domingo

JORGE LIBERATI especial para elMontevideano


POR ENCIMA DE HOMBRES Y ACCIDENTES

“Por encima de hombres y accidentes, de lo anecdótico y fugaz, el Frente Amplio es un hecho escandalosamente nuevo. Rompe los esquemas enmohecidos. Trastorna las reglas de juego. Es una irrupción vital y fecunda que le ha dado al país con la fe, la esperanza. Sólo él, creemos, puede devolverle por la justicia, la paz. Creación de nuestro tiempo, del cual no puede evadirse, abre el camino del socialismo” (Carlos Quijano1).

No estaría de más releer estas palabras, escritas hace casi medio siglo, y volver a meditar en ellas. Asombrarse de que Quijano se hubiese expresado “por encima de hombres y accidentes” y que depositara su fe en el instrumento que iba a “devolver la paz mediante la justicia”. Hoy no cabe duda de que era una “creación de nuestro tiempo”, y no se puede evitar que asalten los recuerdos al repasar estas palabras, sin poder evitar que resulten fulminados por el rayo de la evidencia. Este rayo no cae sobre la conciencia política, siempre sujeta a ajustes y actualizaciones, sino sobre la conciencia moral, cuyos principios son siempre los mismos. No destruye ilusiones sino esperanzas, que no es lo mismo, no devuelve optimismos sino el sentido que otorga a la vida una causa en la que se cree. Las ilusiones, ¿acaso no eran pobres? Los optimismos, ¿no eran escasos? Pero la causa es lo único que justifica el puesto de cada uno en la sociedad.

Llama la atención que la historia, en uno de sus arrebatos de pudibundez y capricho, enmendara la plana de tal manera al maestro editorialista, el hombre para quien más que vivir era necesario navegar, aficionado a cebar el cántaro de sus preguntas contraproducentes: “El país tiene que preguntarse también si cree o no que el capitalismo, cualquiera sea su forma, se compadece con sus necesidades y sus posibilidades. Y ésta, no hay por qué ocultarlo, es la gran opción, el verdadero desafío que nos plantea nuestro tiempo. Hace mucho que hemos optado y los hechos tozudos de una dilatada experiencia han fortalecido nuestra convicción. Un país dependiente, pequeño, débil, del Tercer Mundo, no tiene soluciones capitalistas.”

¿Cómo pueden aterrizar hoy estas palabras bajo el reinado del capitalismo de siempre aplicado hoy por los herederos del socialismo? Un capitalismo que, casi imperceptiblemente, porque se ha adornado con toda clase de bijouterie social, obra a favor de las clases populares valiéndose de mecanismos descaminados y ampara el extravío de las clases ilustradas2. ¿Es obra de la “ética del mercado” o “ética de la responsabilidad”? El fundamento de esta ética se encuentra en esta síntesis: “el ser humano no tiene responsabilidad por los efectos indirectos de sus acciones directas porque el mecanismo del mercado contiene tendencias que transforman a estos efectos automáticamente en efectos que promueven el interés general” 3. ¿Acaso la síntesis no es clara? La responsabilidad final corresponde al mercado y a nadie más, aunque jamás se hayan comprobado en los hechos esas tendencias automáticas. Por lo que debería llamarse “ética de la absoluta irresponsabilidad”4.

Es una ética que ha causado demasiado daño. Quijano confió en la promesa que abría “el camino del socialismo”, el mismo hombre de la pregunta crucial, que pocos formularon explícitamente, la de si es posible otro capitalismo y otro socialismo, inspirado quizá en las conquistas sociales de José Artigas y de otros hombres que vinieron después, como José Batlle y Ordóñez. Eso no le eximió de equivocarse en su pronóstico, aunque naciera de su expectativa más encumbrada y buenamente ambiciosa. Hay algo de verdad en su sospecha acerca de que el otro capitalismo y el otro socialismo deben andar por ahí, ocultos entre las no-ideas y los no-hechos, es decir, entre las ideas interceptas y ahogadas y los hechos que nunca se dejaron ser.

Sus aciertos fueron mayores y enjundiosos, y supo amojonar la frontera entre lo posible y lo imposible con claras indicaciones que hasta hoy no se han percibido debidamente: “Sin teoría, ya se ha dicho y repetido, no hay acción. Y, en definitiva, cuando las modas pasan sólo quedan los principios. Hay que defenderlos más en las malas que en las buenas, sin temor a perder amistades o a sumar enemistades. La única política fecunda es la que se ajusta a principios.”5 Pues bien, hoy día este tema, el de cultivar una teoría, el de discutirla entre todos, el de ocupar al Parlamento en tan auspiciosa tarea, es una tarea pendiente. ¿Sería aventura pronosticar un futuro nada promisorio, según el cual todo quedaría igual y cuya planificación seguirá postergándose en nombre de los “asuntos imprescindibles para la democracia”?

¿Quién anida hoy, como anidó Quijano en su tiempo, la fe en un futuro que entonces podía avizorarse? ¿Por qué no anidarla ahora para avizorarlo ya? No todos están de acuerdo con la traza actual de la economía, con las condiciones en las que se realiza la política, con la cultura populista, la ideología artificial de las imágenes, el lenguaje de madera y las ideas de hierro. No todos pueden estar contentos y felices con la economía y la política que impera hoy por estos lugares. Y si fuera así, entonces, bórrense estas líneas y vuelvan al olvido las palabras de don Carlos.

Su lucidez le hizo ver que el país no podía salir del pozo en que había caído, en las malhadadas décadas posteriores a las dos dictaduras que le tocó sufrir. Véase si no se puede describir la segunda con las mismas palabras que Quijano describía la primera: “La crisis actual es sólo un aspecto de una crisis general que se extiende a lo largo de muchos años y que el país o las fuerzas políticas han sido incapaces no sólo de resolver sino también de encarar. Todo se encadena. Uruguay es un país engañado y descreído: pero enviciado con el engaño. Necesita de él, porque lo han acostumbrado a temerle a la verdad y porque intuye, lo que refuerza su temor, que la verdad es muy dura. Se ha hecho un caparazón y en él se refugia y cobija mientras distrae sus ocios, canaliza sus energías y lava su conciencia, dedicándose a fuegos artificiales, a agitaciones espasmódicas que le sirven de sustitutos de la verdadera y difícil acción.

“Muchos años de paternalismo facilongo, de dirigismos manejados por tecnócratas pedantes y políticos incompetentes cuyo objetivo es el voto y el aumento de la clientela, nos han empujado también a esta decadencia. Uruguay se resiste a saber que sólo podrá salvarse si está dispuesto a cumplir transformaciones sustanciales; que esas transformaciones serán difíciles y duras; que cualquiera que sea, capitalismo o socialismo, el camino que adopte ‒y ya se sabe que nosotros sólo creemos en la vía socialista‒ le esperan horas de lucha y de agudas fricciones. No podrá mantener la burocracia actual ni el régimen económico que hace de esa burocracia una válvula de escape para la desocupación; ni un sistema jubilatorio falaz y demagógico, discriminatorio e injusto que aplasta a la producción y a los activos y luego distribuye limosnas a lo más y fabulosas mesadas a los menos; tampoco un régimen de monocultivo, sujeto a los vaivenes de los precios internacionales, que es despoblación y desaprovechamiento de la tierra, régimen que no bastará sustituirlo por otro donde la expropiación de unos pocos permita afincar sólo a unos cuantos.

Todo su aparato está carcomido: los entes autónomos y los servicios imprescindibles, como el correo y los transportes; los bancos y la industria, y sólo prosperan lo más hábiles o diligentes para asegurarse las prebendas del régimen. Esto y mucho más que no es necesario recordar, no se resuelve con la sustitución de un presidente por otro, de un partido por otro, de los civiles por los militares, y la transformación no se cumplirá sin un inmenso y prolongado sacrificio.”6 Con la mano en el corazón, dígase si tenía razón o no, y luego sustitúyase la realidad a la que se refería con alguna otra realidad que se juzgue pertinente. ¿Habría que practicar muchos cambios?

Setiembre de 2018


REFERENCIAS:

1 Carlos Quijano, “La alternativa”, en “Marcha”, 19 de noviembre de 1971.
2 José Pedro Varela, hace siglo y medio, denunciaba la mayor desproporción del estado de la sociedad de su tiempo: la ignorancia de las clases populares y el extravío de las clases ilustradas (La legislación escolar, Obras Pedagógicas, Biblioteca Artigas, Montevideo, 1964, T. I, “Del estado actual y sus causas”).
3 Franz Hinkelammert, “Los derechos humanos frente a la globalidad del mundo”, en revista “Estudios”, año 2, Nº 2, diciembre de 2001, Secretaría de Cultura, Gobierno de Mendoza, Argentina, p. 12.
4 Franz Hinkelammert, obra y lugar citados.
5 Carlos Quijano, “Confusiones peligrosas”, en “Marcha”, 27 de octubre de 1972. 6 Carlos Quijano, “Tanto va el cántaro al agua”, en “Marcha”, 9 de febrero de 1973.

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