por Begoña Casas
Aguirregomezcorta
Plotino dice que el amor es un intermediario, es como el ojo del amante
entre el amante y el amado, porque proporciona al amante la posibilidad de ver
al amado por mediación suya. El amor, Eros, es una cosa mixta, puesto que está
desprovisto del bien, de belleza, pero aspira a ello, y a la vez participa de
la abundancia de lo que le falta. Eros es como el filósofo que está en el
intermedio entre la ignorancia y el conocimiento, que ama la sabiduría porque
no la posee, que busca lo bello, lo bueno y lo justo, pero que a la vez, lo que
está buscando está dentro de sí mismo. El filósofo está poseído por esa locura
divina, por ese entusiasmo, por esa capacidad de enamorarse de las cosas, de
los seres, de la vida, para llegar a conocer parte del misterio que encierra la
existencia.
El amor, la filosofía, busca llegar hasta la esencia misma del alma, que es bella y buena. Pero si el alma viene de una esencia superior, es bella y buena, Plotino se pregunta qué pasa con esas almas que parecen más bien feas, y nos dice que nos imaginemos un alma fea, injusta, llena de deseos, siempre turbada, temerosa, envidiosa, mezquina. Dice Plotino que esa fealdad no es algo propio del alma (el alma es bella y buena por naturaleza propia), de tal manera que la fealdad es como un agregado, es como si esa alma tuviera una capa de barro encima que impide ver su belleza. El alma, al mezclarse con la materia, se olvida de su origen divino, es como meterse de lleno en el barro y quedar sucio, manchado. ¿Qué se debe hacer para eliminar el barro? Hay que limpiar el alma, purificarse, para así volver a ser lo que era, para así llegar a la fuente de todas las bellezas y para acercarse al bien, porque lo bello y el bien se identifican, así como lo feo y lo malo.
Al alma se le impone una lucha titánica en la que debe realizar su
máximo esfuerzo, a fin de no quedarse sin participar de la mejor de las
visiones; si el alma logra llegar, es feliz gracias a esta visión: “El
verdadero y único desgraciado es aquel que no descubre lo bello; para obtenerlo
es necesario dejar a un lado los reinos y la dominación de toda la tierra, del
mar y del cielo, si, gracias a este abandono y a este desprecio, puede volverse
hacia Él para verlo”.
El hombre no debe quedarse aprisionado por las pequeñas bellezas de los objetos; antes bien, ha de reconocer en ellas sombras, reflejos de otra belleza que es su fuente, y ha de tratar de remontarse por esta escala de seres y bellezas relativas hasta llegar a la fuente de todas ellas. Por encima de todos los grados de la belleza, está la Belleza en sí, que se identifica con el Bien, belleza eterna e inmutable, inagotable, fuente de las demás bellezas, y ese lugar donde habitan el Bien y la Belleza, es una huida, un regreso a la patria querida.
¿Cómo se puede retornar a esa patria? Plotino explica que no se puede alcanzar a pie, ni en carro, ni en navío, ni huyendo a ningún lugar físico, sino cambiando la manera de ver las cosas por otra y despertando la facultad que todo ser humano posee, pero de la que tan solo unos pocos hacen uso, que es ese ojo interior del alma.
Platón, en la República dice que el objetivo de la educación es abrir este ojo, y no sumar conocimiento. Todo lo que se enseña debe tener como objetivo abrir este ojo del alma, único capaz de poder percibir lo bello, lo bueno y lo justo. La educación del alma, la apertura de este ojo, se hace paso a paso. Hay que acostumbrar al alma a ir ascendiendo en la contemplación de la belleza de manera gradual, a ver primero las ocupaciones bellas; después las obras bellas, no las ejecutadas por medios artísticos sino las de los hombres de bien. Luego es necesario ver el alma de aquellos que realizan las obras bellas. Y así hasta llegar a la única luz de donde surge toda belleza.
¿Y cómo se puede lograr? Para poder contemplar lo Bello y lo Bueno, el alma debe ser buena y bella. Ese enriquecimiento y sensibilidad internos surgen de desarrollar el hábito de interiorizar, de no pasar por alto todo aquello que puede enseñar algo. Este diálogo con nosotros mismos despierta el ojo del alma que mira, no solo lo superficial, sino todo lo que la vida y la naturaleza pueden desvelar. La atención consciente, la contemplación o la reflexión, despiertan resonancias interiores que van a reconocer lo más bello, lo más bueno, lo más justo. El desarrollo del potencial humano, especialmente de las excelencias del alma (virtudes), permite cada vez reconocer y elegir lo mejor. Una persona buena, sensible a la verdad, al bien y a la justicia, necesariamente ha de ser receptiva a la belleza.
Plotino invita, no solo en estos dos tratados sobre el amor y la
belleza, sino a lo largo de toda su obra, a la purificación, a desprendernos
del barro de encima para poder despertar ese ojo interior capaz de mirar más
allá de la superficie de las cosas, y poder ir desvelando, gracias al amor y a
la belleza, los misterios de la vida y del cosmos. Para ello, Plotino propone
mirar sobre uno mismo: “si todavía no ves la belleza en ti, haz como el
escultor de una estatua que debe ser bella; toma una parte, la esculpe, la pule
hasta sacar líneas bellas del mármol. Como aquel, quita lo superfluo, endereza
lo que es oblicuo, limpia lo que es oscuro para hacerlo brillante, y no dejes
de esculpir tu propia estatua, hasta que el resplandor divino de la virtud se
manifieste, hasta que veas la templanza sentada en su trono sagrado”.
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