No hay duda de que
el pensamiento contemporáneo, y en general la manera de pensar contemporánea,
tienden a desdeñar el modelo de reflexión propio de los ancestros, modelo clásico,
cristiano, occidental y logocéntrico. Desdeña ir de una premisa a otra para
llegar a una conclusión, y también que una cosa pueda inferirse de otra que ha
sido suficientemente comprobada en los hechos, o que un pasado conocido pueda
echar luz sobre un presente desconocido (las tres grandes formas de la
inferencia lógica: deducción, inducción y retroducción ‒con sus múltiples
variedades).
Hoy día campean la
descripción y la narración como estructuras discursivas y reflexivas más recurridas.
No se basan en inferencias, es decir, en ir de un pensamiento en otro, de una
idea o de un significado a otros, sino en la ilación de alusiones a la realidad
temporal y espacial que constituye un cuadro o un relato; se diría de imagen en
imagen que se unen asindéticamente, es decir, como la conjunción “y” une una
palabra o una oración con otra. Es frecuente la exposición de las propias ideas
mediante un esquema archiconocido que suele empezar con “Ayer vino Fulano y me
dijo”, o “¡Callate, no sabés lo que me pasó!” En otros niveles, por ejemplo en
el literario, la narración suple todas las funciones del ensayo, y explica muchas
cosas con soltura y sin necesidad de conceptos teóricos abigarrados.
La politología y
la sociología no son lentas en recurrir a las comparaciones y a las
estadísticas, y la historia, en este sentido, es la reina de las ciencias
narrativas. El periodismo es el rey, y suele contar más que eslabonar premisas,
porque contar para informar es su misión específica. La propaganda no gasta
tiempo en razonamientos y se resuelve en un sketch,
short story o little sing, sin necesidad de mayor gasto, con mucha sugerencia
visual, incluida la del tipo subliminal. La política es aficionada a relacionar
hechos, cosas, sucesos, situaciones, todos asuntos concretos y puntuales. Consiste,
en pocas palabras, en decir cuándo y dónde y en contar la sucesión de hechos
que es, fue o pudo ser, o que será. Todo es continuo, sin saltos, y va por
parte en el sentido de lo que está primero a lo que está después.
***
¿Acaso esta
tendencia se corresponde con una justificada reacción contra cierto exceso de
pensamiento lógico, normativo, axiomático y definitivamente apriorístico, de
una época ya sida? Si fuera así, el pasado histórico no registraría narrativa
de ninguna especie, contrastando con el ingente acervo de novelas, cuentos,
crónicas, descripciones e inventarios que nos vienen de los tiempos más lejanos.
La tendencia a pensar los problemas haciendo de la actividad humana su
principal fundamento, actividad cuidadosamente dispuesta en lugares y tiempos
determinados, es característica de la tradición clásica y tiene siglos y
siglos, así como el pensamiento concreto y realista, con nada menos que Aristóteles
en sus orígenes.
Habría dos grandes
clases de pensamiento: el lógico inferencial y el de la continuidad narrativa.
Uno, basado en el paso de un estadio de conocimiento teórico a otro, con poco
consumo de tiempo, que permitiría alcanzar conclusiones de manera algorítmica
(por pequeños cálculos), sin necesidad de dar pasos uno a uno para alcanzar cierta
conclusión (y sin que se tenga que seguir el camino discursivo de la narración).
Otro, basado en el cuidadoso pasaje de un estadio concreto a otro, del
antecedente al consecuente, sin omitir ninguno, que permitiría la comprensión
escalonada hasta conseguir el conocimiento final en la conclusión o comprensión
global o universal (sin que se tenga que recurrir a la inferencia, que sólo es
mental). El primero tiene el inconveniente de la racionalización extrema,
divorciada de la realidad concreta; el segundo tiene el inconveniente de la
particularización, es decir, el riesgo de reducir lo general a las
características de sólo casos particulares y únicos.
***
Aquí aparecen dos
curiosidades terribles, juntas y de la misma intensidad. Primera: no hay mucho
futuro para el pensar que acumula asindéticamente imágenes, narración, lugares
y tiempos. Este tipo de pensamiento necesita mucha experiencia, suficientes
observaciones, testigos, hechos, coincidencias, espaciotiempo en abundancia,
asuntos acerca de los cuales la flecha del avance tecnológico es renuente,
puesto que se muestra direccionada hacia la velocidad, la instantaneidad, la
digitalización y la mutación rápida. Segunda: no hay mucho futuro para el
pensar logocéntrico, si por esto entendemos la forma clásica que se atiene a
los principios de identidad y no contradicción, que necesitan orden inflexible,
axiomas y principios intuitivos, sistemas cerrados, grandes construcciones
racionales, asuntos reñidos con la plasticidad del mundo real.
Debe, pues, surgir
de algún lado un nuevo modelo de pensamiento, porque los que conocemos parecen
agotados. Hasta ahora sólo se anuncian, y en ciernes, algunas fórmulas tecnológicas
innovadoras. Estas fórmulas han sido capaces de juntar en una misma performance
práctica los dos modelos de pensamiento hasta aquí explicados. El modelo lógico
antiguo ha sido flexibilizado, dando paso a la lógica informal y borrosa (para
la que los principios de identidad y no contradicción no son determinantes).
Así, todos los problemas prácticos que habían sido resueltos mediante técnicas
mecánicas o automáticas, sólo previsibles de antemano, empiezan a resolverse
mediante mecanismos que permiten modificar la marcha del proceso resolutivo por
obra del mismo programa. Esto permitió aumentar extraordinariamente la eficacia
de la tecnología ante la realidad empírica, totalmente plástica, difícil de
dominar mediante la tecnología antigua.
Se podría vislumbrar
un nuevo modelo de pensamiento si de esta lógica flexible, que se adapta a la
continuidad real (continuidad a la que se atiene sin atenuantes la narración) surgiera
algún nuevo camino, una formula que permitiera medir el universo mediante
cálculos exactos combinados con cálculos inexactos pero aproximados. Surgiría
un nuevo modelo si se abandonara el afán de la exactitud y lo infinitesimal
tanto como la necesidad de aplicar normas estrictas concebidas sin respetar la
infinita variabilidad y versatilidad de la naturaleza y el cosmos. Un modelo
que pudiera escapar de las fronteras lógico-matemáticas estrictas y, al mismo
tiempo, evitar los riesgos de la improvisación y la fantasía. Esto es, si
pudiera cumplirse lo que hasta ahora resulta una utopía. Pero quedaría en el
medio el siguiente asunto final y muy importante:
***
El modelo
narrativo está sujeto a las impresiones de cada individuo, a la subjetividad propia de cada conciencia,
al saber y a la experiencia que es diferente en cada observador, en cada
narrador, en cada uno de aquellos que se proponen describir lo que han visto o
lo que imaginan. El modelo lógico, por su parte, se atiene sólo a las
impresiones que han sido aprobadas por todos, de acuerdo a una categoría
alcanzada por unanimidad de opiniones, categoría de la objetividad, y que hasta se propone eliminar los contenidos
subjetivos provenientes de las visiones individuales o de quienes no se han
propuesto un mecanismo de consenso del conocimiento. Objetividad y
subjetividad, pues, han resultado los polos opuestos y extremos de un abanico
de pensamiento que se extiende desde la ciencia al arte, desde la
historiografía a la narrativa, desde la opinión autorizada a la común o, como
entendían los griegos antiguos, desde la alezeia
(=verdad) a la doxa (=opinión o
apariencia).
Pero, si bien la
objetividad se corresponde con el plano del conocimiento objetivo, el que
pretende arrogarse la ciencia experimental tanto como la teórica, la
subjetividad se corresponde con el plano del conocimiento intuitivo, mental, de
sólo experiencia directa y elaboración rudimentaria, plano que estudian la
psicología, la neuropsicología y otras ciencias que abarcan fenómenos en gran
parte negados a la indagación experimental. Si bien el primero es bastante bien
conocido, al menos en lo que se refiere a sus procedimientos y métodos, el
conocimiento subjetivo carece de ese privilegio, contando con un acervo de
saber limitado casi en su totalidad a las posibilidades de la introspección.
Y aquí yace el
problema, porque la introspección es una vía rechazada por la mayoría de los
pensadores, y la subjetividad una dimensión de la conciencia humana que ha sido
relegada al mundo de la fantasía y la ilusión. ¿A qué se debe esta falla en el
tratamiento dado por los estudiosos al conocimiento subjetivo? Varias ciencias neuroquímicas
y todo el espectro de la tecnología biológica actual han facilitado el
surgimiento de nuevas teorías sobre el desempeño humano y sobre su capacidad de
aplicar modelos lógicos o cuasi
lógicos, o algoritmos, y de avanzar en la resolución del problema
mente-cerebro. Se ha procurado suplir con estas ciencias la antigua investigación introspectiva sobre la
subjetividad.
Si se renovara la
propia concepción de la subjetividad humana, la introspección seguiría siendo
un instrumento sumamente valioso. En cambio, la ciencia parece persistir en el
supuesto de que la subjetividad se corresponde con un medio aislado de la
realidad, sobreviviente en la soledad caprichosa de la conciencia. De esta
manera, se sigue en la ignorancia de que la subjetividad es tributaria de la
misma historia experiencial de la objetividad, y que las relaciones de la
historia personal con los modelos narrativo y lógico hacen la única diferencia
entre esas dos dimensiones de la conciencia. Pero es otra historia.
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