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/ LA LLAMADA DE LA AVENTURA (4)
“Cierto día el futuro Buddha
deseó ir al parque y le dijo a su cochero que alistara la carroza. El hombre
trajo una carroza elegante y suntuosa y después de adornarla ricamente, colocó
en los arneses cuatro hermosos caballos de la sangre de Sindhava, tan blancos
como los pétalos de los lotos blancos, y anunció el futuro Buddha que todo
estaba preparado. El futuro Buddha subió a la carroza que era como un palacio
para los dioses y se dirigió al parque.
‘El momento de la
iluminación del príncipe Siddhartha se acerca -pensaron los dioses- debemos
hacerle una señal’, y convirtieron a uno de ellos en un anciano decrépito, con
los dientes rotos, el cabello gris, el cuerpo torcido e inclinado, que se
apoyaba en un bastón y temblaba, y se lo mostraron al futuro Buddha, pero en
forma que sólo él y el cochero pudieran verlo.
Entonces el futuro Buddha
dijo a su cochero: ‘Amigo, dime quién es este hombre. Ni siquiera su pelo es
como el de los otros hombres.’ Y cuando oyó la respuesta, dijo: ‘Vergüenza de
nacer, si todo aquel que ha nacido ha de volverse viejo.’ Y con el corazón
agitado regresó y ascendió a su palacio.
‘¿Por qué ha regresado mi
hijo tan pronto?, preguntó el rey.
‘Señor, ha visto a un
viejo -fue la respuesta-, y porque lo ha visto quiere retirarse del mundo.’
‘¿Quieres matarme, que
dices esas cosas? Que preparen inmediatamente unas representaciones para que
las vea mi hijo. Si podemos lograr que disfrute del placer dejará de pensar en
retirarse del mundo.’ Entonces el rey mandó que su guardia se extendiera media
legua en cada dirección.
Otro día, que el futuro
Buddha deseó ir al parque, vio a un hombre enfermo que los dioses le habían
enviado y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y
ascendió a su palacio.
El rey hjzo la misma
pregunta y dio la misma orden que había dado antes y aumentó su guardia y la
colocó a tres cuartos de legua en redondo.
Y otro día que el Futuro
Buddha volvió al parque, vio un hombre muerto que los dioses le habían enviado
y habiendo hecho la misma pregunta, regresó con el corazón agitado y ascendió a
su palacio.
Y el rey hizo la misma
pregunta y dio las mismas órdenes que había dado antes y extendió la guardia de
nuevo y la colocó una legua en redondo.
Y otro día en que el
futuro Buddha volvió al parque, vio un monje, cuidadosa y decentemente
ataviado, que los dioses le habían enviado y le preguntó a su cochero: ‘Dime,
¿quién es ese hombre?’ ‘Señor, ese es uno de los que se han retirado del mundo’,
y el cochero empezó a cantar las alabanzas del retiro del mundo. La idea del
retiro del mundo fue del agrado del futuro Buddha.’ (9)
Este primer estadio de la
jornada mitológica, que hemos designado con el nombre de “la llamada de la
aventura”, significa que el destino ha llamado al héroe y ha transferido su
centro de gravedad espiritual del seno de su sociedad a una zona desconocida.
Esta fatal región de tesoro y peligro puede ser representada en varias formas:
como una tierra distante, un bosque, un reino subterráneo, o bajo las aguas, en
el cielo, una isla secreta, la áspera cresta de una montaña; o un profundo
estado de sueño; pero siempre es un lugar de fluidos extraños y seres
polimorfos, tormentos inimaginables, hechos sobrehumanos y deleites imposibles.
El héroe puede obedecer a su propia voluntad para llevar a cabo la aventura,
como hizo Teseo cuando llegó a la ciudad de su padre, Atenas, y escuchó la horrible
historia del Minotauro; o bien puede ser empujado o llevado al extranjero por un
agente benigno o maligno, como Odiseo, que fue transportado por el Mediterráneo
en los vientos del encolerizado dios Poseidón. La aventura puede comenzar como
un mero accidente, como la de la princesa del cuento de hadas; o simplemente,
en un paseo algún fenómeno llama al ojo ocioso y aparta al paseante de los
frecuentados caminos de los hombres. Los ejemplos se multiplican, ad infinitum, desde cualquier rincón del
mundo. (10)
Notas
(9) Reproducido con el
permiso de los editores de Henry Clarke Warren, Buddhism in Translations (Harvard Oriental Series, 3; Cambridge,
Mass., Harvard University Press, 1896), pp. 56-57.
(10) En la sección
anterior y a través de las siguientes páginas, no he intentado agotar las
evidencias. Haberlo hecho en la forma en que, por ejemplo, lo hace Frazer en La rama dorada hubiera alargado
prodigiosamente mis capítulos, sin aclarar la línea básica del monomito. En vez
de eso, doy en cada sección unos pocos ejemplos destacados de un grupo de
tradiciones representativas ampliamente difundidas. Durante el curso de mi
trabajo, cambio gradualmente mis fuentes de información, para que el lector
pueda apreciar las cualidades peculiares de los diferentes estilos. Cuando el
lector llegue a la última página habrá revisado un número inmenso de
mitologías. Si deseara comprobar las citas de cada sección del monomito, sólo
necesita consultar algunos de los volúmenes enumerados en las notas y revisar
unas cuantas de las múltiples fábulas, que han servido como fuentes.
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