EL HIGIÉNICO
Alguien
me dijo que este cuento le falta el respeto a la muerte. Mientras no le falte
el respeto a la vida, ¿no?
El que supo ser enemigo
del mate fue Funesto Mocho, el casao con Turquesina Celestial Bromuro, una
mujer tan gorda que un día le pusieron el termómetro abajo del brazo y después
no se lo encontraban.
Sin embargo el marido,
Funesto, era un hombre de lo más delicau pa la custiones de la higiene y esas
cosas.
Un hombre, que antes de
tomar en un vaso, al vaso le pasaba un pañuelo con alcohol. Pero antes, al
pañuelo lo hervía tres horas en una olla. Pero antes, a la olla la quemaba con
un soplete. Pero antes, al soplete le pasaba un pañuelo con alcohol, pero
antes, al pañuelo hervía tres horas en una olla a la que antes quemaba con un
soplete y así.
El asunto fue cuando se
le murió un pariente, buen vecino, muy mamau, tan mamau que vio elefantes
rosados, pero no los vio a todos y uno lo pisó.
Quedó tan aplastau el
pobre que lo velaron en un cajón de la cómoda. Que otro mamau, amigo del alma,
cuando lo vio comentó: “Al final te acomodaste, hermano”.
Llegó gente de lejos al
velorio. Del boliche El Resorte llegaron catorce en un carro, sin contar al
barcino y la damajuanita e vino.
La viuda se lamentaba al
lado de la cómoda, y el tape Olmedo, muy respetuoso dentro y ser persignó. Como
estaba tan en curda, al persignarse quedó con el pulgar entre los labios. Un
vecino creyó que estaba pidiendo pa tomar y le trajo una cañita.
-Se le agradece, toy en
vino… ¿Y de qué, el finadito?
-Elefante rosado.
-¡Ja… toman publicidá! Y
seguro… ta clavau.
Por ahí cayó Funesto
Mocho, con todo pa pasar la noche acompañando, Trajo mate y brasero a carbón.
Al rato había tanto humo que el barcino salió a la ventana pa respirar. La
viuda encantada con el humo, porque así lloraba que daba gusto y quedaba como
una reina con los parientes.
Funesto, tomaba mate y
tapaba la bombilla pa que no se le fuera a colar algún microbio. De tanto en
tanto quemaba unos papeles en el brasero, pa espantar los insetos volátiles.
Al rato de le arrimó la
Duvija pa pedirle un mate.
-Usté desculpe don
Funesto, ¿pero no sería gustoso de invitarme con un amargo?
El otro se quedó como
quien oye llover, y la Duvija lo miró de arriba abajo como diciendo: “¡Aandáa a
paaseaaar!”.
Cuando se le arrimó el
pardo Santaigo a pedirle un mate, Funesto lo escondió abajo del poncho y se
quedó mirando pa un rincón. Entonces el pardo, que siempre que iba a un velorio
llevaba cohetes en los bolsillos, agarró un puñado y se los encajó en el
brasero. Al momentito voló la caldera, el brasero, los carbones prendidos, las
flores, y se armó un toletole que hasta el barcino se entreveró y a Funesto
Mocho le tiraron el mate por la ventana pa fuera. Si Rosadito Verdoso no le
reventó unos higos en la frente, fue por respeto al difunto.
En la mitá del barullo,
la viuda había cerrau el cajón de la cómoda, no fuera cosa que le voltearan al
finadito.
Cuando se tranquilizó la
cosa, abrieron de nuevo el cajón, pero con el humo que había abrieron un cajón
que no era.
Recién cuando se lo iban
a llevar, se dieron cuenta que habían pasado las horas velando tres camisetas y
un par de botas viejas.
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