver de un faraón cabe en un nicho, se contentara con el nicho e hiciera
volar las pirámides.
Junto con las pirámides
haría volar todo el sistema filosófico y mágico del que el nicho es apenas
punto de partida, y el cadáver condición.
Por otra parte, si cuida
el escenario en detrimento del texto, el director se equivoca indudablemente,
pero menos tal vez que el crítico que condena esa preocupación exclusiva por la
puesta en escena.
Pues al atender a la
puesta en escena, que en una pieza de teatro es la parte real y específicamente
teatral del espectáculo, el director se sitúa en la línea verdadera del teatro,
que es asunto de realización. Pero ambos bandos juegan aquí con las palabras;
pues la expresión “puesta en escena” ha adquirido con el uso ese sentido
despreciativo sólo a causa de nuestra concepción europea del teatro, que da primacía
al lenguaje hablado sobre todos los otros medios de expresión.
No se ha probado en
absoluto que no haya lenguaje superior al lenguaje verbal. Y parece que en la
escena (ante todo un espacio que se necesita llenar y un lugar donde ocurre
alguna cosa) el lenguaje de las palabras debiera ceder ante el lenguaje de los
signos, cuyo aspecto objetivo es el que nos afecta de modo más inmediato.
Desde este punto de
vista, el trabajo objetivo de la puesta en escena asume una suerte de dignidad
intelectual a raíz de la desaparición de las palabras en los gestos, y del
hecho de que la parte plástica y estética del teatro abandonan su carácter de
intermedio decorativo para convertirse, en el sentido exacto del término, en un
lenguaje directamente comunicativo.
De otro modo, si es
cierto que en una pieza creada para ser hablada el director se equivoca al
perderse en efectos de decorados iluminados con mayor o menor sabiduría, en
acciones de grupos, en movimientos furtivos, efectos todos que podríamos llamar
epidérmicos, y que no hacen sino sobrecargar el texto, se sitúa también a la
vez mucho más cerca de la realidad concreta del teatro que el autor, que
hubiera podido atenerse al libro, sin recurrir a la escena cuyas necesidades
espaciales parecen escapársele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario