Qué duda cabe que nuestro tiempo es,
como nunca antes, el tiempo de la ciencia y la tecnología. Capitalismo, ciencia
y revolución tecnológica parecen sinónimos a tal punto que se naturalizan
títulos como "sociedad del conocimiento" o “sociedad de la
información” para caracterizar nuestra era. Estos nombres, al menos, son los
preferidos por instituciones como la UNESCO o los organismos rectores de la
globalización capitalista (como la OCDE y el Banco Mundial), que instalan así
una narrativa que actualiza, en el fondo, la ideología del subdesarrollo, que
al mismo tiempo que promete progreso y felicidad, oculta la profundidad
desigualdad que el desarrollo tecnológico capitalista impone a lo largo y a lo
ancho del planeta.
Los efectos de la ciencia y la
tecnología no se reducen a los procesos productivos y económicos, sino que
alcanzan -y en muchos casos diagraman- casi todos los contornos de la
experiencia humana contemporánea. Del nacimiento a la muerte, y con el motor de
la sociedad de consumo, asistimos a una suerte de subjetivación tecnológica con
efectos que aún no llegamos a comprender del todo. Esto incluye, desde luego,
los lados más ominosos del tema. El riesgo cada vez más dramáticamente cierto
de la destrucción del planeta por alguna guerra imperialista con tecnología
nuclear. O el avance desatado de la sociedad de control hipervigilada, que tan
perturbadoramente ha interpretado la serie británica Black Mirror.
Claro que no todo es dominación. La
ciencia ha sido parte integrante de los proyectos emancipatorios y de
resistencia. No por acaso los socialistas del siglo XIX, desde Marx hasta los
geógrafos anarquistas Kropotkin y Reclus, buscaron en la ciencia soporte para
sus proyectos de transformación. Más cerca en el tiempo, podemos nombrar en el
caso del científico argentino Andrés Carrasco a incontables investigadores,
tanto en las ciencias naturales como en las sociales, que han hecho de su
práctica científica un proyecto político para la emancipación de las y los
trabajadores y la defensa del bien público por sobre los intereses de las
multinacionales. Así como son incontables la experimentación y desarrollo de
alternativas tecnológicas en proyectos de autogestión obrera.
“Sociedad del conocimiento”,
“revolución informacional”, “capitalismo cognitivo”, como sea, parece claro que
la aceleración extraordinaria de los hallazgos científicos y las innovaciones
tecnológicas no hacen más que intensificar los dilemas de la sociedad
capitalista globalizada. En efecto, más allá de los cambios al interior del
proceso productivo y en la organización del trabajo, los avances científicos y
tecnológicos se articulan y profundizan la dinámica centro-periferia,
el control social a puntos insospechados, la alienación de la sociedad de
consumo, la amenaza nuclear, las guerras capitalistas, el riesgo de la
destrucción del planeta. Y junto con esto, también, se producen los avances en
la medicina y el bienestar colectivo, así como las resistencias que en cada
punto de opresión, florecen, en los científicos que dirigen su ciencia a la
lucha por el bien común, los movimientos contra la privatización de las
universidades, el acceso abierto a las publicaciones científicas o la liberación
de los códigos de programación de software, hasta los hackers que atacan a los
poderes económicos y a los sistemas de espionaje policial.
Si el mito de Prometeo robando el fuego
a los dioses para entregarlo a la humanidad encarnaba el papel de la ciencia
desde el ideal de autonomía de las Luces, la funcionalización de la
ciencia y la tecnología para la mercantilización integral de la vida representa
hoy su contrario: la más completa heteronomía y la más comedida alienación.
Prometeo emprendedor es un titán feliz sin fuego y sin castigo, innovando y
compitiendo en un mundo sin tragedia. En un mundo “de puro
funcionamiento anterior a los modos políticos de ser de la vida”, al decir
de Sandino Núñez.
Contra eso, es necesario volver a
situar a la ciencia en un discurso filosófico y político fuerte sobre la
transformación anticapitalista de la sociedad. Politizar la ciencia y la
tecnología implica no sólo un debate bioético sobre sus efectos, sino también
sobre sus modos y relaciones de producción, sobre su carácter performativo de
nuestra vida cotidiana, su imbricación en las relaciones de poder y sus
supuestos epistemológicos. Por fuera de las ilusiones tecnocráticas que
actualizan ciegamente una fe en el credo del progreso y sueñan con una solución
tecnológica a los problemas del capitalismo, cuando no reducen el problema a
una cuestión de soberanía que se resolvería simplemente estatizando la misma
investigación que hacen las corporaciones capitalistas. Y más acá de los
primitivismos que sostienen por su parte una ilusión equivalente e inversa: la
de la posibilidad de un retorno a un tiempo idealizado de naturaleza sin
tecnología. En la era de la revolución científica y tecnológica, precisamos,
más que nunca, de las humanidades y de la política, para relanzar un proyecto
de autonomía.
¿Cuál es el lugar de la ciencia y la
tecnología en las dinámicas de explotación y dominación capitalista de la actualidad?
¿Qué efectos tiene esto sobre las universidades públicas latinoamericanas?
¿Cómo se reproducen las desigualdades de género en el trabajo académico? Y al
mismo tiempo, ¿cómo se ubican, qué rol cumplen y cual deberían cumplir la
investigación científica y la tecnología en un proyecto emancipatorio de
izquierda? En este número de Hemisferio Izquierdo convocamos a ensayar
respuestas a un conjunto de problemas que estas preguntas despliegan.
Un 21 de junio de 1918 los estudiantes
de la Universidad Nacional de Córdoba decían en su célebre Manifiesto
Liminar: “los dolores que quedan son las libertades que faltan”, y
lucharon por una universidad más científica, más democrática y más popular. Un
siglo después, recoger aquel legado implica volver a plantear el problema de la
ciencia y de la universidad como un problema de justicia, de soberanía, de
cultura y de libertad. Y como un problema político. Así, con este número
quisiéramos también apoyar con reflexiones y propuestas la movilización que los
sindicatos y gremios de la educación vienen realizando en reclamo del 6% del
PBI para la ANEP y la UDELAR, más el 1% para inversión en ciencia y tecnología.
(Hemisferio Izquierdo Nº 22 / 20-6-2018)
(Hemisferio Izquierdo Nº 22 / 20-6-2018)
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