POLÍTICA AFECTIVA Y POLÍTICA CIENTÍFICA
No me causa asombro el
nuevo y repentino reflejo de Panait Istrati: su rabiosa invectiva contra el
Soviet, que él hasta hoy ha alabado también rabiosamente.
Panait Istrati ha sido
siempre un instintivo. Piensa y obra por movimientos reflejos. Es un
impresionable en su conducta y un subjetivo en sus observaciones y juicios.
Bergson lo tiene acaparado, sin dejar en él sitio libre para las disciplinas y
métodos nuevos del pensamiento. He llamado “reflejo”, a su ataque al Soviet y “nuevo
y repentino reflejo”, porque toda la vida y los escritos del extraño rumano han
sido y son exclusivamente “reflejos”. Las peripecias personales que le sirven
de tema permanente para la obra -“historia sempiterna de bandidos”, como la
llama Barbusse- las practicó y vivió del bulbo raquídeo para abajo. Iba a
suicidarse, movido por resortes únicamente medulares. Impresionado por la
célebre carta que le dirigiera Romain Rolland, a raíz de su fallida muerte, se
volvió, también de golpe, escritor. Luego, abriendo los ojos sobre el panorama
universal de nuestra época, halló que el país donde su temperamento rebelde y
sufrido se enmarcaría mejor era Rusia, y se hizo, asimismo, de la noche a la
mañana, panegirista excesivo e hiperbólico de Moscú. Nada, pues, más lógico que
hoy se indigne de que su amigo Russakov tenga un altercado con una bolchevique
y pierda su alojamiento y que, por esta causa, injurie de repente a la
revolución, no viendo ya en el Estado proletario sino desastres, crímenes,
abominaciones; tras de los hechos y circunstancias soviéticas más pequeñas e
insignificantes se esconden y palpitan ahora para Istrati los horrores más
sanguinarios de la historia…
El autor de “Kyra
Kyralina” es libre de emplear el método de los “reflejos” en todo lo que
quiera: en su vida personal como en su literatura. Pero no es libre de
emplearlo en política, terreno para el cual es menester una sensibilidad menos
animal y más humana, menos afectiva y más intelectual. En todo cuanto Istrati
escribe sobre política hay, inevitablemente, alabanza o invectiva. Su
cordialidad ignora la justeza y la justicia, que nacen de los datos de la
realidad objetiva y no de los arbitrarios recovecos subjetivos. Las gentes como
Istrati se hallan, en política, a mil leguas de la psicología marxista, según
la cual nuestro concepto sobre la realidad social y económica debe ser
racional, rigurosamente científico e independiente de nuestros caprichos
sentimentales. Panait Istrati es, en política, como en todo, un mero sentimental
y, en consecuencia, cambia, se contradice a su libre arbitrio, según sus
impresiones ultraindividuales. En particular, odia lo malo y ama lo bueno y
piensa con Hegel y al revés de Marx, que lo bueno y lo malo son conceptos
absolutos e inmutables. Allí donde se fusilaba a los ricos porque explotaban a
los pobres, como en Rusia, Istrati ha pronunciado sus más grandes oraciones
apologéticas. Peor si, un día inesperado, un excelente amigo suyo riñe con una
bolchevique y se le cambia de alojamiento -perdiendo en la riña y en el cambio-,
Istrati, muy a su pesar, tiene que pronunciar su condena contra el propio
Soviet de sus amores. Para Istrati, en un país donde se trata sincera y
prácticamente de establecer la democracia, es inconcebible que se produzca una
riña de comadres y que, por distribuir mejor unas habitaciones entre quienes
las necesitan, se incomode de modo más o menos discutible a tal o a cual
sujeto. A partir del “affaire” Russakov, todas las escenas soviéticas se
truecan en ignominias infernales. La generalización es gusto y manía
típicamente reaccionarios.
La mayoría de los hombres
inspira su conducta política y procede de la misma manera que Panait Istrati:
en la sensiblería. De aquí que no logran intervenir eficazmente en la
organización y funciones del Estado y que la democracia sea imposible. No
quieren convencerse de que la historia no se hace con sensiblerías -lágrimas o
sonrisas-, sino con actos inteligentes, fundados en la realidad objetiva a
implacable y en una perspectiva científica y global de la vida. (1)
Notas
(1) Añadir. La fe del que
no comprende, pero cree (el obrero, los cristianos). Muy diferente de la falta
de fe del que no comprende, y, al propio tiempo, no cree (Istrati y Cº). La
forma de la fe es una forma afirmativa y no negativa.
Lo de Istrati
generalizarlo a todos los artistas en su caso. (N. del A.)
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