domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (78) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

X (6)

Domingo, 4 de abril, 1965


Hoy di una larga caminata. Ya había oscurecido bastante cuando llegué a la casa de don Juan. Iba pensando en los cuervos cuando de pronto un “pensamiento” muy extraño cruzó por mi mente. Era como una impresión o sentimiento, más que pensamiento. El ave que había hecho el ruido dijo que venían del norte e iban al sur, y cuando nos encontráramos de nuevo vendrían por el mismo camino.

Conté a don Juan lo que había pensado, o quizá recordado. Él dijo:

-No pienses si lo recordastes o lo inventastes. Esos pensamientos pertenecen sólo a los hombres, no a los cuervos, y menos aun a los cuervos que vistes, porque son emisarios de tu destino. Tú ya eres un cuervo. Nunca cambiarás eso. De ahora en adelante, los cuervos te señalarán con su vuelo cada vuelta de tu destino. ¿Hacia dónde volaste con ellos?

-¡No podría saber eso, don Juan!

-Si piensas como se debe, recordarás. Siéntate en el suelo y dime en qué posición estabas cuando las aves volaron a ti. Cierra los ojos y haz una raya en el suelo.

Seguí su indicación y determiné el punto.

-¡No abras todavía los ojos! -prosiguió: -¿Para dónde volaron todos en relación con ese punto?

Hice otra marca en el piso.

Tomando como referencia estos puntos de orientación, don Juan interpretó las diferentes pautas de vuelo que los cuervos observarían para predecir mi futuro personal o destino. Puse los cuatro puntos cardinales como eje del vuelo de los cuervos.

Le pregunté si los cuervos siempre seguían los puntos cardinales para anunciar el destino de un hombre. Dijo que la orientación era sólo mía: lo que los cuervos hicieron en mi primera reunión con ellos tenía importancia crucial. Insistió en que recordara cada detalle, porque el mensaje y la pauta de los “emisarios” eran un asunto individual, personalizado.

Había una cosa más de la cual me instaba a acordarme: la hora en que me dejaron los emisarios. Me pidió pensar en la diferencia de la luz a mi alrededor entre la hora en que “empecé a volar” y la hora en que las aves plateadas “volaron conmigo”. Cuando tuve inicialmente la sensación de vuelo penoso, estaba oscuro. Pero cuando vi a las aves, todo se hallaba rojizo: rojo claro, o tal vez naranja.

-Eso quiere decir que era casi el fin del día -dijo don Juan-: pero todavía no se había metido el sol. Cuando todo está oscuro, un cuervo se ciega de blancura y no de oscuridad, como nosotros de noche. Esta indicación de la hora quiere decir que tus emisarios finales vendrán al fin del día. Te llamarán, y al volar sobre tu cabeza se volverán blancos plateados; los verás brillar contra el cielo y eso querrá decir que llegó tu hora final. Querrá decir que te vas a morir y a volverte cuervo por última vez.

-¿Y si los veo de mañana?

-¡No los verás de mañana!

-Pero los cuervos vuelan todo el día!

-¡Tus emisarios no, tonto!

-¿Y sus emisarios, don Juan?

-Los míos vendrán de mañana. También serán tres. Mi benefactor me dijo que, si uno no quiere morir, puede volverlos negros a gritos. Pero ahora sé que no vale la pena. Mi benefactor era dado a gritar, y a todo el barullo y la violencia de la yerba del diablo. Yo sé que el humito es diferente porque no tiene pasión. Es justo. Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti, no hay necesidad de gritarles. Vuela con ellos como ya lo hiciste. Después de haberte recogido darán media vuelta, y los cuatro se irán volando.

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