Reemplazo la melancolía por el valor,
la duda por la certidumbre, la desesperación por la esperanza, la perversidad
por el bien, las quejas por el deber, el escepticismo por la fe, los sofismas
por la frialdad de la calma, y el orgullo por la modestia.
I (8)
Las verdades inmutables y
necesarias, que dan gloria a las naciones y que la duda se esfuerza en vano por
conmover, comenzaron con el mundo. Son cosas que no habría que tocar. Los que
quieren introducir la anarquía en la literatura, con el pretexto de la novedad,
caen en un contrasentido. Como no se atreven a atacar a Dios, atacan la
inmoralidad del alma. Pero también la inmortalidad del alma es tan antigua como
los estratos del mundo. ¿Qué otra creencia la reemplazará, si debe ser
reemplazada? No siempre ha de ser una negación.
Si recordamos la verdad
de donde provienen todas las otras, la bondad absoluta de Dios y su ignorancia
del mal, los sofismas se desplomarán solos. Se desplomará al mismo tiempo la
literatura poética que estuvo apoyada en ellos.
Toda literatura que
discute los axiomas eternos está condenada a vivir exclusivamente de sí misma.
Es injusta. Se devora el hígado. Los novissima
verba hacen sonreír espléndidamente a los muchachos sin pañuelo del cuarto
curso. No tenemos derecho a interrogar al Creador sobre nada.
Si sois afortunados, no
es preciso decirlo a lector. Guardadlo para vos.
Si se corrigieran los
sofismas para darles el sentido de las verdades correspondientes a esos
sofismas, sólo la corrección sería verdadera; pero la pieza así retocada ya
tendría derecho de no llamarse falsa. El resto estaría fuera de lo verdadero
con rastros de lo falso, por consiguiente nulo, y considerado, forzosamente,
como no advenido.
La poesía personal ya
concluyó su ciclo de piruetas relativas y de contorsiones contingentes.
Retomemos el hilo indestructible de la poesía impersonal, bruscamente
interrumpido desde el nacimiento del filósofo frustrado de Ferney, desde el
aborto del gran Voltaire.
Parece bello, sublime, discutir
las causas finales pretextando humildad u orgullo, y falsear las consecuencias
estables y conocidas. ¡Desengañaos, pues no hay nada más estúpido! Reanudemos
la cadena regular con los tiempos pasados; la poesía es la geometría por excelencia.
Desde Racine, la poesía no ha progresado ni un milímetro. Ha retrocedido.
¿Gracias a quién? A las Grandes Cabezas Fofas de nuestra época. Gracias a las
mujercitas, Chteaubriand, el Mohicano-Melancólico; Sénancourt, el Hombre con Faldas:
Jean-Jacques Rousseau, el Socialista Huraño; Anne Radcliffe, el Espectro
Chiflado; Edgar Poe, el Mameluco de los Sueños de Alcohol; Maturin, el Compadre
de las Tinieblas; George Sand, el Hermafrodita Circunciso; Théophile Gautier,
el Incomparable Despensero; Leconte, el Cautivo del Diablo; Goethe, el Suicida
para Llorar; Sainte-Beuve, el Suicida para reír; Lamartine, la Cigüeña Lacrimógena;
Lermontoff, el Tigre que Ruge; Víctor Hugo, la Fúnebre Estaca Verde;
Mickiewicz, el Imitador de Satán; Musset, el Petimetre Descamisado Intelectual;
y Byron, el Hipopótamo de las Selvas Infernales.
En toda época la duda ha
existido en minoría. En este siglo está en mayoría. Respiramos por los poros la
violación del deber. Esto se ha visto una sola vez; ya no se volverá a ver.
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