domingo

JORGE LIBERATI - Especial para elMontevideano Laboratorio de Artes


MODELOS DE PENSAMIENTO

No hay duda de que el pensamiento contemporáneo, y en general la manera de pensar contemporánea, tienden a desdeñar el modelo de reflexión propio de los ancestros, modelo clásico, cristiano, occidental y logocéntrico. Desdeña ir de una premisa a otra para llegar a una conclusión, y también que una cosa pueda inferirse de otra que ha sido suficientemente comprobada en los hechos, o que un pasado conocido pueda echar luz sobre un presente desconocido (las tres grandes formas de la inferencia lógica: deducción, inducción y retroducción ‒con sus múltiples variedades).

Hoy día campean la descripción y la narración como estructuras discursivas y reflexivas más recurridas. No se basan en inferencias, es decir, en ir de un pensamiento en otro, de una idea o de un significado a otros, sino en la ilación de alusiones a la realidad temporal y espacial que constituye un cuadro o un relato; se diría de imagen en imagen que se unen asindéticamente, es decir, como la conjunción “y” une una palabra o una oración con otra. Es frecuente la exposición de las propias ideas mediante un esquema archiconocido que suele empezar con “Ayer vino Fulano y me dijo”, o “¡Callate, no sabés lo que me pasó!” En otros niveles, por ejemplo en el literario, la narración suple todas las funciones del ensayo, y explica muchas cosas con soltura y sin necesidad de conceptos teóricos abigarrados.

La politología y la sociología no son lentas en recurrir a las comparaciones y a las estadísticas, y la historia, en este sentido, es la reina de las ciencias narrativas. El periodismo es el rey, y suele contar más que eslabonar premisas, porque contar para informar es su misión específica. La propaganda no gasta tiempo en razonamientos y se resuelve en un sketch, short story o little sing, sin necesidad de mayor gasto, con mucha sugerencia visual, incluida la del tipo subliminal. La política es aficionada a relacionar hechos, cosas, sucesos, situaciones, todos asuntos concretos y puntuales. Consiste, en pocas palabras, en decir cuándo y dónde y en contar la sucesión de hechos que es, fue o pudo ser, o que será. Todo es continuo, sin saltos, y va por parte en el sentido de lo que está primero a lo que está después.

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¿Acaso esta tendencia se corresponde con una justificada reacción contra cierto exceso de pensamiento lógico, normativo, axiomático y definitivamente apriorístico, de una época ya sida? Si fuera así, el pasado histórico no registraría narrativa de ninguna especie, contrastando con el ingente acervo de novelas, cuentos, crónicas, descripciones e inventarios que nos vienen de los tiempos más lejanos. La tendencia a pensar los problemas haciendo de la actividad humana su principal fundamento, actividad cuidadosamente dispuesta en lugares y tiempos determinados, es característica de la tradición clásica y tiene siglos y siglos, así como el pensamiento concreto y realista, con nada menos que Aristóteles en sus orígenes.

Habría dos grandes clases de pensamiento: el lógico inferencial y el de la continuidad narrativa. Uno, basado en el paso de un estadio de conocimiento teórico a otro, con poco consumo de tiempo, que permitiría alcanzar conclusiones de manera algorítmica (por pequeños cálculos), sin necesidad de dar pasos uno a uno para alcanzar cierta conclusión (y sin que se tenga que seguir el camino discursivo de la narración). Otro, basado en el cuidadoso pasaje de un estadio concreto a otro, del antecedente al consecuente, sin omitir ninguno, que permitiría la comprensión escalonada hasta conseguir el conocimiento final en la conclusión o comprensión global o universal (sin que se tenga que recurrir a la inferencia, que sólo es mental). El primero tiene el inconveniente de la racionalización extrema, divorciada de la realidad concreta; el segundo tiene el inconveniente de la particularización, es decir, el riesgo de reducir lo general a las características de sólo casos particulares y únicos.

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Aquí aparecen dos curiosidades terribles, juntas y de la misma intensidad. Primera: no hay mucho futuro para el pensar que acumula asindéticamente imágenes, narración, lugares y tiempos. Este tipo de pensamiento necesita mucha experiencia, suficientes observaciones, testigos, hechos, coincidencias, espaciotiempo en abundancia, asuntos acerca de los cuales la flecha del avance tecnológico es renuente, puesto que se muestra direccionada hacia la velocidad, la instantaneidad, la digitalización y la mutación rápida. Segunda: no hay mucho futuro para el pensar logocéntrico, si por esto entendemos la forma clásica que se atiene a los principios de identidad y no contradicción, que necesitan orden inflexible, axiomas y principios intuitivos, sistemas cerrados, grandes construcciones racionales, asuntos reñidos con la plasticidad del mundo real.

Debe, pues, surgir de algún lado un nuevo modelo de pensamiento, porque los que conocemos parecen agotados. Hasta ahora sólo se anuncian, y en ciernes, algunas fórmulas tecnológicas innovadoras. Estas fórmulas han sido capaces de juntar en una misma performance práctica los dos modelos de pensamiento hasta aquí explicados. El modelo lógico antiguo ha sido flexibilizado, dando paso a la lógica informal y borrosa (para la que los principios de identidad y no contradicción no son determinantes). Así, todos los problemas prácticos que habían sido resueltos mediante técnicas mecánicas o automáticas, sólo previsibles de antemano, empiezan a resolverse mediante mecanismos que permiten modificar la marcha del proceso resolutivo por obra del mismo programa. Esto permitió aumentar extraordinariamente la eficacia de la tecnología ante la realidad empírica, totalmente plástica, difícil de dominar mediante la tecnología antigua.

Se podría vislumbrar un nuevo modelo de pensamiento si de esta lógica flexible, que se adapta a la continuidad real (continuidad a la que se atiene sin atenuantes la narración) surgiera algún nuevo camino, una formula que permitiera medir el universo mediante cálculos exactos combinados con cálculos inexactos pero aproximados. Surgiría un nuevo modelo si se abandonara el afán de la exactitud y lo infinitesimal tanto como la necesidad de aplicar normas estrictas concebidas sin respetar la infinita variabilidad y versatilidad de la naturaleza y el cosmos. Un modelo que pudiera escapar de las fronteras lógico-matemáticas estrictas y, al mismo tiempo, evitar los riesgos de la improvisación y la fantasía. Esto es, si pudiera cumplirse lo que hasta ahora resulta una utopía. Pero quedaría en el medio el siguiente asunto final y muy importante:

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El modelo narrativo está sujeto a las impresiones de cada individuo, a la subjetividad propia de cada conciencia, al saber y a la experiencia que es diferente en cada observador, en cada narrador, en cada uno de aquellos que se proponen describir lo que han visto o lo que imaginan. El modelo lógico, por su parte, se atiene sólo a las impresiones que han sido aprobadas por todos, de acuerdo a una categoría alcanzada por unanimidad de opiniones, categoría de la objetividad, y que hasta se propone eliminar los contenidos subjetivos provenientes de las visiones individuales o de quienes no se han propuesto un mecanismo de consenso del conocimiento. Objetividad y subjetividad, pues, han resultado los polos opuestos y extremos de un abanico de pensamiento que se extiende desde la ciencia al arte, desde la historiografía a la narrativa, desde la opinión autorizada a la común o, como entendían los griegos antiguos, desde la alezeia (=verdad) a la doxa (=opinión o apariencia).

Pero, si bien la objetividad se corresponde con el plano del conocimiento objetivo, el que pretende arrogarse la ciencia experimental tanto como la teórica, la subjetividad se corresponde con el plano del conocimiento intuitivo, mental, de sólo experiencia directa y elaboración rudimentaria, plano que estudian la psicología, la neuropsicología y otras ciencias que abarcan fenómenos en gran parte negados a la indagación experimental. Si bien el primero es bastante bien conocido, al menos en lo que se refiere a sus procedimientos y métodos, el conocimiento subjetivo carece de ese privilegio, contando con un acervo de saber limitado casi en su totalidad a las posibilidades de la introspección.

Y aquí yace el problema, porque la introspección es una vía rechazada por la mayoría de los pensadores, y la subjetividad una dimensión de la conciencia humana que ha sido relegada al mundo de la fantasía y la ilusión. ¿A qué se debe esta falla en el tratamiento dado por los estudiosos al conocimiento subjetivo? Varias ciencias neuroquímicas y todo el espectro de la tecnología biológica actual han facilitado el surgimiento de nuevas teorías sobre el desempeño humano y sobre su capacidad de aplicar modelos lógicos o cuasi lógicos, o algoritmos, y de avanzar en la resolución del problema mente-cerebro. Se ha procurado suplir con estas ciencias la antigua investigación introspectiva sobre la subjetividad.

Si se renovara la propia concepción de la subjetividad humana, la introspección seguiría siendo un instrumento sumamente valioso. En cambio, la ciencia parece persistir en el supuesto de que la subjetividad se corresponde con un medio aislado de la realidad, sobreviviente en la soledad caprichosa de la conciencia. De esta manera, se sigue en la ignorancia de que la subjetividad es tributaria de la misma historia experiencial de la objetividad, y que las relaciones de la historia personal con los modelos narrativo y lógico hacen la única diferencia entre esas dos dimensiones de la conciencia. Pero es otra historia.

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