domingo

POESÍAS - CONDE DE LAUTRÉAMONT (9)



I (9)

Las nociones del sentido común están de tal modo oscurecidas en la hora actual, que lo primero que hacen los profesores de cuarto curso cuando enseñan a construir versos latinos a sus alumnos -jóvenes poetas con los labios húmedos de leche materna- es revelarles mediante los ejercicios el nombre de Alfredo de Musset. ¡Decid si no es una barbaridad! Los profesores de tercer curso, además, dan a traducir en sus clases dos episodios sangrientos. El primero es la repugnante comparación del pelícano. El segundo, la espantosa catástrofe ocurrida a un labriego. ¿Para qué mirar el mal? ¿No está en minoría? ¿Para qué inclinar la cabeza de un colegial sobre problemas que, por no haber sido comprendidos, hicieron perder la suya a hombres como Pascal y Byron?

Un alumno me narró que su profesor de segundo curso daba diariamente a traducir a su clase esas dos carroñas en versos hebreos. Esas lacras de la naturaleza animal y humana lo indispusieron durante un mes que pasó en la enfermería. Como nos conocíamos, me hizo llamar por su madre. Me refirió, aunque con ingenuidad, que turbaban sus noches sueños persistentes. Creía ver un ejército de pelícanos que se abatían sobre su pecho y lo desgarraban. Luego emprendían vuelo hacia una choza en llamas. Se comían a la mujer del labriego y a sus hijos. Con el cuerpo ennegrecido de quemaduras, el labriego salía de la casa y entablaba con los pelícanos un atroz combate. El conjunto se precipitaba sobre la choza que se desplomaba. Del elevado montón de escombros -esto nunca fallaba- veía salir a su profesor de segundo curso, llevando su corazón en una mano, mientras en la otra sostenía una hoja de papel en la que se descifraba, con rasgos de azufre, la comparación del pelícano y el labriego, tal como Musset mismo las había compuesto. No fue fácil, en un primer momento, diagnosticar el tipo de enfermedad. Le recomendé guardar cuidadoso silencio, y no hablar a nadie de lo ocurrido, especialmente a su profesor de segundo curso. Aconsejé a su madre que lo llevara algunos días a su casa, asegurándole que todo pasaría. En efecto, tuve la precaución de ir todos los días a algunas horas, y todo pasó.

Es preciso que la crítica ataque la forma, nunca el fondo de vuestras ideas, de vuestras frases. Componéoslas.

Los sentimientos constituyen la forma de razonamiento más incompleta que se pueda imaginar.

Toda el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual.

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