domingo

EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (25) - JOSEPH CAMPBELL



2 / LA NEGATIVA AL LLAMADO (5)

El rey se sintió confundido y avergonzado, pues esto sucedió en presencia de la asamblea de los grandes y de los oficiales del reino, en ocasión de una gran ceremonia del Estado. Pero después, la majestad del reinado tomó posesión de él, le habló a gritos a su hijo y lo hizo temblar. Luego llamó a los guardas que estaban a su lado y ordenó: “¡Apresadlo!” Ellos se adelantaron y le echaron mano y atándolo lo trajeron ante su señor, que les ordenó que le sujetaran los codos a la espalda y de esta manera lo presentaron ante él. El príncipe inclinó la cabeza lleno de temor y aprensión, con la frente y la cara empapadas de sudor; la vergüenza y la confusión lo atormentaban vivamente. Entonces su padre lo insultó y lo envileció gritando: “¡Guay de ti, ye mi hijo, hijo bastardo y mal educado! ¿Cómo tienes la insolencia de contestarme así, delante de esta asamblea, en presencia de mis chambelanes y mis generales? ¡En verdad careces de la educación más elemental! ¿Por ventura no comprendes que si lo que acabas de hacer, lo hubiera hecho uno de mis vasallos, no habría salido tan bien librado?” El rey ordenó a sus soldados que soltaran sus codos y que lo aprisionaran en una torre de los castillos que guarnecían las fronteras.

Tomaron al príncipe y lo encerraron en una vieja torre, donde había una sala destruida y en el medio una fuente derribada; después de haberla limpiado trajeron un lecho y lo cubrieron con tapices y colocaron a su cabecera una almohada. Luego trajeron un mosquitero grande y encendieron candelas, porque aquel lugar estaba oscuro aun durante el día. Finalmente, los soldados hicieron entrar a Kamaru-s-Semán y pusieron un eunuco en la puerta, y cuando todo estuvo hecho, el príncipe se dejó caer en el sofá con el espíritu triste y acongojado, culpándose y arrepintiéndose de la injuriosa conducta que había tenido con su padre.

Mientras tanto, en el distante imperio de la China, la hija del rey Gayur, señor de las Islas, de los Mares y de los Siete Palacios, se hallaba en un caso parecido. Cuando se conoció su belleza y su fama y su nombre se extendieron a los países vecinos, todos los reyes la pidieron en matrimonio a su padre y él lo había consultado con ella, pero a la princesa le disgustaba hasta la palabra misma de matrimonio. “Ye padre mío, no tengo la menor intención de casarme y no me casaré en la vida; porque siendo yo señora y reina, que sobre las gentes impera, no voy a querer un marido que sobre mí mande a su albedrío” Y mientras más pretendientes rechazaba, más crecía el interés de los solicitantes y toda la realeza de las islas de la China mandaba regalos y rarezas su padre con cartas en que la pedían en matrimonio. Él insistía una y otra vez, aconsejándola con respecto a sus esponsales, y ella siempre rehusaba. Y él se llenó de perplejidad en lo que concernía a su actitud y a los reyes sus pretendientes. De manera que le dijo: “Está bien. Si realmente estás decidida a no casarte en tu vida, yo nada en contra he de decir, pero abstente en delante de entrar y salir.” Acto seguido la internó en su cámara y encomendó su guardia a diez ancianas y le prohibió ir a los Siete Palacios. Además, aparentó estar indignado con ella y envió cartas a todos los reyes, haciéndoles saber que los genios le habían producido un ataque de locura. (26)

Con un héroe y una heroína que siguen la senda negativa y entre ellos todo el continente de Asia, ha de requerirse un milagro para consumar la unión de esta pareja eternamente predestinada. ¿Podrá dicha fuerza romper el hechizo de la negación de la vida y aplacar la cólera de los dos padres infantiles?

La respuesta a esta pregunta es la misma a través de todas las mitologías del mundo. Porque como se escribió frecuentemente en las sagradas páginas del Corán: “Bien puede Alá salvaros.” El único problema es saber cuál será el mecanismo del milagro. Y ese es un secreto que se revelará en las páginas posteriores de este cuento de Las mil y una noches.


Notas

(26) Abreviado de Las mil y una noches,ed. Cit. Vol. I, pp. 1072-1082.

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