domingo

LA BELLEZA Y EL AMOR EN PLOTINO (3)


por Begoña Casas Aguirregomezcorta

¿En qué consiste, pues, esa belleza presente en los cuerpos? Cuenta Plotino que, al contrario de lo que se suele pensar, no es la simetría o la proporción de los cuerpos lo que les aporta belleza; hay muchas cosas que son simétricas pero no por ello son bellas. Según Plotino, las cosas de este mundo son bellas en cuanto participan de la idea, del arquetipo, del modelo de Belleza. Las cosas serán más o menos bellas en cuanto se acerquen más o menos perfectamente a ese modelo de Belleza. Lo feo sería todo aquello que no participa de una idea, de una razón, o lo que está muy alejado de esa idea, que no siguió el modelo arquetípico. Nos dice además que es el alma la que es capaz de reconocer todas las bellezas, incluso la belleza de los cuerpos. El alma, cuando ve algo bello, se siente atraída por ello, lo acoge, lo integra a sí misma; en cambio, si tropieza con lo feo, se aleja, reniega de ello porque no sintoniza con ello. Y Plotino explica que esto nos ocurre porque el alma procede de una esencia superior, y cuando ve cualquier cosa que se parece a ella, que es de su estirpe (como cuando ve algo bello) o aunque sea una huella, una sombra, vibra en sintonía con eso, lo atrae hacia sí y se acuerda de sí misma y de lo que le es propio. El alma, en función de lo despierta que esté, es capaz de ver la idea que está oculta en las cosas sensibles bellas. Estas están gobernadas por una medida numérica, no en cualquier proporción, sino en la que esté de acuerdo con la acción dominadora de la idea. 

Subiendo entonces otro escalón más en esos distintos grados de belleza, nos vamos a un nivel superior, el de aquellas bellezas que no podemos percibir a través de los sentidos, como la belleza en las costumbres, en la conducta, la belleza en los caracteres, la belleza en la estructura matemática de las ciencias (las leyes de la Naturaleza), y sobre todo, la belleza de las virtudes (justicia, templanza, valor, generosidad, prudencia, sabiduría). Así como alguien que sea ciego de nacimiento no puede saber si las cosas sensibles son bellas porque no las ve, también hay ciegos de alma que no pueden ver la belleza de los hábitos y la virtud. 

Plotino dice que la belleza en los hábitos y en las virtudes despierta en nosotros una agitación interior, un goce, una admiración, el anhelo de permanecer cerca de aquello que es bello. Cuando el alma descubre en sí misma o contempla en otro “la grandeza de alma, un carácter justo, templado, la hombría de un rostro enérgico, la dignidad y el sentimiento de pudor que se apodera de un alma serena e imperturbable, y aun por encima de estas cosas, la resplandeciente inteligencia tan semejante a los dioses” (pues el alma siente una especie de locura amorosa), se enamora, surge el amor. 

Plotino, en la Enéada III, describe con detalle ese sentimiento de amor que se apodera del hombre cuando está en contacto con algo bello y describe el nacimiento de este amor. Él dice que el sentimiento amoroso, en el que incluye todo tipo de amor, incluso el amor por un cuerpo, nace en el alma porque el alma tiene anhelo de belleza, de la belleza en sí, de poder elevarse a esa Belleza superior, fuente de todas las demás. El alma es por naturaleza bella; proviene, está emparentada con esa belleza primera, perdurable y eterna; es afín a ella y por eso la busca. 

Gracias al amor el alma adquiere las alas que le permitirán remontar el vuelo hacia la idea de la Belleza. Plotino retoma la idea que encontramos en El banquete de Platón acerca de que el amor no es un dios ni un mortal, es un gran daimon, un intermediario entre dioses y mortales. El amor es el camino, el nexo de unión con aquello que llamamos perfecto, divino, hermoso. Por amor somos capaces de hacer y vivir cosas que a veces creíamos imposibles, por amor dejamos la tranquilidad y la comodidad para entregarnos, para ayudar a otros, por amor somos capaces de ser corteses con otros, de saber escuchar...

En El banquete de Platón, una sacerdotisa llamada Diotima relata un mito acerca del amor: ”Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete al que asistió,  entre otros, el dios Poros, el hijo de la Inventiva, el que tiene recursos, la abundancia. Vino a mendigar Penia, la pobreza, la indigencia (que es mortal). Poros, embriagado de néctar (el licor de los dioses), entró en el jardín de Zeus y se quedó dormido. Penia, la pobreza, lo vio y pensó que tenía que aprovechar la oportunidad que se le ofrecía y procurarse un hijo de Poros; se acostó junto al dios y concibió a Eros. Engendrado en ese día del natalicio de Afrodita, el amor está siempre en el cortejo de la diosa. Y por ser Afrodita supremamente bella, corresponde al amor ser amante de lo bello”. 

De tal manera que Eros, debido a su madre, es siempre pobre, flaco, anda descalzo y sin hogar, duerme en el suelo y sin manta, compañero inseparable de la indigencia. Pero por otro lado, está siempre al acecho de lo bello y de lo bueno que no posee, y es valiente, perseverante, amante del saber, fértil en recursos, formidable hechicero. 

Plotino se pregunta: ¿qué quiere decir exactamente Platón con este mito?, ¿quién es Afrodita?, ¿qué simboliza?, ¿quién es Eros?. Habla de dos Afroditas: la Afrodita Urania (celeste), hija de Urano, la más antigua, nacida directamente de la Inteligencia, sin madre, que Plotino relaciona con el Alma Superior, de la que devienen las demás almas. Y habla de otra Afrodita, la Pandemus, que es hija de Zeus y Dione, que no es tan pura como la celeste y que corresponde al alma ya mezclada con la materia. Y cuando el alma aspira al Bien y a la Belleza, engendra a ese daimon que es Eros, nace el amor. 

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