domingo

LA PATRIA QUE TE PARIÓ (EXPLICACIÓN DEL AMOR DE JULIO HERRERA Y REISSIG) - 16



HUGO GIOVANETTI VIOLA

primera edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

obra de portada: Haugussto Brazlleim

EPISODIO 16: AJUSTICIAMIENTO

Emboscada

-Odio esta carnestolenda -se frenó un momento Delmira Agustini mientras caminaban agarradas del brazo con María Eugenia Vaz Ferreira hacia la mole soleada del Panteón Nacional. -Mirá: allá aparecieron los murciélagos.

Y señaló a la brigada anarquista que se despegó de la comitiva oficial torciendo hacia el flanco izquierdo de la rotonda diseñada por el arquitecto y escultor ticinés Bernardo Poncini bajo la presidencia de Oribe.

-Pa: Audelio del Hebrón etá má pádido que una teta -se acomodó el escote la muchacha violáceamente pintarrajeada. -Pedo la Nena igual le chupadía los güesitos.

Las personalidades estatales y los allegados más dilectos de Julio Herrera y Reissig fueron llenando la escalinata derecha que accedía a la entrada del Panteón, simétricamente opuesta a la que ocupaba el público de menor rango.

-Estoy segura de que el Batata etéreo ya está escapándose como Ícaro de toda esta fantochada -le comentó María Eugenia al poeta de la patria, que contemplaba el féretro destinado a pudrirse en una tumba provisoria con una piedad húmeda.

-Calma y fe -carraspeó el hombrecito que ladeaba el mohoso desmoronamiento de Julio Herrera y Obes.

Entonces se hizo audible la oración que Julieta de la Fuente silabeó succionando su velo casi hasta mordisquearlo:

-Pero muda y absorta y de rodillas / como se adora a Dios antes su altar / como yo te he querido, desengáñate / así no te querrán.

-Y pensar que algún poetastro cajetilla desmereció al imperator por haber terminado casándose con una novia de barrio -le secreteó indignadamente Aratta a Fernández Saldaña. -Y es una chiquilina que jamás va a abandonar las reliquias que nos legó el Narciso redimido.

-Bien lo sé. Zorrilla ha comentado en el mismo velatorio que Julio expiró dedicándole una Berceuse crística, como si la hubiera descubierto para siempre en una hornacina llena del resplandor del carozo de la luna.

-Quién pudiera escupirle la cara a tanto payaso -se le empozó el maquillaje siniestro a Delmira. -Quién pudiera besarte la calavera, Julio.

En ese momento le tocó inaugurar la oratoria a César Miranda, y tres cuartos de hora más tarde el poeta de la patria se preparaba para cerrar el acto cuando un dandy saltó desde la escalinata donde se habían emboscado los anarquistas y avanzó dando zancadas hasta el féretro.

-Del Hebrón perdió el juicio -le pellizcó el brazo María Eugenia a Delmira, que empezó a parpadear con una novelería más esperanzada que mórbida.

Y después que el muchacho de ojeras musgosas tiró el sombrero al suelo y sacó las cuartillas emborronadas en el Polo Bamba el mismísimo Julio Herrera y Obes suspiró:

-Virgen santa.

Y se oía nada más que el enloquecimiento del pajarerío entre el viento dorado de la rotonda.

Vómito

-Anoche he ido a ver el cadáver de Julio Herrera y Reissig -empezó a declamar el muchacho de melena romántica. -En la rigidez de la muerte, su rostro pálido tenía la misma serena lucidez, la misma tristeza bondadosa y sonriente que a los hombres mostrara en el camino, porque pasó cantando. Solo, tan solo como su espíritu elegido pasó entre la turba filistea, su cuerpo estaba allí, supinamente inmóvil. En torno de su féretro las graves sombras burguesas, en la solemnidad convencional de los duelos vulgares, discurrían gravemente y gravemente hablaban.

-La puta que quedó bien escrito -le clavó el muñón Lucas Rosso a Herrerita, que juntaba aire con la desesperación de un pez catapultado a la playa.

-Quedó escrito con un garrote -le pasó un brazo sobre los hombros Botana a Lasplaces.

-La sociedad mezquina en la que vivió, y que no supo amarlo porque no supo comprenderlo, estaba allí, representada por sus cronistas, por sus políticos, y por sus mercaderes -fabricó una especie de reverencia burlona Zum Felde, que ahora sudaba mucho. -La gente en cuyo medio vivió como un desterrado, la gente que lo despreciaba por altivo y lo compadecía por iluso, la gente miserable que reía de la divina locura de su ensueño, la gente de alma baja que nunca quiso allegarse hasta él, estaba allí, llevada por la indulgencia de la muerte, rumiando comentarios, mirando con extrañeza el rostro mudo, ahora que su alma no estaba ya en él para espantarlos. Era necesario que viniera la muerte a libertarlos del íncubo rebelde, para que se dijeran sus amigos, amigos del cadáver, amigos del despojo deleznable de una existencia luminosa que para ellos fue un error.

-Y lo mejor de todo es que nadie va a atreverse a callarlo -se levantó el velo María Eugenia para empezar a masticarse la pañoleta.

Entonces Julieta de la Fuente bajó la escalinata abriéndose paso a puro empujón y al llegar a un cantero vomitó largamente y dijo:

-¿Estás escuchando, viejo?

El único que la había visto escaparse y se acercó a acompañarla fue Teodoro Herrera y Reissig, y entonces ella se secó la boca biliosa y recitó:

Como una vieja estampa se fundía / en bermellados tonos de dibujos / religiosos, la gama de anchos flujos, del paisaje espectral en pos del día. // Tal una perla, la ciudad surgía / sobre el golfo, o los cárdenos reflejos, / y un grupo de cipreses parecía, / bajo de la capucha, hondos cartujos. // Piadosos clausuramos la lectura… / Y creímos sentir como una oscura / voz sobrehumana de inefable encanto, / que entrelazara, en milagrosos versos, / elegía a elegía y llanto a llanto, / nuestros destinos para siempre adversos!

Y mientras el dandy vengador seguía descerrajando acusaciones cada vez más encarnizadas Teodoro besó la frente de la muchacha viuda y le preguntó si Julio había pedido ser enterrado con el escapulario.

-Herminia dice que sí -cabeceó ella, conteniendo otra arcada. -A mí me despidió diciendo que yo era la novela de su vida y después no me animé a ayudar a prepararlo. ¿Te das cuenta que ni siquiera supe portarme como la Magdalena?

Ite

-Falta poco -abrazó a Lucas Rosso el merovingio, que había alcanzado a contemplar el cadáver de Aparicio Saravia en la retirada de Masoller. -Esta patriada ya es nuestra, muchachos.

-Lástima que en la toldería de Salsipuedes nadie va a cantar victoria por esta degollina -gargajeó el manco de Paso del Parque, enchastrándole las botitas a una matrona casi tan monstruosa como doña María Murtfeldt de Agustini.

-Yo sé la frase que está ahora en muchos labios -arremetió con el penúltimo párrafo Zum Felde, desplegando otra pirueta de sarcasmo reverencial: -“Reconocemos su talento, pero creemos que su vida ha sido un error”. ¡Mentira! ¡Lo más grande que ha tenido este hombre es su vida! El talento es cosa que puede discutirse, la originalidad literaria, la propiedad de las ideas, la escuela poética, todo eso es secundario, todo puede ponerse en tela de juicio. Lo que es innegable, lo que es evidente, lo que es absoluto es la grandeza pura de su alma consagrada a la belleza inmortal, y es la belleza de su vida solitaria, orgullosa, erguida de un ambiente de adaptaciones mezquinas, como una rebeldía indomable de la dignidad del pensamiento.

Y ahora la que se retiró de la escalinata de los sin rango fue María Eulalia Minetti arrastrando a la niña de los ojos del imperator, que intercambió una compasión abismal con Julieta.

-Pobrecita -chistó Teodoro. -¿Por qué no saludás a Soledad?

-Las huérfanas nos entendemos como si habitáramos en el silencio que flota entre dos flores -bruxó la muchacha mientras se frotaba las salpicaduras biliosas que le habían arruinado el vestido.

-Si señores -se escuchó rugir finalmente a Zum Felde, que parecía haber hecho callar hasta al pajarerío. -Lo que yo quiero deciros sintetizando el espíritu de mi alocución -que ha venido a turbar la armonía convencional de este acto, porque era necesario que así fuese-, lo que yo quiero deciros de una vez por todas es que, a pesar del homenaje sincero o no que aquí estáis tributando, este cadáver no os pertenece. Y si ahora os fuerais todos de aquí, no quedaría más solo de lo que está en este momento.

-Pues sí, Señor -alzó un fervor escandalizado Zorrilla hacia la celestísima proximidad del mediodía. -Y era necesario que fuese como vos lo dictaste.

Y después de guardar las cuartillas del discurso que jamás pronunció le hizo una seña cortante a Julio Herrera y Obes y otra a César Miranda para darles a entender que el acto había acabado.

El dandy heroico volvió a treparse al sitio de los no glamorosos sin acordarse de recoger su sombrero, y Botana le besó los bucles murmurando:

-Consummâtum est.

Y al poco rato las escalinatas ya brillaban vacías frente a la soledad flamígera del féretro que ahora había que cargar hasta una tumba que permanecería tan anónima como la del propio Mozart, al que Julio llamaba el loquito que supo alquimizar las patadas en el culo en saltos al paraíso.

Fosforecencia

Media hora más tarde la brigada anarquista procesionó detrás de la muy disminuida comitiva oficial que rodeaba al féretro cargado por hombres que valoraron verdaderamente al poeta, y Zum Felde le comentó a Botana:

-Lo terrible es que el jueves Julio volvió a decirle a Carlos que sentía que iba a morirse sin haber hecho nada.

-Es que él quiso hacer todo -señaló el merovingio al semiencorvado poeta de la patria, que sostenía una de las manivelas delanteras. -Zorrilla piensa que el imperator recuperó la gloria salamanquina hundida desde hace siglos. Pero además el día que velaron a Holofernes Julio le reconoció a César que alquimizar un arte resucitador era casi imposible.

-Lo que quiere decir que es posible.

-Siempre que tengas güevos para excomulgar a la Ananké. Y para eso se precisa zafar de lo que él solía llamar el agnosticismo estético.

-Nunca pude comprender del todo esa definición -se sinceró el muchacho que parecía haber terminado de cruzar nadando la bahía de Montevideo.

-El que no es radical a rajatabla jamás puede romper un virgo -suspendió la murmuración Botana al escuchar caer el primer terrón sobre un féretro que con el tiempo fue burocráticamente trasladado a una fosa de ocasión que ya ni siquiera podían localizar los que le ofrendaban flores.

Y cuando en el verano de 1934 Federico García Lorca le pidió a Enrique Amorim que lo llevara hasta el cementerio para leer frente a la tumba de uno de los maestros máximos de la Generación del 27 un soneto que había escrito a la manera del imperator tuvieron que elegir un túmulo simbólico y el mártir de Granada debe haber proferido su homenaje turbado como una virgen en un bosque espeso:

Túmulo de esmeraldas y epentismo / como errante pagoda submarina, / ramos de muerte y alba de sentina / ponen loco el ciprés de tu lirismo, // anémonas con fósforo de abismo / cubren tu calavera marfilina / y el aire teje una guirnalda fina / sobre la calva azul de tu bautismo. // No llega Salambó de miel helada / ni póstumo carbunclo de oro yerto / que salitró de lis tu voz pasada. / Sólo un rumor de hipnótico concierto, / una laguna turbia disipada, / soplan entre tus sábanas de muerto.

Aunque también pudo haberle repetido el final de la oda que le dedicó a Walt Whitman en Nueva York:

Duerme, no queda nada. / Una danza de muros agita las praderas / y América se anega de máquinas y llanto. / Quiero que el aire fuerte de la noche más honda / quite flores y letras del arco donde duermes / y un niño negro anuncie a los blancos del oro / la llegada del reino de la espiga.

O la interpelación gemida en el Paisaje con dos tumbas:

¡Amigo! / Levántate para que oigas aullar / al perro asirio.

O la zarza de los dos últimos versos que arden en Cielo vivo:

Tropiezo vacilante por la dura eternidad fija / y amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!

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