domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (47)


EL DÍA QUE LLEGÓ EL TIGRE

Hombre que supo tener un conocimiento pal bicherío, aura que dice, Alucinado Crisma, el casau con Prograna Siete, mujer más difícil que ordeñar de parau. Le decían “El sauce llorón” porque se peinaba pa delante y siempre andaba buscando consuelo.

Alucinado Crisma tenía una habilidá que le conocía mañas y costumbres a toditos los animales. Sabía en qué vuelta se acuesta el perro, y de qué lau le hace la puerta al nido el hornero.

-¿De qué lau? -le preguntaban.

-Del lau del frente.

Sabía qué pata aflueja primero el caballo cuando se duerme parado, sabía de qué lado se acuesta la vaca en verano, sabía diferenciar cuándo el perro le ladra a la luna llena, y cuándo le ladra al cuarto creciente.

-¿Y cómo le ladra al cuarto menguante? -le preguntaban.

-Al menguante le ladra menos, ta clavau.

Sabía por qué chista la lechuza desde el poste, cuánto pesa el chajá sin plumas, por qué levanta una pata la cigüeña, sabía con qué hay que asustar al bichito de la humedá pa que se haga bolita, conocía la clase de araña por la tela, y le sabía distinguir las pisadas de la hormiga asigún fuera cargada o de paseo.

Alucinado le conocía de bichos menores a mayores sin confundirlos pa nada.

El elefante es gris, igual que el bichito de la humedá, sin embargo él jamás le confundía bichito con elefante.

Una tarde, caminaba mirando una bandada de cotorras, y cuando quiso acordar embocó en el boliche El Resorte.

Tomando unos vinos con mortadela y dulce de leche pa picar taban Honorario Resca, la Duvija, Carcomido Plano, Aparición Menrosco, el pardo Santiago, el tape Olmedo, Rosadito Verdoso, Firulete Mundial, y el Aperiá Chico.

Alucinado llegó, dentro, saludó, se acodó al mostrador, acarició al gato y comentó:

-Lindo gato, lástima que el pelaje barcino sea tan ordinario.

El gato se corrió pa la otra punta y a la pasada le volcó la caña con la cola. La Duvija lo miró de arriba abajo como diciendo: “¡Aaandaa a paaseaar!” y el tape Olmedo ya estaba por encararlo, cuando en la puerta se vio como una sombra de lo más estraña. Miran así… ¿y qué era?

Semejante tigre.

Fue un disparramo de gente humana que se pechaba contra los rincones y la Duvija repartió algún bife porque en el entrevero no faltó una mano.

El tigre pegó un rugido, armó el salto, lo desarmó porque estaba mal armado, lo armó de nuevo y saltó pa quedar plantau arriba del mostrador como de dueño. El barcino hizo un arco con el lomo pinchudo, que las cuatro patas se le juntaron.

Parado en su sitio, tranquilo el hombre, vasito de caña en la mano y las vistas clavadas en la fiera, había quedau Alucinado Crisma. Los otros, apelotonados en un rincón, no querían ni mirar.

De otro salto el tigre volvió al suelo, y Alucinado lo enfrentó. Los otros escucharon clarito cuando le decía:

-¡Eche pa atrás tigre… eche pa atrás tigre le digo… eche pa atrás!

Cuando se animaron a mirar el tigre ya no estaba. Cuando le preguntaron al hombre cómo lo había sacado, él contestó muy aplomado:

-De la única manera de sacar a estos animales: reculando.

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