1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 3
Hace ocho años (llena de amor y de ilusión) su madre le puso Bautista: por
el Santo. Nunca se imaginó el desafío que esconde ese nombre. Nunca se imaginó
cuánto les iba a costar mirarse a los ojos y ser felices. Ser feliz des muy
difícil: mirarse a los ojos, casi imposible.
Hoy Bauti caminaba como sin saberlo desde su casa hasta abajo del arco sin
hamacas. Casi todo el barrio pasaba el rato en aquella tregua de paz que era la
plaza. Conversando y consumiendo. Quién iba a pensar que uno de ellos iba a
matar en pocas horas.
Mientras Bauti se lava la cara en la canilla de la plaza (como todos los
días desde hace cuatro meses) algunos niños y niñas jugaban con sus manos o
pateaban algún pedazo de basura que era la pelota. Eso hacían los que tenían
menos de seis o siete años. Si eran más grandes, se juntaban a consumir y
tratar de sobrevivir (uno de ellos intenta vender sin que lo maten en el
proceso). Todos hacen algo. Todos menos el Bauti. La mayoría de las veces pasa
el tiempo haciendo algo que nadie entiende y por eso se cree que no está
haciendo nada.
Su desprolija mirada miraba a todo vapor a su amigo “el Despeinado”. No se
había aparecido en todo el día y eso era raro. Tanta paranoia en su único amigo
lo hacía sentir cada vez más solo.
Se echó abajo de un árbol de ramas afiladas y contempló la calle. Un papel
cayó de la montaña de basura útil que llevaba un carro: voló en el viento
desesperado tratando de volver a subirse pero no pudo y quedó tirado. Es que
tras un jornal de trabajo tan duro no cabía ni una duda en aquel vagón.
Iba impulsado por un caballo musculoso y bien alimentado. Las riendas
estaban sujetas por los callos negros de las manos del Zurdo. El Zurdo es un
clasificador ya conocido en el barrio: tiene una mandíbula fuerte con barba de
un centímetro, tiene un hambre que no deja de crecer aunque el pelo le cae como
capullos oscuros de mariposas nocturnas que jamás saldrán por miedo a volar.
Sin embargo, lo que más llama la atención es un enigmático tatuaje que le rodea
el ojo izquierdo: la silueta de América del Sur con la Tierra del Fuego
acusando al cielo.
Al pasar vio al Bauti otra vez perdido. Dijo algo que seguramente estaba
relacionado con “el Despeinado” pero sus labios se movían como masticando un
chicle. Bauti no lo oía a pesar de que sus ojos estaban anclados en aquel tipo.
Acostumbrado a la falta de respuesta, el Zurdo siguió camino hacia el
rancho donde vivía con su esposa y sus cuatro hijas. El Bauti se paró a
perseguirlo porque el Zurdo seguro le estaba diciendo algo relacionado con el
Despeinado. El oficial Brazas lo interceptó con una mano en el pecho.
-Otra vez perdido. Vení Bauti, vení que te llevo hasta tu casa.
Sin dejar de mirar el tatuaje que se alejaba por la calle de barro, el
Bauti pasó junto al Oficial Brazas, lo rodeó y siguió caminando a la sombra de
los árboles sin hojas. Ya conocía al policía (por papá): por eso no pensó que
fuera peligroso. (En realidad, no pensó en nada.) El oficial acompañó al niño y
quiso romper el incómodo silencio.
-¿En qué andás?
-Ahora camino.
-Sí, ya veo. ¿Cómo estuvo el día?
-Nublado pero no frío, por suerte. Más que eso me preocupa la luz roja que
siempre aparece cuando estoy con mi amigo el Despeinado: ¿lo conoce?
-No, hijo: no tengo el gusto. ¿Vas a estar solo en tu casa o te llevo con
tu padre?
-Papá está “trabajando”. No creo que pueda verme ahora. Aparte de que si lo
veo lo voy a querer matar otra vez. Voy a buscar al Despeinado, mi amigo: ¿lo
conoce?
La ansiedad del niño caminaba tan rápido que el cansancio del policía no lo
pudo seguir. Había trabajado todo el día y caminado medio barrio ensuciándose
de lo común. No lo quería seguir y lo dejó ir. Después de todo, ni su padre se
preocupa. (Aunque con esa madre, poco puede hacer el padre para enderezarlo.)
Interrupción de magnates
-No sé. Me parece que ya me estoy arrepintiendo de esto.
-Dale, viejito: no te me caigas. Estamos haciendo historia. Vas a ver.
-Pero son gente. No me puedo olvidar que son gente.
-Dejate de joder. Andan todo el día semidesnudos y contentos (como yendo a
la playa).
-Puede ser, pero yo no quiero matar a nadie.
-No seas boludo. Se van a matar entre ellos. Nosotros sólo llevamos la
cuenta.
-No sé. La verdad es que no sé.
-Vos lo que querés es que juguemos por algo. Te conozco, viejito: juguemos
por algo.
-No.
-Dale.
-¿Estás señalando el jazmín del vaso?
-Sí, me la dio una de las alcahuetas que trabaja conmigo. Te la apuesto.
-¿A la flor?
-Si querés apostamos a la alcahueta.
-Pero la flor va a estar podrida en un par de días.
-Qué importa. Es para jugar por algo, nada más.
-Bueno, dale. Hacés conmigo lo que querés.
-Pobrecito el abuelo. Maneja políticos y mafiosos pero no puede son este
humilde servidor.
1 comentario:
¡Atrapa, y cómo!
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