ACERCA DEL CONCEPTO DE CULTURA
Se ha manejado con tal
hartura y con tanto ensañamiento la palabra “cultura” en filosofía y la palabra
“culto” en psicología, que pocos atinan ya a dar con el contenido de estos
vocablos. No me refiero únicamente a la confusión que reina en la opinión
pública, ni en la conciencia social media. Me refiero, principalmente, a la
confusión de las filosofías y de los propios filósofos. No hay dos de éstos
cuyo concepto de “cultura” sea idéntico. Aquél llama culto al hombre que sabe
sentir la música de Stravinsky, mientras éste llama culto al hombre honrado,
aunque demuestre una sordera absoluta ante el “Apolo Musageta”. Otro llama
culto al hombre que maneja magistralmente el latín y el hebreo en la Academia,
mientras un cuarto llama culto al hombre que cumple escrupulosamente sus
compromisos cotidianos, aunque sea un analfabeto integral.
El escritor inglés, Stacy
Aumonier, clasificaba a los pueblos, según el grado de su cultura, en la siguiente
forma: Primero.- Pueblos cultos, por orden de sus méritos: Suecia, Escocia,
Dinamarca, Holanda, Inglaterra, Noruega, Hungría, Suiza y Alemania. Segundo.-
Pueblos semicultos: Francia, Bélgica, Austria, Checoslovaquia. Tercero. –
Pueblo bárbaros: Italia, Irlanda, Portugal, España, Grecia, Turquía y países
balcánicos. Pero el escritor francés, M. Rosny -de la academia Goncourt- cree,
en cambio, que M. Aumonier se equivoca y que un pueblo como Francia, que ha
renovado la filosofía y las matemáticas con Pascal, que ha creado el
electro-magnetismo con Ampére, que ha revolucionado la medicina con Pasteur,
que ha ilustrado la pintura con Watteau y que en literatura ha producido a
Montaigne, Rabelais, Molière, Balzac, tiene derecho a figurar en la primera
línea de los pueblos cultos.
Seguramente, M. Aumonier
llama culto al hombre que M. Rosny cree bárbaro y vice-versa. Probablemente, M.
Rosny estima que un químico es, por el solo hecho de haber creado una gran
fórmula científica, un hombre culto, mientras que M. Aumonier estima, talvez,
por su parte, que culto es sólo el hombre sano de cuerpo y espíritu, casto en
la sensualidad, honesto para sí mismo y para los demás y, en fin, que comprende
natural y humanamente su destino, aunque no sea químico ni revolucionario en
medicina.
La confusión en este
punto refleja la confusión y contradicciones inherentes al espíritu y a la
sociedad capitalista en general. Dentro de ella operan las más opuestas
filosofías, según el interés de clase, de patria, de raza, etc. Las filosofías
varían hasta dentro de una misma estructura social. En cada país viven tantas
filosofías y conciencias sociales, como clases hay en ellas. Las ideologías se
superponen según la jerarquía de esas clases. Esto puede verse también
reflejado en las formas de la educación, con su multitud de escuelas de tipos
diversos y con su caos de método y fines. “La escuela burguesa -escribe el
pedagogo ruso Pistrack- está incapacitada para dar una concepción unificada del
mundo. Sólo la escuela única -propugnada por el Soviet- puede producir un tipo
único y universal de cultura”.
Así, mientras subsista el
régimen capitalista, con sus contradicciones emanadas de la concurrencia
económica, subsistiré el caos ideológico y cultural en el mundo.
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