PRIMER MANIFIESTO (1)
No podemos seguir
prostituyendo la idea del teatro, que tiene un único valor: su relación atroz y
mágica con la realidad y el peligro.
Así planteado, el
problema del teatro debe traer la atención general, sobreentendiéndose que el
teatro, por su aspecto físico, y porque requiere expresión en el espacio (en verdad la única expresión real) permite
que los medios mágicos del arte y la palabra se ejerzan orgánicamente y por
entero, como exorcismos renovados. O sea que el teatro no recuperará sus
específicos poderes de acción si antes no se le devuelve su lenguaje.
En vez de insistir en
textos que se consideran definitivos y sagrados importa ante todo romper la
sujeción del teatro al texto, y recobrar la noción de una especie de lenguaje
único a medio camino entre el gesto y el pensamiento.
Este lenguaje no puede
definirse sino como posible expresión dinámica y en el espacio, opuesta a las
posibilidades expresivas del lenguaje hablado. Y el teatro puede utilizar aun
de este lenguaje sus posibilidades de expansión (más allá de las palabras), de
desarrollo en el espacio, de acción disociadora y vibratoria sobre la
sensibilidad. Aquí interviene en las entonaciones, la pronunciación particular
de una palabra. Aquí interviene (además del lenguaje auditivo de los sonidos)
el lenguaje visual de los objetos, los movimientos, los gestos, las actitudes,
pero sólo si prolongamos el sentido, las fisonomías de las combinaciones de
palabras hasta transformarlas en signos, y hacemos de esos signos una especie
de alfabeto. Una vez que hayamos cobrado conciencia de ese lenguaje en el
espacio, lenguaje de sonidos, gritos, luces, onomatopeyas, el teatro debe
organizarlo en verdaderos jeroglíficos, con el auxilio de objetos y personajes,
utilizando sus simbolismos y sus correspondencias en relación con todos los
órganos y en todos los niveles.
Se trata, pues, para el
teatro, de crear una metafísica de la palabra, del gesto, de la expresión para
rescatarlo de su servidumbre a la psicología y a los intereses humanos. Pero
nada de esto servirá si detrás de ese esfuerzo no hay una suerte de inclinación
metafísica real, una apelación a ciertas ideas insólitas que por su misma
naturaleza son ilimitadas, y no pueden ser descritas formalmente. Estas ideas
acerca de la Creación, el Devenir, el Caos, son todas de orden cósmico y nos
permiten vislumbrar un dominio que el teatro desconoce hoy totalmente, y ellas
permitirían crear una especie de apasionada ecuación entre el Hombre, la
Sociedad, la Naturaleza y los Objetos.
No se trata, por otra
parte, de poner directamente en escena ideas metafísicas, sino de crear algo
así como tentaciones, ecuaciones de aire en torno a estas ideas. Y el humor con
su anarquía, la poesía con su simbolismo y sus imágenes nos dan una primera
noción acerca de los medios de analizar esas ideas.
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