AUTOPSIA DEL SUPERREALISMO (2)
A la hora en que estamos,
el superrealismo -como movimiento marxista- es un cadáver. (Como cenáculo
meramente literario, -repito- fue siempre, como todas las escuelas, una
impostura de la vida, un vulgar espanta-pájaros.) La declaración de su
defunción se ha producido en dos documentos de parte interesada: el Segundo
Manifiesto Superrealista de Breton y el que, con el título de “Un cadáver”, han
firmado contra Breton, numerosos superrealistas, encabezados por
Ribemont-Dessaignes. Ambos manifiestos establecen, junto con la muerte y
descomposición ideológica del superrealismo, su disolución como grupo o
agregado físico. Se trata de un cisma o derrumbe total de la capilla, el más
grave y último de la serie ya larga de sus derrumbes.
Breton, en su Segundo
Manifiesto, revisa la doctrina superrealista, mostrándose satisfecho de su
realización y resultados. Breton continúa siendo, hasta sus postreros
instantes, un intelectual profesional, un ideólogo escolástico, un rebelde de bufete,
un dómine recalcitrante, un polemista estilo Maurras, en fin, un anarquista de
barrio. Declara, de nuevo, que el superrealismo ha triunfado, porque ha
obtenido lo que se proponía: “suscitar, desde el punto de vista moral e
intelectual, una crisis de conciencia”. Breton se equivoca. Si, en verdad, ha
leído y se ha suscrito al marxismo, no me explico cómo olvida que, dentro de esta
doctrina, el rol de los escritores no está en suscitar crisis morales e
intelectuales más o menos graves o generales, es decir, en hacer la revolución “por
arriba”, sino, al contrario, en hacerla “por abajo”. Breton olvida que no hay
más que una sola revolución: la proletaria y que esta revolución la harán los
obreros con la acción y no los intelectuales con sus “crisis de conciencia”. La
única crisis es la crisis económica y ella se halla planteada -como hecho y no
simplemente como noción o como “diletantismo”- desde hace siglos. En cuanto al
resto del Segundo Manifiesto, Breton lo dedica a atacar con vociferaciones e
injurias personales de policía literato, a sus antiguos cófrades, injurias y vociferaciones
que denuncian al carácter burgués, y burgués de íntima entraña, de su “crisis
de conciencia”.
El otro manifiesto,
titulado “Un cadáver”, ofrece lapidarios pasajes necrológicos sobre Breton. “Un
instante -dice Ribemont Dessaignes- nos gustó el superrealismo: amores de
juventud, si se quiere, de domésticos. Los jovencitos están autorizados a amar
hasta a la mujer de un gendarme (esta mujer está encarnada en la estética de
Breton). Falso compañero, falso comunista, falso revolucionario, pero verdadero
y auténtico farsante, Breton debe cuidarse de la guillotina: ¡qué estoy
diciendo! No se guillotina a los cadáveres”.
“Breton garabateaba,
-dice Roger Vitrac- garabateaba un estilo de reaccionario y de santurrón, sobre
ideas subversivas, obteniendo un curioso resultado, que no dejó de asombrar a
los pequeños burgueses, a los pequeños comerciantes e industriales, a los
acólitos de seminario y a los cardíacos de las escuelas primeras”.
“Breton -dice Jacques
Prevert- fue un tartamudo y lo confundió todo: la desesperación y el dolor al
hígado, la Biblia y los Cantos de Maldoror, Dios y Dios, la tinta y la mesa,
las barricas y el diván de Madame Sabatier, el marqués de Sade y Jean Lorrain,
la Revolución rusa y la revolución superrealista… Mayordomo lírico, distribuyó
diplomas a los enamorados que versificaban y, en los días de indulgencia, a los
principiantes en desesperación”.
“El cadáver de Breton
-dice Michel Leiris- me da asco, entre otras causas, porque es el hombre que
vivió siempre de cadáveres”.
“Naturalmente -dice Jacques
Rigaut- Breton hablaba muy bien del amor, pero en la vida era un personaje de
Courteline”.
Etc., etc., etc.
Sólo que estas mismas
apreciaciones sobre Breton, pueden ser aplicadas a todos los superrealistas sin
excepción, y a la propia escuela difunta. Se dirá que este es el lado clownesco
y circunstancial de los hombres y no el fondo histórico del movimiento. Muy
bien dicho. Con tal de que este fondo histórico exista en verdad, lo que, en
este caso, no es así. El fondo histórico del superrealismo es casi nulo, desde
cualquier aspecto que se le examine.
Así pasan las escuelas
literarias. Tal es el destino de toda inquietud que, en vez de devenir austero
laboratorio creador, no llega a ser más que una mera fórmula. Inútiles resultan
entonces los reclamos tonantes, los pregones para el vulgo, la publicidad en
colores, en fin, las prestidigitaciones y trucos del oficio. Junto con el árbol
abortado, se asfixia la hojarasca (1).
Notas
(1) Añadir que Aragón y
Eluard permanecen comunistas. (N. del A.)
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