FEDE RODRIGO
1º edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
DEL BARRIO 3
Las nubes estaban todas rotas y por los huecos se colaba alguna estrella.
El Zurdo llegó al costado de la cañada, un deprimido surco de agua que se abría
paso entre la basura al que irónicamente llamaban el Balneario. El caballo se detuvo solo guiado por la rutina.
El hombre se bajó del carro y felicitó al caballo (el mejor alimentado de
ellos dos). Con cuatro hijas y un oficio tan sacrificadamente poco redituable,
la comida que sobraba para el Zurdo era muy poca. Claro que aun así estaba
conforme con el pacto que hizo con la vida: menos comida por más dignidad. (Lo
haría una y mil veces.)
Poco a poco fue desmontando la montaña de materia prima que había juntado
con su palo terminado en un pincho a lo largo de las calles barrosas. Hay otros
clasificadores que se llevan la basura a su casa para terminar de aprontarla,
pero hay cosas a las que ni el Zurdo puede sacarles provecho y no quiere que
queden tiradas en el hogar donde crecen sus cuatro hijas. Sin embargo, nadie se
va a enojar si clasifica la basura en el Balneario: allí hay demasiado hedor a
vida.
Por su cabeza cubierta de rulos como capullos pasaba la conversación que
había tenido con aquel pibe, las preguntas raras sobre la vida y la basura, la
gente y la mugre, el pasado y el barrio. No logró darse cuenta qué era lo que
largaba aquella puntiaguda luz roja pero no le importó mucho: contestó y se
fue. Hasta se ofreció a llevarle el mensaje al hijo raro del policía con todos
los problemas que esto podría traerle. (Él siempre trata de ayudar a la gente
aunque la gente lo desprecie con indiferencia.)
Poco a poco y con la seguridad de un experto, sacó la deforme cantidad de
objetos y comenzó a clasificarlos por origen: cartones, plásticos, aluminios,
maderas.
Clasificarlo todo le llevó más o menos dos horas. Ya tenía las bolsas de
arpillera (más grandes que su metro ochenta) prontas arriba del carro. Se sentó
sobre el pasto mojado de noche y descansó su mente con el sonido del agua.
Despejado, no pudo evitar preguntarse si no sería él el caballo negro, llevando
de arrastro toda la basura de la ciudad.
Las herraduras del bicho musicalizaban el lodoso camino mientras regresaba
a la casa. Ya era de madrugada pero su esposa iba a esperarlo con el último
plato del día para revestir su desnutrida panza. Sus hijas iban a esperarlo en
sueños y él las besaría sin reproche en el momento más hermoso de su día.
Una niña de diez años tapaba con una bolsa de basura a su pequeño
hermanito. La cantidad de errores que cometía mostraban que era un ama de casa
y no un ama de calle. “Tapale los pies porque se le van a caer los dedos del
frío” le tiró el Zurdo. La niña lo miró desconfiada aunque asomó un gracias en
forma de lágrima. Con una bolsa de nylon más chica le envolvió los pies al
niño, que no se despertó.
La galopeante marcha detuvo un poco antes de cruzar por la calle asfaltada.
Una moto se acercaba tosiendo tóxica.
-¡Zurdo! ¿Qué hacés acá a esta hora? Escapando de la jaula, ¿eh?
-Mancuerna: ¿qué hacés? Siempre trabajo hasta esta hora, tengo que dejarlo
todo pronto para venderlo mañana temprano en el Colador. Ojalá pudiera pasare
más tiempo en mi jaula.
-¿En serio? ¿Pero esa porquería no tiene techo de chapa?
El Zurdo no le contestó.
-Y está lleno de mujeres. ¡Mujeres que no podés coger! ¿Para qué te sirven
esas mujeres?
Siguió sin contestar.
-Bueno, no te pongas tan serio, me vas a matar con un silencio de esos. Si
querés te puedo conseguir un trabajito con el jefe: te da tres billetes por
botellita colocada, ¿qué me decís?
-Prefiero que no. Ya estoy bien con este trabajo.
-Si a andar acarreando mierda le llamás trabajo, allá vos. Yo voy a seguir
en lo mío, entonces.
-¿Y vos qué hacés a esta hora por acá?
-Voy a buscar alguna pielcita. ¿Sabés si hay alguna nueva?
-Yo no voy nunca para ese lado, estoy casado.
-Sí. Con una trampa para oso te cazaron a vos. Che, tu hija la más grande
está casi pronta ya, ¿no?
-Donde te atrevas aunque sea a imaginártelo te corto las bolas con un
vidrio, ¿me escuchaste?
-Ay, Zurdito, qué carácter. Si yo la vi crecer: es como una sobrina que
tengo.
-¡Es tu sobrina, enfermo!
-Como digas, Zurdito. Como digas.
La moto se fue y su caño de escape sin silenciador siguió desvirgando el
silencio de la noche en forma casi criminal. La distancia lo hizo callar y sólo
el candombe del paso del caballo llevó al Zurdo somnoliento de vuelta a casa.
DEL BARRIO 4
Mamá Lucha recorrió la cicatriz del Bauti con sus dedos negros como
leyéndole el dolor en Braille. Después se mordió el labio para callar la
tristeza y la indignación: la herida había dejado la cara del niño irónicamente
sonriente en uno de los lados (sonriente y medio rígida).
-¿Qué te pasó?
-Señora Lucía. ¿Se acuerda del Despeinado?
-¿Qué te pasó?
-Ese que tiene la cabeza caduca.
-¿QUÉ TE PASÓ? Por Dios.
Luego de una zarandeada y una intensa invasión visual la primera respuesta
directa apareció:
-Había un vidrio justo donde caí.
Pasó por lo menos media hora mientras Mamá Lucha curó la herida con la
delicadeza de una arpista, mientras la mirada de Bauti volaba de pared a pared
como una mosca.
Cuando el remiendo sobre la cara estropeada del niño estaba listo, la
conversación siguió como si nada.
-¿Señora Lucía?
-Decime Lucía, mi cielo. ¿Qué pasa?
-Mi amigo el Despeinado, ¿lo recuerda? El de la cabeza caduca.
-¿Caduca?
-Sí. Que todos tengamos una cabeza perenne no quiere decir que él no pueda
tener una cabeza caduca (o que su pelo se caiga de pronto). Yo creo que le
podrían nacer brotes pero como se va a morir, nunca lo voy a saber.
-Amor, las cabezas no son caducas o perennes. Esos son los árboles y sus
hojas, algunos las cambian todas jun-
-El Despeinado dice que yo tengo estos pensamientos raros porque mamá se
metió Delirio durante su embarazo: ¿eso es posible?
-Mirá, amor. Yo lo único que sé es que lo que sucedió en aquel momento hizo
de vos una personita hermosa. Sea lo que sea que haya sucedido.
-¿Aunque vaya a matar a papá?
-Yo confío en que eso nunca va a suceder.
-Si lo mato ya no soy a ser buena persona, ¿no?
A Bauti mucho no le importó que no le contestara. Mamá Lucha jamás pensó
que vivir en la vida de todos iba a ser tan difícil. Las largas horas que
pasaba dando volteretas en el gimnasio hasta que las piernas ya no respondían y
tenía que seguir con más dolor (y con más fuerza) parecían haber sido el
entrenamiento equivocado para la vida.
No le sirve de nada aquella fuerza entumecida cuando ve a este niño frágil
y hermoso (casi roto) ni cuando piensa en sus riñones acumulando cualquier
clase de sal. Es indignante saber que mientras tanto los malagradecidos se
tapan las venas de los dedos con los cristales del Delirio. Con rencor se
mordió el labio pero siguió con su impoluta amabilidad.
-Algún día me gustaría conocerlo.
-¿A mi amigo el Despeinado? Tiene demasiado miedo, va a ser muy difícil.
-Todos tenemos miedo.
-¿Hasta usted, señora Lucía?
-Sí, mi cielo, hasta yo. ¿Pero te cuento un secreto?
-Sí, por favor.
-Lo comparto con los demás y así es mucho menos miedo el que tengo que
soportar. Los demás me ayudan, ¿entendés?
-¡Claro! Son simples matemáticas. Se lo voy a ir a decir.
-Ahora no que es muy tarde. Mejor vas mañana.
-Bueno, ¿me quedo aquí toda la noche, señora Lucía?
-Sí, así me ayudas con la comida, ¿te parece? Con la de esta noche y con la
que vamos a servir mañana en el saloncito del Laberinto.
-Bueno, entonces no voy
a matar a papá hasta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario