FEDE
RODRIGO
1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 7
Media hora antes, Kevin todavía estaba tirado con la columna apoyada en la
raíz de un árbol de la plaza sin querer dormirse: porque dormir era dejar
empezar otro día de mierda. Sus amigos se habían ido y sólo el cielo lo
acompañaba (desde una distancia prudente). En su desnutrido pectoral izquierdo
sobresalía una pequeña protuberancia de cuatro centímetros. No era cáncer, no
era un moretón, era un iceberg sumergido en su pecho.
Hoy cumplía trece años y nada era diferente: la miseria lo rodeaba y lo
invadía, entraba y salía como dueña de su cuerpo. La alegría parecía un estado
sintético de los más ricos. (Ya no los envidia, directamente los odia).
Mirando los ríos eléctricos que se forman bajo la piel de sus dedos recordó
su vida, lo poco memorable que había en ella y cómo quizás nadie nunca lo
recordaría después de muerto. Mamá Lucha dice que cada vez que te nombran
después de muerto es como que te hicieran cosquillas en el cielo. Mamá Lucha.
Ella lo perdona todo, ella siempre te devuelve un abrazo. A veces desearía que
todo el mundo no fuera más que el Laberinto, con sus pocas chapas impenetrables
y Mamá Lucha como única voluntad divina. Cuidar al niño sin riñones, barrer la
cocina. Esos eran días.
Porque hubo un momento en el que era feliz. O eso le gustaba pensar. Mamá
Lucha le había asignado a Kevin la paciente tarea de sacar a caminar a la vieja
de al lado. Uh, esa vieja boca sin dientes que era feliz. En cada salida
caminaban lentamente por una calle techada de plátanos que el sol perforaba
hasta caer en su cara todavía orgullosa de estar viva.
Se miró de vuelta el iceberg. Hoy estaba más frío que nunca. Temblaba. Se
levantó con dificultad y comenzó a caminar: debía conseguir otro poco o no
soportaría su propio cumpleaños. El peligro metálico del arma brilló a expensas
de la luna y se la metió en el pantalón. Él nunca había matado, pero hoy no se
sentía él.
Vio pasar una desnutrida niña con labios ridículamente violetas: si Mamá
Lucha hubiera podido hablarle le diría que es mejor comprar comida que
maquillaje (o que cualquier otra cosa). Iba haciendo equilibrio por el cordón
de la mano de un niño de no menos de cinco años. Los vio perderse en lo oscuro.
No lo sabría porque no se había fijado, pero el arma tenía dos balas: las
mismas dos balas que quince minutos más tarde le atravesarían la nuca a aquel
astuto niño. Tan astuto que en lugar de consumir todo el Delirio que Darío le
regaló, se arriesgó a guardarlo para vender. Le salió mal. Mal y muy caro.
El puntito de luz roja fue testigo de todo. De Kevin, estrenándose asesino,
de cómo cargó desesperadamente la jeringa con el contenido de una botellita que
le robó al cadáver, de cómo clavó la aguja con furia en su dedo índice (igual
que si atacara a un muñeco Vudú de sí mismo) y de cómo convidó a sus venas con
el líquido favorito de la muerte. Su espina dorsal se tensó obligándolo a
exponer todo su rostro en el cielo. Un instante de paraíso. Luego, de vuelta a
la mierda de siempre. Ya quedaban menos cumpleaños.
Interrupción de magnates
-Tengo ganas de cambiar al niño raro.
-Sabés que no se puede. Ya discutimos las reglas y no se puede.
-Dale, viejito. No seas malo. Pensé que iba a ser uno de esos loquitos que
salen por ahí a matar gente, pero no. Es un colgado de esos que no tienen ni
idea de la realidad.
-Si empezamos a cambiar las reglas sobre la marcha esto se vuelve una
locura.
-¿Te parece que se puede volver más locura de lo que estamos haciendo?
-Lo que estamos haciendo no es una locura. Es una nueva forma de jugar ajedrez,
nada más.
-Cómo cambiás rápido la manera de pensar, viejito. ¿Eh?
-Mirá que si esto sale bien hasta se puede popularizar y todo.
-¿Pero no te parece que igual vamos a tener un problemita con la ley?
-¿La ley? No me hagás reír que se me aflojan los dientes nuevos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario