por Jacinta
Cremades
La poeta y crítica de arte publica en
España Lo que no tiene precio, ensayo en el que denuncia la
mercantilización del arte actual.
Podríamos definir
a Annie Le Brun (Rennes, Francia, 1942) como una de las mentes
más lúcidas que existen hoy en día. Sus ensayos pretenden despertar del
letargo a los lectores demasiado acomodados en una sociedad que, según sus
palabras, corre indiscutiblemente hacia la ruina. Escritora, poetisa,
crítica de arte, crítica de literatura, sus escritos sobre nuestra civilización
actual abren el debate a la reflexión sobre los problemas que acechan a la
sociedad. Una de las mujeres más influyentes del panorama intelectual francés,
Annie Le Brun empieza con Lâchez tout su crítica a un
movimiento feminista amparado por el moralismo. Le siguieron varias obras
dedicadas a las mujeres, como Leonora Carrington: la mariée du vent (2008)
o Ailleurs et autrement (2011). Especialista en surrealismo,
movimiento con el que trabajó a comienzos de los años 70 cerca de André Breton,
sus ensayos exploran otros temas como la novela gótica o la obra del marqués de Sade.
Estos días, se
publica en España Lo que no tiene precio (Cabaret Voltaire),
ensayo en el que denuncia la mercantilización del arte actual. La voz
de esta mujer recurre a aquello que hizo al ser humano alguien mejor: su capacidad
de soñar, de sumergirse en la soledad, de tener criterio propio. Con su
habitual delgadez y su aguda mirada, sin miedo a decir lo que piensa, Annie Le
Brun nos recibe en su casa de París, un piso en el que convive con miles y
miles de libros distribuidos por el suelo, por las mesas, por las estanterías,
por todas partes. Estamos en la cueva de una alquimista del siglo XXI, de una
mujer que apela a la verdad.
No solo los animales están en vía de
extinción. Lo que no tiene precio, frase con la que titula su
último ensayo, se refiere a todo lo que, por ser inmaterial, como el sueño, la
poesía, el silencio, está también a punto de desaparecer. ¿Existe algo en este
mundo a lo que no se le pueda poner precio?
Absolutamente todo
lo que acaba de nombrar, el sueño, la poesía y el silencio, están amenazados.
Hasta hace poco, los hombres podían darse la vuelta, volver sobre sí mismos,
reflexionar. El arte nacía, de cierta manera, de estos momentos de reflexión y
protegía como un guardián aquello que no tenía precio. Pero al llegar el siglo
XXI, algo grave ha ocurrido, como si esta fortaleza sensible hubiera
cedido.
¿Cuándo se dio cuenta del cambio social?
Al principio me
costó entenderlo y eso que ya habíamos vivido ciertas mutaciones en la sociedad.
En el año 2000 escribí un ensayo llamado Demasiada realidad, en el
que analizaba la terrible ofensiva que estábamos viviendo a raíz de la
superproducción, siempre con más imágenes, más información y con esta avalancha
de internet que no ha ido sino a peor. En ese ensayo hablaba sobre la
“demasiada” realidad a la que estábamos confrontados. Las “demasiadas”
informaciones, las “demasiadas” imágenes, las “demasiadas” producciones,
conducían a una censura por el exceso y volvían equivalentes a todos los seres
humanos. En esa época ya me sorprendió ese brutal cambio social. Ahora, diez,
quince años después, la situación es más grave de lo que podía imaginar ya
que el mundo ha ido hacia una nueva forma de fealdad. Y a partir de
esta reflexión sobre la fealdad que nos rodea nace Lo que no tiene
precio.
De hecho en su ensayo habla de una fealdad impuesta
por el propio poder, como si fuera la forma más grande de manipulación que
existe hoy en día.
En efecto, me di
cuenta de que estábamos más allá de lo que en su día determiné como “demasiada
realidad”, por supuesto ligado a una mercantilización, una sobreproducción que
aumenta día tras día y que nos hunde en una sociedad completamente rodeada de
basura. Vivimos en un mundo que ya no podemos controlar pues es imposible
intervenir en esta superproducción de basura. Estamos de pleno en ello. Aparte
de los discursos ecológicos que escuchamos a diestro y siniestro, todo el mundo
sabe que este mundo se acaba, corre hacia su destrucción. Es imposible negarlo. Estamos
dentro de esta especie de doble negación que favorece una estetización del
mundo, una cosmetización que tiende a rechazar esta catástrofe.
¿Podríamos decir que el hecho de que no haya ya
remedio, nos hace preferir mirar la belleza antes que la fealdad, esta basura,
que está ya por todas partes?
Entiendo lo que
dice aunque creo que es una forma clara de manipulación que llevan hoy en día
los gobiernos y el poder. Estamos en un momento de total subordinación
en el sentido en el que 'jugamos' a lo que usted dice, a 'mirar' la belleza.
Este mundo es cada vez más injusto, es inadmisible, va hacia su pérdida y es
injustificable. Lo que más me sorprende es que para hacer que esta máquina
continúe produciendo dinero se juega con lo que pretende negarlo. Esta
estetización de la que hablo responde a la búsqueda de la belleza y a la vez
desvía la atención sobre lo que pasa realmente. Y por eso funciona tan bien
este engranaje. A veces me entra un vértigo feroz cuando veo hacia dónde se
precipita el mundo. Todas estas formas que pretenden manipular la atención
permiten a unos cuantos hacer lo que les da la gana, continuar enriqueciéndose
sin inquietarse por el devenir del mundo, ni de los que caigan por el camino.
Lo que usted describe en su ensayo, ¿es la fuente
de los nuevos mercados? ¿Puede darnos un ejemplo de esta industria en la que
estamos sumergidos?
Lo vemos, por
ejemplo, en el mercado de la alimentación. Ya sabemos que la gran cantidad de
obesos es el resultado de los venenos introducidos en los alimentos desde hace
años. O sea que ahora creamos una agricultura biológica. De cierta manera están
confesando que lo que nos habían dado a comer hasta ahora era puro veneno. Hoy
en día, si quieres comer 'sano', tendrás que comprar los productos que nos
venden como biológicos y que son más caros. ¿Escapamos a la alienación
comprando bio? Más bien parece un círculo vicioso, y es esto lo que yo
llamo la cosmetización del mundo.
¿Ocurre lo mismo con la moda actual de la cirugía
estética?
Por supuesto. Es
gravísimo. Hay gente que hace análisis de todas las formas que existen hoy en
día de alienación del ser humano de estas industrias. Lo que pasa en el mundo
de la alimentación, es lo mismo que en el mundo de la belleza, las cirugías,
los gimnasios, los productos de cosmética para ser más joven... Hay
todo un mercado de reparación para supuestamente volverse más guapo, que la
vida sea más bella y que demuestra que se está atentando contra el ser humano de
forma increíble, de forma irreversible y que ahora se les hace pagar para
reparar. Lo mismo ocurre en el mercado de la moda. Vayas donde vayas, son las
mismas tiendas, las mismas firmas que uniformizan al ser humano. ¡Pero no se
repara, se afea!
¿Las acusaciones de su libro pretenden despertar al
ser humano de este embrutecimiento?
Sí. Lo que me ha
hecho tomar conciencia de todo esto es la colusión que existe entre el comercio
del arte, que siempre ha existido, y las altas finanzas, las industrias de
lujo, de la moda, etc. De repente, comprendí que estaba pasando algo terrible.
En el siglo XIX empezó una toma de conciencia política en la que una gran parte
de la actividad artística se abría al mercado. Pero hoy este nuevo
pacto con las finanzas ha hecho que nuestro mundo interior esté completamente
colonizado.
Ese pacto ha hecho que algunos artistas
contemporáneos ganen montañas de dinero. Pero, volviendo al tema de la basura
que nos rodea...
Pero si es lo
mismo, ¿no se da cuenta? Es un arte que empieza con el reciclaje espectacular
de esta basura. Me quedé estupefacta cuando supe que Charles Saatchi, el
promotor más grande de arte contemporáneo, había sido el organizador de la
campaña de Margaret Thatcher con el eslogan “No hay alternativa”. ¡Y es
justo lo que es el arte contemporáneo! Reciclaje de la basura. Damien Hirst, por ejemplo, y todo su trabajo sobre
las vanidades que, por otro lado, no son vanidades sino una clara imposición
para tomar la basura como arte.
Hablando de basura, objetos desechados en el arte,
¿piensa usted que algunos artistas del siglo XX pudieron abrir el campo a esta
tendencia?
Todo el discurso
que acompaña al arte contemporáneo es escandaloso. Apelan a grandes
artistas como Duchamp, pero basta con conocer un poco la historia del arte para
saber que no tiene nada que ver. Las obras de Duchamp son completamente
diferentes, como los ready mades. Sin entrar ya en que Duchamp
creaba justamente para combatir el dinero y no se posicionaba al servicio del
dinero... como otros.
Un discurso que obliga a pensar de una manera se
llama totalitario. En su ensayo usted cuenta cómo el arte contemporáneo viene
con manual de instrucciones, escrito por críticos de arte, gente del mundo de
la cultura, de los museos, como si todos fueran partícipes de esta máquina de
hacer dinero.
Claro. No es el
espectador el que hace la obra como en el caso de Duchamp, ya no nos dejan
mirar libremente, sino que el espectador acepta. En esto insisto muchísimo. El
arte ha adoptado ahora una función pedagógica en la medida en que impone
sensaciones fuertes. ¿A través de qué? Pues del gigantismo, por ejemplo.
¿Es verdad que el ser humano se encuentra
aniquilado delante de esas dimensiones de objetos que no sabe ni qué
representan?
Se nos ha
arrebatado la libertad de extasiarnos delante de una obra ya que no se puede
tomar distancia. Este
diálogo extraño entre una obra y su espectador y del que hablaba tanto Duchamp
ya no existe. Nos encontramos delante de una cosa gigante que nos deja
perplejo, sin palabras, anonadado. Después de la redacción de mi libro, he
leído muchos comentarios de conservadores que explicaban que la perplejidad del
espectador es un elemento importante. Se supone que es la novedad, pero ¡para
nada lo es! La perplejidad en la que se hunde al ser humano se da al jugar con
esta brutalidad que suspende el juicio estético y crítico. Ya no es cuestión de
belleza, hay que embrutecerse para aceptar lo que nos exponen. No hay
alternativa, este mundo es lo que es y es imposible salirse de él. Es una
manera de domesticación del arte que de repente ha cambiado de dirección.
Las palabras que utiliza para definir el momento
actual y el mundo en el que vivimos son desgarradoras. ¿Demuestra que estamos
en guerra?
Es una guerra que
lleva años ocurriendo, de los dueños que quieren una dominación absoluta sobre
el mundo a través de un chantaje cínico para convencer. Son todos los
mecanismos de la servitud voluntaria que regresan de manera camuflada. Con una
brutalidad análoga a la que ya se vivió en los comienzos del capitalismo. Mire
lo que pasa con los migrantes, los que se tienen que desplazar por culpa del
cambio climático. Por un lado están los dueños del mundo con todo el capital
que buscan la dominación del mundo, pase lo que pase. Que las poblaciones estén
devastadas ¡no es nada! Que se masacra la fauna, ¡ninguna importancia! Y a la
vez todos se dan la mano, lo que significa que este mecanismo funciona
divinamente.
Entonces, ¿usted piensa que no nos queda más
remedio que dejarnos engañar y en realidad, participamos todos de un mismo
engranaje?
No todos. Solo las
personas manipuladas. Yo me he negado a pisar la Fundación Louis
Vuitton, por ejemplo. Mis amigos no lo han entendido. Los periodistas se
desviven. Pero es solo uno de los cientos de camuflajes de todos los horrores
que por ejemplo comete la empresa Vuitton. Y yo ¡me niego a ser parte de
esto!
(El Cultural / 1-11-2018)
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