por Fernando Díaz de Quijano
El
director catalán estrena la temporada del Teatro Kamikaze con una versión libre
de Un enemigo del pueblo, con Israel Elejalde e Irene Escolar, que
invita al público a debatir y votar en directo
El conflicto entre
la ética y el interés personal es el tema central de Un enemigo del
pueblo, el clásico del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906). En la obra, el
doctor Stockmann descubre que las aguas del balneario que ejerce como motor
principal del turismo y la economía local están contaminadas, y desde ese
momento deberá enfrentarse al poder político, económico y mediático de la
comunidad, que anteponen la salvaguarda de sus beneficios al deber de
garantizar la salud pública, y todo el pueblo se vuelve en contra del
protagonista. El propósito de Ibsen era demostrar que el sufragio
universal, que empezaba a desarrollarse en las sociedades avanzadas por
aquella época, era un error, ya que la mayoría puede acabar
imponiendo su voluntad aunque no tenga la razón.
El director teatral Àlex Rigola inaugura este miércoles la nueva temporada del Teatro Pavón Kamikaze con un versión muy libre de Un enemigo del pueblo, como viene haciendo en los últimos años cada vez que sube en escena un clásico. “Mi forma de trabajar el teatro clásico ha cambiado con los años, ahora me interesa romper absolutamente la cuarta pared y generar una cercanía con el espectador que no había antes, y las obras originales no están preparadas para eso”, explica Rigola a El Cultural. En aras de esa relación más directa con el espectador (que en esta obra es invitado a debatir e incluso votar, determinando así el curso del espectáculo), Rigola difumina la frontera entre actor y personaje. “Para mí no hay personajes, sino personas que se relacionan con el público. El cine y la televisión, en cuestión de realismo, nos han ganado la partida; pero el teatro tiene las de ganar porque nosotros estamos en contacto directo con el espectador y tenemos que aprovechar esa baza”.
En esta ocasión, los encargados de generar ese estrecho contacto con el público son Israel Elejalde, Irene Escolar, Nao Albet, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes, que durante la función interpelan directamente al espectador. “Los actores tienen muchas cosas que decir porque tienen su propia vida, me interesa que se cuenten a sí mismos partiendo del texto”, afirma el director.
La actualización como muestra de respeto
I
Irene Escolar
interpreta a la joven alcaldesa de la ciudad (que en la obra original era un
hombre maduro), que intenta impedir que la contaminación del agua salga a la
luz. “En la versión de Rigola, el personaje no es tan evidentemente malo, ni
Stockmann tan bueno, de modo que la balanza está más equilibrada”, explica la
actriz. “El mayor reto ha sido tratar de convencer al público defendiendo unos
ideales y una forma de ver el mundo que yo no tengo”, reconoce.
Escolar conoce mejor que nadie el método de Rigola (ella protagonizó también su adaptación de Tío Vania) y considera que no supone “una traición al original, sino todo lo contrario, respetarlo más”, porque pretende conseguir en la sociedad actual un impacto equivalente al que causó la obra original en su momento; en el caso de Un enemigo del pueblo, “conseguir revolucionar un patio de butacas y a toda una sociedad como ocurrió cuando la estrenó Ibsen es muy difícil, pero sí que incomoda, hace cuestionarse muchas cosas y genera polémica”.
Como explica Elejalde, que da vida a Stockmann, la versión de Rigola incide más en la libertad de expresión que en la cuestión del sufragio universal. “La verdadera democracia se basa en el respeto a las minorías, no tanto en el voto, ya que en muchos sistemas se puede votar; y en la libertad de expresión, que todo el mundo pueda decir lo que piensa aunque vaya en contra de los valores de la mayoría. Como dice John Stuart Mill en Sobre la libertad, aunque solo una persona piense en contra de la mayoría, es necesario escucharla y rebatirla con argumentos. Cuando las ideas se convierten en creencias nadie quiere escuchar al contrario. Esto cada vez se nota más, parece que en vez de política hoy se hace teología”, lamenta el actor.
Por eso siente un gran respeto por Ibsen, aunque tuviera posturas políticas contrarias a las suyas: “Él era una persona conservadora pero era un gran escritor y pensador. Algunas de sus ideas, aunque partan de una actitud conservadora, pueden ser recogidas por un pensamiento más progresista, ya que te plantea muchas preguntas como ciudadano. A mí me coloca todo el rato en tensión, a veces estoy de acuerdo con él y a veces no, pero siempre me hace pensar que tiene razones aunque crea que no lleva la razón”.
Independencia versus sustento
En la versión de
Rigola, que se titula Un enemigo del pueblo (Ágora), ese añadido
entre paréntesis refleja la participación del público en el transcurso de la
obra mediante el debate y el voto. En esos momentos, los actores, y no
los personajes, se dirigen al público, lanzándole preguntas e hipótesis
incómodas. Una de ellas: ¿qué pasa si una compañía teatral recibe
subvenciones de un partido con una ideología contraria a la suya? ¿Deberá
moderar su visión del mundo en escena para garantizar su sustento económico?
Este bien podría
ser el caso de Kamikaze, que recibió el Premio Nacional de Teatro en 2017, dotado con
30.000 euros, cuando el Partido Popular aún gobernaba, y recibe regularmente
una subvención de la Comunidad de Madrid (también regida por el PP) que ayuda a
sostener un proyecto escénico privado cuya excelencia e innovación han sido
unánimemente celebradas por el público y la crítica desde su puesta en marcha
en 2016. No obstante, Elejalde asegura que nunca han recibido presiones por
parte del poder político. “Afortunadamente solo tengo palabras de
agradecimiento para los interlocutores de Kamikaze en las administraciones.
Tanto Jaime de los Santos (Consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid) como
el Ministerio de Cultura saben que no somos de la cuerda del PP pero siempre
nos han respetado. En general tenemos ideas críticas pero tampoco somos un
verso demasiado libre. Pero sí que hay compañeros con ideas más radicales y a
ellos sí se les castiga desde el poder”, opina Elejalde.
Por su parte, es
bien sabido que Rigola no se mueve solo en el plano teórico a la hora de
abordar este tipo de conflictos entre la ética personal y ‘la mano que da de
comer': recordemos que el pasado mes de octubre el director dimitió de su recién estrenado cargo como
director artístico de los Teatros del Canal de Madrid como muestra de repulsa por
la manera en que el Gobierno del PP (el mismo partido que rige la comunidad
madrileña, administración de la que depende el teatro) impidió el referéndum
ilegal del 1 de octubre sobre la independencia de Cataluña y en la que, según
su opinión, se ejerció una “brutal violencia” contra la población civil.
“Lo primero que tengo que decir al respecto es que cada día tengo mis puntos oscuros, cada día traiciono mi ética, lo cual no quiere decir que a veces necesite defender ciertas posturas”, explica Rigola. Según el director, “tenemos demasiado miedo a las posibles consecuencias de nuestras acciones y opiniones, y eso es algo que sabe muy bien el poder, es de lo que se alimenta”.
Precisamente en los Teatros del Canal, el próximo mes de marzo, se podrá ver la siguiente propuesta de Rigola, a la que ha dedicado ocho meses de trabajo. Se titula Macho Man y es “una instalación-espectáculo en torno al problema de la violencia machista”, explica el director; una suerte de laberinto que el público, dividido en pequeños grupos, debe atravesar, enfrentándose a situaciones que abordan el problema desde distintos enfoques. Todo ello con el mismo objetivo con el que aborda y reinventa los clásicos: el de sacudir al espectador para hacerle más consciente de los problemas que aquejan a la sociedad de hoy, y que en esencia son los mismos que arrastra desde hace siglos.
(El Cultural / 29-8-2018)
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