PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
(Una forma yaqui de conocimiento)
XI
(2)
Viernes,
29 octubre, 1965 (6)
Hizo una pausa. Su rostro
reflejaba un estado de ánimo peculiar; parecía inusitadamente serio. Yo no
sabía qué preguntar ni qué decir.
Don Juan prosiguió:
-La cosa que hay que
aprender es cómo llegar a la raja entre los mundos y cómo entrar en el otro
mundo. Hay una raja entre los dos mundos, el mundo de los diableros y el mundo
de los hombres vivos. Hay un lugar donde los dos mundos se montan uno sobre el
otro. La raja está allí. Se abre y se cierra como una puerta con el viento.
Para llegar allí, un hombre debe ejercer su voluntad. Debe, diría yo,
desarrollar un deseo indomable, una dedicación total. Pero debe hacerlo sin
ayuda de ningún poder ni de ningún hombre. El hombre sólo debe reflexionar y
desear hasta el momento en que su cuerpo esté listo para emprender el viaje.
Ese momento se anuncia con un temblor prolongado de los miembros y vómitos
violentos. Por lo general, el hombre no puede dormir ni comer, y se va
gastando.
Cuando las convulsiones
ya no cesan, el hombre está listo para partir, y la raja entre los mundos
aparece enfrente de sus ojos como una puerta monumental: una rendija que sube y
baja. Cuando se abre, el hombre tiene que colarse por ella. Del otro lado de
esa frontera es difícil distinguir. Hace viento, como polvareda. El viento se
arremolina. El hombre debe entonces caminar en cualquier dirección. El viaje
será corto o largo, según su fuerza de voluntad. Un hombre de voluntad fuerte
hace viajes cortos. Un hombre débil, indeciso, viaja largo y con dificultades.
Después de este viaje, el hombre llega a una especie de meseta. Se pueden
distinguir con claridad algunos de sus rasgos. Es un plano encima de la tierra.
Se le reconoce por el viento, que allí sopla todavía más fuerte: golpea, ruge
por todo el derredor. En la parte más alta de esa meseta está la entrada al
otro mundo. Y hay una especie de piel que separa los dos mundos; los muertos la
atraviesan sin ruido, pero nosotros tenemos que romperla con un grito. El
viento reúne fuerza, el mismo viento indómito que sopla en la meseta. Cuando el
viento ha juntado fuerza suficiente, el hombre tiene que gritar y el viento lo
empuja al otro lado. Aquí también su voluntad debe ser inflexible, para poder
combatir al viento. Todo lo que necesita es un empujón suave, y no que el
viento lo mande al fin del otro mundo. Una vez que está del otro lado, tiene
que viajar por allí. Su buena suerte sería encontrar un ayudante cerca, no muy
lejos de la entrada. El hombre tiene que pedirle ayuda. En sus propias palabras
tiene que pedir al ayudante que lo instruya y lo haga diablero. Cuando el
ayudante acepta, mata al hombre allí mismo, y mientras está muerto le enseña.
Cuando hagas el viaje, a lo mejor encuentras a un gran diablero en el ayudante
que te mate y te enseñe; eso depende de tu suerte. Pero las más de las veces
uno encuentra brujos de mala muerte sin gran cosa que enseñar. Pero ni tú ni
ellos tiene el poder de negarse. El mejor de los casos es hallar un ayudante
macho para no caer en manos de una diablera que lo haga a uno sufrir en forma
increíble. Las mujeres siempre son así. Pero eso depende de la pura suerte, a
no ser que el benefactor de uno sea también un gran diablero, caso en el cual
tendrá muchos ayudantes en el otro mundo y puede mandarlo a uno a ver a un
ayudante en particular. Mi benefactor era uno de esos hombres.
“Me guió al encuentro de
su espíritu ayudante. Después de que regreses, ya no serás el mismo. Estás
comprometido a volver y a ver seguido a tu ayudante. Y estás comprometido a
alejarte más y más, y más de la entrada, hasta que por fin un día irás
demasiado lejos y no podrás regresar. A veces un diablero pesca un alma y la
empuja por la entrada y la deja a la custodia de su ayudante mientras él le
roba a la persona toda su voluntad. En otros casos, el tuyo por ejemplo, el
alma pertenece a una persona de voluntad fuerte, y el diablero sólo puede
guardarla en su morral, porque es demasiado difícil llevársela al otro lado. En
tales casos, como en el tuyo, una batalla puede resolver el problema: una batalla
en que el diablero se juega el todo por el todo. Esta vez perdió el combate y
tuvo que soltar tu alma. De haber ganado, se la llevaba a su ayudante para que
se quede con ella.
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